Por qué gusta tanto el cassette y la cinta VHS

Gran parte del entretenimiento contemporáneo rescata dos impulsos centrales en nuestro presente: una pulsión por lo material y la necesidad de volver al paraíso inmóvil de la infancia

Cinta Arribas

En Archivo 81, la serie producida por Netflix e inspirada en un célebre pod­cast de misterio, Dan Turner, un archivero fascinado por la cultura retro, recibe el encargo de restaurar una colección de vídeo dañada en un incendio. Las cintas, grabadas 25 años atrás por una joven estudiante de cine, contienen la investigación sobre un antiguo edificio de Manhattan y los extraños sucesos que terminaron con el incendio del inmueble y la desaparición de la cineasta. Durante el ...

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En Archivo 81, la serie producida por Netflix e inspirada en un célebre pod­cast de misterio, Dan Turner, un archivero fascinado por la cultura retro, recibe el encargo de restaurar una colección de vídeo dañada en un incendio. Las cintas, grabadas 25 años atrás por una joven estudiante de cine, contienen la investigación sobre un antiguo edificio de Manhattan y los extraños sucesos que terminaron con el incendio del inmueble y la desaparición de la cineasta. Durante el proceso de restauración, Turner reconstruirá el pasado y seguirá los pasos de Pendras, pero sobre todo descubrirá que las cintas encierran algo más: la presencia de un ser oscuro y maligno que pretende regresar al mundo real.

Más allá de la calidad cuestionable de la serie —que no ha conseguido la renovación para una segunda temporada— o de su manida trama sobre las sectas satánicas, Archivo 81 es un ejemplo perfecto de la pulsión nostálgica de gran parte del entretenimiento contemporáneo. Y es que, por encima de cualquier otra cosa, sus ocho episodios son todo un homenaje a la cultura del vídeo: a las cintas, las carátulas, los reproductores, las cámaras y toda la clase de dispositivos que hace tres décadas poblaban nuestras casas y que, de un día para otro, fueron expulsados de nuestra vida. Un sistema tecnológico que configuró nuestra experiencia de la imagen en los ochenta y en los noventa y que, paradójicamente, en los últimos años ha comenzado a ser rescatado del olvido.

[La nostalgia] es un mecanismo de defensa en época de aceleración de la vida y de agitación histórica.
Svetlana Boym

Si lo pensamos bien, este rescate se relaciona con dos cuestiones fundamentales que afectan a la cultura del presente: una pulsión de materialidad que trata de contrarrestar un mundo donde todo lo sólido se desvanece en el aire y una necesidad de volver al paraíso inmóvil de la infancia en un tiempo en el que todo se mueve demasiado rápido. La primera de las situaciones la describe a la perfección Byung-Chul Han en su ensayo No-cosas: quiebras del mundo de hoy. Para el filósofo surcoreano, hemos llegado al fin de la era de las cosas para entrar en la era de los datos. Somos infómanos y hemos perdido la relación corpórea con los objetos materiales. Tal vez por eso necesitamos regresar a la magia de las cosas y recobrar una experiencia material como la que él mismo parece mantener con la gramola, a la que dedica el final del ensayo: un “medio de presencia” que se percibe como un cuerpo.

El regreso del vídeo tiene que ver sin duda con esta corporeidad de las cosas. La corporeidad de la imagen en sí, con sus imperfecciones, interferencias y ruido, pero también la de su “cosicidad-soporte”, el lugar en el que la imagen reside, casi como una reliquia: la cinta, la funda, la etiqueta, la carcasa…, todo aquello que la envuelve, incluso el lugar físico que contribuía a la experiencia social de la imagen: la cultura de videoclub, glorificada por Xavi Sánchez Pons en El almanaque del vídeo o por aarönsáez en su novela Videoclub, en la que un grupo de amigos trata de reconstruir el paraíso analógico de la infancia.

Junto al anhelo de materialidad, esta añoranza del vídeo, como la de tantas otras tecnologías obsoletas, hay que entenderla también en el contexto de la epidemia de nostalgia que asola la cultura contemporánea. En El futuro de la nostalgia, Svetlana Boym observa cómo esta emoción, que llegó a ser considerada una enfermedad durante el siglo XVII, llega en la actualidad a una expansión sin precedentes, “un mecanismo de defensa en una época de aceleración del ritmo de vida y de agitación histórica”. Cuando todo cambia y la realidad se transforma tan rápidamente, buscamos referentes y puntos fijos en algún lugar del pasado. Porque, aunque el origen del término tenga que ver con la añoranza del hogar —el dolor (algia) por el hogar (nostos)—, ese lugar al que volver es en realidad un tiempo: el presente perpetuo y feliz de la niñez.

La nostalgia se ha transformado hoy en una herramienta central del capitalismo emocional. El comercio afectivo del recuerdo, que nos lleva a consumir lo previamente consumido. El recuerdo de la felicidad del paraíso perdido y la posibilidad de volver a poseerlo. Una recuperación que también se ha convertido en una fuerte emoción política: la construcción de un pasado mítico al que retornar, la gloria perdida de un imperio que necesita ser grande de nuevo o incluso, más modestamente, una arcádica felicidad simple, como la que tenían nuestros padres o abuelos.

En la reciente compilación Neorrancios, coordinada por Begoña Gómez Urzaiz, se reflexiona precisamente sobre los peligros de esta nostalgia —que Boym denominó “restauradora”— y los modos en los que puede desembocar en un inmovilismo y un intento de restituir un mundo idílico que solo existió en la imaginación. Porque si algo caracteriza la nostalgia es precisamente eso, la construcción de un espacio-tiempo que nunca existió tal y como lo imaginamos. Quizá por eso muchos de los regresos al pasado acaban también despertando los fantasmas y removiendo todo aquel universo oculto y complejo que late bajo el paraíso imaginado.

Es curioso que muchas de las producciones nostálgicas situadas en los ochenta y los noventa desplieguen también un pasado traumático y paranormal. Series como Stranger Things, Dark, Feria: la luz más oscura o Paraíso trabajan de este modo el pasado reciente. Y en muchas de ellas, el vídeo —­la película o la cámara— se convierte en testigo o receptáculo del trauma. Es lo que sucede en Archivo 81, donde la cinta, como una suerte de lámpara maravillosa, funciona como contenedor del misterio, fetiche animado. La cinta, pero también la imagen en el televisor, con su ruido, vibración e interferencia característica. La grieta por donde se cuela el monstruo. El ruido blanco, el parpadeo, el carácter precario de la imagen que, frente a la limpieza de la alta definición, continúa siendo hoy sinónimo de la autenticidad visual.

Las tecnologías que antes nos hacían felices regresan tiempo después para atormentarnos. En ellas anida el mundo feliz, pero también el pasado traumático. Quizá este terror vintage nos sirva para contrarrestar cierta ingenuidad nostálgica, mostrando que el paraíso no fue tal, que solo nuestra memoria lo ha convertido en una arcadia. La imagen del pasado está llena de grietas, y por ellas se cuelan los fantasmas. Probablemente sea así como debamos mirar. Observando el tejido con su desgarro, el vestido hermoso con la tensión oculta de sus costuras. Tal vez solo de este modo, reconociendo las grietas, los caminos cortados, la felicidad como promesa incumplida, podamos tomar impulso para transformar el presente.

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