El fin del timo del siglo: que el inquilino pague a la agencia

Llevo toda la vida soltando pasta a bordes de inmobiliarias por no hacer nada. ¿A cambio de qué? Nunca lo he sabido.

Un cartel de alquiler de vivienda en Madrid.Santi Burgos

Verán, yo creo que si Dios bajara a la Tierra, después de acabar con el hambre en el mundo y las enfermedades terminales, lo siguiente sería que los dueños de pisos paguen a la inmobiliaria cuando los alquilan. Después ya se metería a salvar los polos del calentamiento global. Y de repente, milagro, aparece en la nueva ley de vivienda. Pensaba que era algo como la ley de la gravedad, que la vida es así. Y no, qué ilusión. A lo ...

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Verán, yo creo que si Dios bajara a la Tierra, después de acabar con el hambre en el mundo y las enfermedades terminales, lo siguiente sería que los dueños de pisos paguen a la inmobiliaria cuando los alquilan. Después ya se metería a salvar los polos del calentamiento global. Y de repente, milagro, aparece en la nueva ley de vivienda. Pensaba que era algo como la ley de la gravedad, que la vida es así. Y no, qué ilusión. A lo mejor me cambio de casa solo para verlo con mis propios ojos.

Lo confieso, es el tipo de medida populista con la que caigo rendido. Si el populismo es como el colesterol, que hay del bueno y del malo, este es del mejor. Si es populismo fácil ¿por qué no se ha hecho antes? Supongo que al ser este un país de propietarios de pisos y camareros, todo Gobierno ha pensado que con el alquiler no hay derecha ni izquierda, que es la auténtica mayoría silenciosa. Pero también hay una legión de ciudadanos que siempre lo han sufrido, entre los que me encuentro. Así que permítanme una columna en nombre de esos happy few (”Nosotros pocos, nosotros felices pocos, nosotros, banda de hermanos”, Enrique V). A ver cómo lo digo para que no se ofenda nadie: ha sido una de las formas de robo más bien montadas que conozco, el timo del siglo. Cuántas veces he jurado en el crepúsculo, como Scarlett O’Hara, que nunca más volvería a tirar mi dinero de esa manera. Llevo toda la vida soltando pasta a bordes de inmobiliarias por no hacer nada. ¿A cambio de qué? Nunca lo he sabido. Por desnudarte pidiéndote hasta el grupo sanguíneo e interrogarte como un sospechoso habitual. He tratado agencias que solo eran un tipo con un móvil que te perdonaba la vida mientras (me sacaba de quicio) le hacía la pelota al dueño del piso, y eso que tú pagabas y a él le quitaba el engorro de enseñarlo. Eran, lo sé, personas mal pagadas que, de hecho, no pasarían ni sus propios criterios de selección, pero ahí estaban esquilmándote a ti en vez de a un señor con un patrimonio. No les culpo, era una guerra de pobres en un mercado salvaje. He encontrado excepciones, buenos profesionales que te ayudaban a buscar casa, pero la mayoría no, nadie te ocultaba que les importabas un pepino, que el importante era el otro.

Se me pueden echar encima todos los expertos que quieran, decirme que no tengo ni idea de cómo funciona el mercado (completamente cierto), que será fatal. Pero es que me han dicho tantas veces cosas así y era mentira… El contrato indefinido iba a ser un drama, pero veo gente con su primer contrato en años y que por primera vez tiene vacaciones pagadas, a los cuarenta y pico. Como le dijo un cura de la teología de la liberación a Ratzinger, cuando les metía en vereda por su “opción preferencial por los pobres” (qué expresión tan olvidada): “La Iglesia lleva toda la vida equivocándose a favor de los ricos, no creo que pase nada si una vez se equivocara a favor de los otros”.

Quienes hacen las leyes nunca están de alquiler. Lo estuvieron un día, pero luego se olvida. Es como el autostop: eres joven y te juras que el día que tengas coche cogerás a todo el mundo, pero después solo ves a piojosos que te van a atracar. Este cambio es coherente con los tiempos: si no hacen más que vender alarmas a gente asustadísima por el mundo exterior, lleno de peligros y alienígenas, lo justo es que también paguen por este servicio de detección. No nosotros, estos pocos e infelices marcianos. Que a lo mejor ni somos tan pocos ni tan malvados.

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