Escenarios gelatinosos

La extrema derecha se presenta con un aura de incorrección que atrae a una parte de la juventud

Seguidores del grupo de extrema derecha Aurora Dorada en Atenas, en 2019.ANDREAS SOLARO

El año 2022 abre una etapa política distinta, caracterizada por la emergencia de una extrema derecha muy potente en el Parlamento; la cantonalización de la Cámara a través de la aparición de partidos locales; la subsidiaridad de las formaciones políticas que emergieron con el apellido de “nueva política”, y quizá la concreción de ese magma experimental en forma de plataforma que puede liderar la actual vicepresidenta Yolanda Díaz. Un escenario gelatinoso que conlleva la desaparición estr...

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El año 2022 abre una etapa política distinta, caracterizada por la emergencia de una extrema derecha muy potente en el Parlamento; la cantonalización de la Cámara a través de la aparición de partidos locales; la subsidiaridad de las formaciones políticas que emergieron con el apellido de “nueva política”, y quizá la concreción de ese magma experimental en forma de plataforma que puede liderar la actual vicepresidenta Yolanda Díaz. Un escenario gelatinoso que conlleva la desaparición estructural de los gobiernos monocolor, y una enorme fragilidad de las coaliciones de Gobierno por la mayor fragmentación parlamentaria.

De todos estos elementos, el dominante es la presencia poderosa de la extrema derecha en España, en línea con lo que está sucediendo en otros países europeos. Un conglomerado de argumentos conforma estos escenarios. Hace unos días se presentó en el Instituto Elcano el estudio Divisiones políticas y desigualdades sociales, con una de sus autoras, Clara Martínez-Toledano. Este artículo examina la transformación del voto por características socioeconómicas (renta, nivel educativo, riqueza, religión, raza, edad, género…) de 50 países. Se puede afirmar que en España la edad de los electores es clave para la determinación de su voto, y que en muchos casos aquella divide más que la renta o la educación: los nuevos partidos, en declive o emergentes, concentran la mayor parte de los votantes de menos de 50 años. Algo que está sucediendo —todavía más en otros países que en España— es que los ciudadanos mejor educados (que, lógicamente, se corresponden con los de niveles de renta pudientes) se inclinan por los partidos socialdemócratas más que por los de la derecha tradicional. Atentos a esta tendencia que supondría una cierta esquizofrenia ideológica.

Acaba de salir un sugerente libro titulado ¿La rebeldía se volvió de derecha? (Clave Intelectual), del historiador argentino Pablo Stefanoni. Analiza el incremento constante de una extrema derecha que pretende cambiar el mundo con combinaciones heterogéneas de nacionalismo radical, posiciones anti Estado, xenofobia, racismo y misoginia, aunque también con guiños a la comunidad LGTBI y al ecologismo, con el objeto de disputar estas banderas a la izquierda. Esas derechas alternativas se presentan con un aura de incorrección política y novedad que atrae a una parte de la juventud. El mundo de la posindignación se está vinculando a este segmento ideológico que, en algunos casos, se apodera de banderas antisistema y anti statu quo.

La extrema derecha se dice anticomunista en una coyuntura en la que apenas hay comunistas. Entiende que el marxismo perdió la batalla de la economía y el comunismo se derrumbó, pero ganó la batalla de la cultura, lo que se manifiesta en la literatura, el arte, los medios de comunicación…, lo que antes se denominaban aparatos ideológicos del Estado (el “marxismo cultural”). Con esta combinación de valores e ideas, muchas veces expuestas sin necesidad de sostenerlas con datos ciertos y contrastados, han de confrontarse la democracia liberal, la derecha tradicional (peligrosamente arrastrada a las posiciones ultras) y las distintas izquierdas, que parecen sufrir una suerte de parálisis de la imaginación. Como escribió Tony Judt, “estamos intuitivamente familiarizados con los problemas de la injusticia, la falta de equidad, la desigualdad y la inmoralidad, sólo que hemos olvidado cómo hablar de ellos”.

Si el futuro aparece como una amenaza y no como una oportunidad, lo más sensato es defender lo que existe: las instituciones que tenemos, el Estado de bienestar y la democracia, aunque esté desnaturalizada por el poder del dinero. Se trata de conservar. Las izquierdas se hallan encerradas con frecuencia en una lucha por defender el capitalismo tal como es (malo), frente al capitalismo tal como amenaza en convertirse (peor), lo que las convierte en defensoras del sistema.

Como ha dicho alguien, “todos nos hemos convertido en fukuyamistas”. Para reaccionar habrían de combinar las demandas de reconocimiento (identidad) con las demandas materiales (redistribución), para volver a conectar con sus graneros habituales de votos y disputárselos a una extrema derecha que, se quiera o no, forma parte ya del paisaje de nuestro tiempo.

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