Dale otra calada al móvil
El esfuerzo de las grandes tecnológicas por ocultar al público las conclusiones sobre sus prácticas dañinas recuerdan a los métodos de la industria del tabaco
Es el paisaje habitual, pero se nos antoja extraño. De la cama al lavabo, del café al súper, del metro a la calle, todos andamos sumergidos en nuestra pantalla azul. Y un nuevo tipo de silencio —más espeso, algo viciado— está en el aire. El móvil es un show en sesión continua donde encontrar besos o insultos, una carcajada o una mueca de asco, un encargo soñado o un despido. Es una caja de Pandora que abrimos una y otra vez porque no sabemos si recibiremos un premio o un castigo. Es irresistible.
Sí, cl...
Es el paisaje habitual, pero se nos antoja extraño. De la cama al lavabo, del café al súper, del metro a la calle, todos andamos sumergidos en nuestra pantalla azul. Y un nuevo tipo de silencio —más espeso, algo viciado— está en el aire. El móvil es un show en sesión continua donde encontrar besos o insultos, una carcajada o una mueca de asco, un encargo soñado o un despido. Es una caja de Pandora que abrimos una y otra vez porque no sabemos si recibiremos un premio o un castigo. Es irresistible.
Sí, claro. Nos conectamos al móvil por necesidad, pero la mayoría de las veces lo usamos porque no podemos dejar de hacerlo. Y sentimos un vacío dentro, como en Hollow Inside, aquella canción de Buzzcocks. Pero cada vez más voces avisan que asistimos desarmados a una batalla implacable: la que se da entre nuestra pobre voluntad y una infraestructura de persuasión industrializada.
Hace tiempo que leemos estas advertencias. No hay para tanto, queremos creer. En mi móvil, en mi tableta, en todas mis pantallas mando yo, nos decimos. Pero la mayoría no sabemos nada de tecnología y muchas de las voces que denuncian estos abusos son los expertos que han construido estas herramientas de distracción masiva. “Es como si tomaran cocaína para el comportamiento y la esparcieran por toda la interfaz. Eso es lo que hace que vuelvas y vuelvas y vuelvas”, dijo Aza Raskin, exempleado de Mozilla. “Aunque no lo digamos en voz alta, deseamos en secreto que todos y cada uno (de los usuarios) se enganchen diabólicamente a nuestro producto”, reconoce Nir Eyal en su libro Enganchado. “El scroll del móvil está basado en el diseño de máquinas tragaperras, porque están específicamente diseñadas para mantenerte pegado a ellas el mayor tiempo posible”, según Adam Alter, autor de Irresistible. ¿Quién nos ha convertido en yonquis tecnológicos?
No hay lenguaje para esto
James Williams es una de esas mentes brillantes. Trabajó en Google hasta que tomó conciencia del impacto del diseño adictivo de algunas tecnologías digitales. Pensó que era un tema urgente del que hablar, pero se dio cuenta de que aún no había lenguaje para entender lo que estamos viviendo. Entonces dejó la compañía y se largó a la Universidad de Oxford. “¿Por qué vas a un lugar tan viejo para estudiar algo tan nuevo?”, le preguntó su madre, según relata Williams en su libro Clics contra la humanidad. Libertad y resistencia en la era de la distracción tecnológica (Gatopardo Ediciones). La respuesta es que marchó para adquirir herramientas de análisis sobre el estrecho margen de libertad que nos deja la turboeconomía de la atención. Para Williams, estamos ante un tiempo nuevo, lleno de hiperoptimismo e ignorancia ante las consecuencias de este tipo de economía. Y debemos pensar sobre ello y actuar al respecto, o llegaremos a “un punto sin retorno que nos puede llevar a la indigencia intencional”, advierte.
“El ‘scroll’ del móvil está basado en el diseño de máquinas tragaperras para mantenerte pegado”Adam Alter, ensayista
Creemos que nuestra voluntad es estar conectados e informados, pero estamos enganchados a la secuencia rítmica diseñada por las plataformas digitales, según explica Marta Peirano en su libro El enemigo conoce el sistema. Como Williams, Peirano cuestiona la retórica de la inevitabilidad de la tecnología digital como destino unívoco. Y subraya que vivimos atrapados en un bucle digital por pura decisión empresarial de las grandes tecnológicas, esas que explotan nuestra atención manipulando nuestra vibración más humana: el deseo de pertenencia.
Un camino nuevo
La vida es juego y distracción, dice un proverbio árabe. A nuestra mente le gusta correr en todas direcciones, sin sentido, y está bien que así sea. Pero una cosa es distraerse a escala humana y otra tratar de sobrevivir en un ecosistema que usa las tecnologías de persuasión avanzadas para quebrar nuestra voluntad. En Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención, Jenny Odell recuerda que el esfuerzo de atención —ese que trata de domar la deriva del pensamiento hasta que este se mantiene firme y se desarrolla sobre un objeto concreto— es un acto fundamental de nuestra voluntad. Son nuestros frágiles planes, nuestro rumbo. Pero los humanos estamos preparados para gestionar la escasez, no la abundancia, y por eso entre el infinito digital y el viejo mundo analógico hay que construir un tercer espacio. Un camino nuevo. “Necesitamos distancia y tiempo para ser mínimamente funcionales, para hacer o pensar algo mínimamente significativo”, reflexiona Odell.
Algoritmos y cigarrillos
Paseando por una exposición sobre la publicidad de cigarrillos en los inicios del siglo XX en la Fundación Vila Casas de Barcelona, un cartel llama la atención: es la imagen de una dulce madre ofreciendo un pitillo a su hijo. El asombro lleva a la risa, pero después pensamos que no es tan raro. Al fin y al cabo, hasta hace apenas unas décadas el cigarrillo era un símbolo de modernidad. Por eso las tabacaleras fueron una de las industrias más poderosas del mundo, un negocio que creció libre y tramposo hasta que se legisló el uso del tabaco. Hasta entonces, el cigarrillo —que hizo felices a muchos y destruyó la salud a tantos— era omnipresente en bares, calles, oficinas, lavabos y dormitorios. Las empresas tabacaleras de ayer —como las empresas tecnológicas hoy— fueron imperios que definieron su propia contemporaneidad. Revolucionaron hábitos sociales usando la publicidad como principal herramienta de penetración, y su poder fue tal que fuerzan (forzaron) nuevos debates y legislaciones al respecto. Del envolvente humo de los cigarrillos se acordó el senador demócrata por Connecticut (EE UU) Richard Blumenthal al escuchar a Frances Haugen, miembro del departamento de integridad cívica de Facebook, testificar en el Congreso contra la compañía. Ante la retahíla de abusos, Blumenthal dijo que las maniobras del gigante tecnológico le parecían “sacadas de una página del manual de la industria del tabaco” por ocultar al público sus propias investigaciones sobre prácticas dañinas.
Hoy como ayer nos encontramos ante un nuevo paradigma ante el que hay que usar la democracia para controlar los excesos y crear nuevos derechos, advierte Shoshana Zuboff en La era del capitalismo de la vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder (Paidós). Como el Far West, es un paisaje nuevo sin ley, y solo la suma de decisiones personales y la presión social conseguirán articular nuevas reglas de juego para este nuevo mundo. Todos tenemos el derecho a encender un cigarrillo y mirar el móvil desde que abrimos los ojos por la mañana, pero también tenemos derecho a saber de qué están hechos los artefactos que condicionan nuestras vidas.
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