Le Pen tiene razón
La nación es lo único que tienen los que no tienen nada más. Y la nación, en Europa, es ya también el Estado de bienestar
Marine Le Pen tiene razón. Miente, pero tiene razón. Es ultraderecha pura y dura, pero tiene razón. La tiene cualquiera que afirme que esto es intolerable.
Podríamos considerar, como el presidente Emmanuel Macron, que ...
Marine Le Pen tiene razón. Miente, pero tiene razón. Es ultraderecha pura y dura, pero tiene razón. La tiene cualquiera que afirme que esto es intolerable.
Podríamos considerar, como el presidente Emmanuel Macron, que la jornada laboral de 35 horas semanales y la jubilación a los 60 años de que disfrutan los franceses constituyen un marco demasiado generoso y, dadas las expectativas de vida, insostenible a medio y largo plazo. Si no colocamos el asunto en su contexto, lo de Macron parece incluso razonable. Pero el contexto, aquí, es esencial.
Vamos con el contexto. Que se define con un simple enunciado: el 10% de la población mundial acumula el 75% de la riqueza. Y la concentración de dinero y poder en unas pocas manos sigue acelerándose. En Francia (o España), ese 10% dispone de casi el 35% de los ingresos y del 56% del patrimonio.
Se trata de un fracaso fiscal de dimensiones planetarias. Y el fracaso fiscal conlleva un fracaso político. Unos cuantos magnates cuya riqueza pasa año tras año de lo asombroso a lo obsceno dominan a la vez el desarrollo tecnológico y la nueva industria de la información (Mark Zuckerberg con Facebook, Elon Musk con Twitter, Jeff Bezos con Amazon), arrasan la competencia y, aburridos ya de mansiones, yates y aviones, se entretienen con juegos espaciales. Nos hemos acostumbrado a este espectáculo. Pero sigue siendo el gran fracaso de nuestra época.
Cada vez que alguien tan poco recomendable como Marine Le Pen defiende las pensiones, miente y dice la verdad. Miente porque la ultraderecha es siempre, en Francia y en cualquier sitio, el brazo político de las oligarquías. Dice la verdad porque, en efecto, la nación es lo único que tienen los que no tienen nada más. Y la nación, en Europa, ya no consiste solamente en la prestidigitación de banderitas, pasadas glorias y nostalgia (un truco que sigue funcionando), sino en el Estado de bienestar. Quien no tiene otra cosa, quien por más que trabaje no sale de la pobreza, cuenta al menos con esa red de protección que le permite nacer, vivir con acceso a servicios médicos, cobrar algún subsidio cuando pierde los ingresos y morir sin arruinar a sus herederos.
La defensa del Estado de bienestar y la protección de los bienes que deberían ser comunes y lo son cada vez menos (el aire, el agua, la salud, la información, la energía, la moneda) conforman el programa con que la izquierda francesa concurre a las elecciones legislativas de junio. A ambos lados del liberalismo macroniano se escucha, pese a las enormes diferencias entre Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon, un mensaje similar: esto no puede seguir así.
Como es bien sabido, el “esto no puede seguir así” suele ser calificado de populista. De derechas o de izquierdas. El acaparamiento de la riqueza; el control oligárquico de los medios de información, producción y distribución; la inmunidad fiscal (Amazon Europa no ha pagado un euro este año en su sede luxemburguesa) y el desprecio a los derechos laborales no son, en cambio, sino la evidencia de que el mundo es muy complejo, de que no hay soluciones sencillas y de que, por razones que el común de la ciudadanía no puede llegar a comprender, hay que seguir por este camino.
Esto no puede seguir así.
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