La prensa salvadora

Algunos de aquellos que decidieron salvar España por la vía de la crispación recuerdan hoy a Felipe González como un estadista

El entonces presidente del Gobierno, Felipe González, responde en 1985 a las preguntas de la periodista Nieves Herrero tras una intervención en el Congreso.HERNANDEZ DE LEON (EFE)

Hace años, un joven periodista del semanario The Economist me contó cómo había sido su primer día de trabajo. Alguien le dijo: “Siéntate ahí, imagina que eres Dios y escribe un editorial”. El joven tardó muchas horas en terminar una pieza que le pareció casi gloriosa. Y la entregó. Un par de días después, se la devolvieron corregida por varios especialistas: comprobó que lo que había redactado era poco más que una retahíla de datos inexactos, prejuicios sin fundamento, ideas erróneas e incoherencias. Fue la mejor lección sobre el oficio.

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Hace años, un joven periodista del semanario The Economist me contó cómo había sido su primer día de trabajo. Alguien le dijo: “Siéntate ahí, imagina que eres Dios y escribe un editorial”. El joven tardó muchas horas en terminar una pieza que le pareció casi gloriosa. Y la entregó. Un par de días después, se la devolvieron corregida por varios especialistas: comprobó que lo que había redactado era poco más que una retahíla de datos inexactos, prejuicios sin fundamento, ideas erróneas e incoherencias. Fue la mejor lección sobre el oficio.

Gabriel García Márquez dijo que el periodismo es el oficio más bonito del mundo. Quizá lo sea en cierta forma. Personalmente, creo que existen ocupaciones más confortables. Aristócrata británico, por ejemplo. O embajador en las Maldivas. Será que me falta vocación y me sobra pereza.

Trabajar como periodista implica equivocarse con frecuencia, a veces entregarse en exceso a las fuentes que nos facilitan información (siempre, recordemos, de forma interesada), correr el riesgo de vulnerar la intimidad de las personas y, lo peor, enfrentarse a la tentación de creer que uno es alguien.

Los periodistas con empleo disfrutamos de espacios para exponer lo que hemos averiguado o para razonar nuestras opiniones. A veces, incluso, nos pagan por ello. En ocasiones, sin embargo, nos entra el arrebato de salvar el mundo, o España por lo menos. Nos convertimos en activistas. Doy por supuesto que con la mejor intención.

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Hace más de tres décadas se creó una Asociación Española de Periodistas Independientes cuya misión declarada consistía en acabar con el largo mandato de Felipe González. Las embestidas contra el entonces presidente del Gobierno fueron brutales. Hubo quien llamó “sindicato del crimen” a aquel grupo de periodistas. Mucho tiempo después, uno de sus fundadores, Luis María Anson, en la época director de Abc, dijo lo siguiente: “Había que terminar con Felipe González, esa era la cuestión. Al subir el listón de la crítica, se llegó a tal extremo que en muchos momentos se rozó la estabilidad del propio Estado”. Algunos de aquellos periodistas que decidieron salvar España por la vía de la crispación, porque por la vía electoral no había forma, recuerdan hoy a González como un gran estadista.

No me pareció muy buena idea aquella campaña. Tampoco me pareció buena idea aquel editorial conjunto de la prensa catalana, publicado el 26 de noviembre de 2009, en el que se advertía al Tribunal Constitucional de que no invalidara ni una coma del nuevo Estatut: “Lo pactado obliga”. El tribunal no podía oponerse a lo que habían aprobado el Parlament y las Cortes y refrendado los catalanes (con una participación, recordemos, del 36%), fuera o no constitucional.

Ahora, otros periodistas y opinadores (alguno queda de hace 30 años; alguno de ellos es amigo mío) han publicado un manifiesto en el que, entre otras cosas, piden “a todos los ciudadanos que respalden de manera activa todas las acciones y movilizaciones que los partidos de la oposición y las organizaciones de la sociedad civil puedan poner en marcha”.

No creo que nuestra función sea esa. Seamos rigurosos en el oficio, con eso basta. Los españoles llevan bastante tiempo demostrando que saben salvarse solos.

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