Maria Alyokhina, una poeta punk contra Putin

La activista rusa, que huyó hace dos semanas a Islandia, actúa en junio en España con su grupo Pussy Riot

Luis Grañena

El lugar es la Casa Blanca, una Casa Blanca de cartón piedra, la que habitan Kevin Spacey y Robin Wright en House of Cards. El año es 2015....

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El lugar es la Casa Blanca, una Casa Blanca de cartón piedra, la que habitan Kevin Spacey y Robin Wright en House of Cards. El año es 2015. Maria Alyokhina, Masha, ya ha sido encarcelada y puesta en libertad en más de una ocasión. Ha empezado a escribir su libro, un vonnegutesco libro de memorias, Riot Days, aún iné­dito en España, en el que relata: 1) de qué forma se gestó cada una de las acciones de las Pussy Riot, el colectivo feminista punk que la ha convertido en la clase de estrella que puede hacer un cameo combativo en la serie política del momento; 2) el día a día en la cárcel, dando especial protagonismo al horrendo frío que se pasa allí dentro, al maltrato sistémico y al trabajo forzado, que parece no haber cambiado un ápice desde la época de Dostoievski, y 3) su necesidad, desde niña, de no acatar ninguna norma para impedir que el mundo siga siendo de los que mandan.

El capítulo en el que tanto Masha como su compañera de lucha Nadya Tolokonnikova se niegan a brindar por Viktor Petrov, el Vladímir Putin de la serie, Lars Mikkelsen, es el tercero de la tercera temporada. El acto es un acto de protesta insertado en un producto artístico que las consideraba parte de la Historia, con mayúsculas. En realidad, cuestionadoras de la misma. “De adolescente”, relata Masha en Riot Days, “solía hacer grafitis en uno de los muros de la escuela”. El muro estaba pintado con motivos históricos que describían una Rusia que ella no había visto y en la que no creía. “Me gustó ver de qué manera los grafitis fueron ganando terreno y empezaron a mezclarse con esos episodios históricos, dando forma a otra verdad, la nuestra”, describe. Pensaba ya entonces la adolescente Masha como lo haría una activista, sin serlo aún.

Nacida en Moscú en 1988, Maria Alyokhina creció en la Rusia de los noventa, y de ella recuerda “a gente haciendo cola en todas partes, cola para conseguir comida, ropa, vales”. Algo que, dice, no ha cambiado. “Nos dicen que el país ha cambiado, pero yo sigo viendo las colas”. Hija de un profesor de matemáticas, al que no conoció hasta que cumplió los 21 años, y de una programadora que ejerció de madre soltera, odiaba el sistema educativo ruso y cambió de colegio hasta cuatro veces. “Te enseñaban a no pensar. Querían que nos limitáramos a seguir las normas. Obviamente, no me gustaba nada”, dijo en una ocasión. Poeta, actriz y madre, Masha, que estudió periodismo y escritura creativa y fue activista de Greenpeace, ha tenido siempre muy presente el legado del artista performático y bomba de relojería política Aleksandr Brener.

De hecho, la primera acción de las Pussy Riot fue en el lugar exacto en el que Brener se plantó ante el Kremlin con un par de guantes de boxeo —iba ataviado como boxeador, la imagen es mítica— y le pidió a Yeltsin que saliera a pelear. “Y éramos ocho, como los ocho disidentes de 1968″ que protestaron contra la ocupación de Checoslovaquia, recuerda. Aunque la instantánea que dio la vuelta al mundo y cambió para siempre la concepción que Occidente tenía de esa Rusia que supuestamente no tenía ya nada que ver con la soviética fue la de la catedral de Moscú. La acción que las llevó a la cárcel por primera vez. En ella, el colectivo le pide a la Madre de Dios que se vuelva feminista y libre a Rusia de Putin. Masha viste de verde y lleva un pasamontañas amarillo. Y está haciendo algo muy necesario, opina Lara Alcázar, fundadora de Femen España. “Generar un clic en la cabeza de aquel que lo ve”, dice.

“La protesta busca despertar una opinión, una serie de preguntas. Siempre ha sido necesaria, pero ahora mismo hay una emergencia. Te muestra el otro lado. En su caso, dónde están los que oprimen y dónde los oprimidos”, dice Alcázar. Que Masha esté hoy escondida en algún lugar de Islandia, después de haberse fugado de Rusia con su compañera Lucy ­Shtein, disfrazadas ambas de repartidoras, y su vida corra peligro no deja de evidenciar ese otro lado de la Historia, con mayúsculas. Alcázar señala además que cuando una mujer se dedica al activismo, transgrede muchos límites, y que, como ocurre en Femen, lo valioso de la protesta de las Pussy Riot es que no pide permiso y se basa en acciones directas y en la provocación, lo que redobla el efecto.

Carol París, editora española de El libro Pussy Riot (Roca Editorial), considera que lo más interesante del colectivo es que elimina la idea de individualidad y de sujeto. “Nos muestran de qué forma podemos convertirnos en agentes libres y activos. Todos deberíamos ser Pussy Riot”. Y sin embargo, como apunta Monika Zgustova, escritora y traductora, no podemos olvidar que Masha y el resto de las Pussy Riot “corren un peligro ­real, un peligro de que las asesinen con una bala en la frente o un sofisticado veneno, como ya ha pasado con tantas personas que le resultaron incómodas al Kremlin”. Ese peligro “proporciona valor, peso y seriedad a su mensaje”, un mensaje que, como dice Tolokonnikova en El libro Pussy Riot, tiene mucho de “cabaret político, bárbaro y primitivo”.

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