Ricardo Rodrigo, el editor guerrillero señalado por Vox
El dueño del grupo editorial RBA es denostado por el partido ultraderechista debido a unas viñetas en ‘El Jueves’
Ricardo Rodrigo tiene un recorrido vital más que curioso. En el año 1963 era un joven que se formaba como guerrillero en Cuba, en la base de Escambray, en plena selva. Pasó allí dos años largos. “Tuve una muy buena preparación militar”, dijo en una charla con EL PAÍS en 2007, donde admitía que participó en la guerrilla. Su destino en aquellos días era Bolivia; su objetivo, sumarse al grupo del Che Guevara. Pero el asesinato del icono de la revolución cubana llevó a que se le confiara la lucha revolucionaria en un...
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Ricardo Rodrigo tiene un recorrido vital más que curioso. En el año 1963 era un joven que se formaba como guerrillero en Cuba, en la base de Escambray, en plena selva. Pasó allí dos años largos. “Tuve una muy buena preparación militar”, dijo en una charla con EL PAÍS en 2007, donde admitía que participó en la guerrilla. Su destino en aquellos días era Bolivia; su objetivo, sumarse al grupo del Che Guevara. Pero el asesinato del icono de la revolución cubana llevó a que se le confiara la lucha revolucionaria en una zona rural de Argentina. “Propaganda armada”, así la definió en el libro de Sergio Vila-Sanjuán Pasando página: autores y editores en la España democrática (2003).
Ese pasado aguerrido hace que uno de sus exempleados diga: “No van a asustarle. Viene de una vida muy dura que le ha enseñado a no tener miedo de llegar en todo hasta el final”. El pasado martes, Rodrigo, dueño de la editorial RBA, fue señalado por Vox, en un tuit, por ser el editor de la revista El Jueves, donde se satiriza al partido ultraderechista.
Nacido en Buenos Aires hace 74 años, es una persona con “una gran capacidad de análisis y muy frío”, según cuenta otro excolaborador suyo. Lo primero que hace por las mañanas, temprano, es diseccionar la prensa. Entonces repasa la veintena de publicaciones de RBA, primer editor español de revistas (Lecturas, Semana, National Geographic…) y quinto grupo editorial. Su espacio de trabajo es un reflejo de su personalidad: ni un papel en la mesa. “No los necesita. Él dirige: se reúne una vez a la semana con los comités, de revistas, libros y coleccionables, y siempre delega la gestión, pero lo controla todo”, coinciden trabajadores suyos. Esas reuniones le gustan porque, gran conversador, disfruta con los tête-à-tête: “No es refractario a decisiones colegiadas, pero hay que llevarlas a rajatabla hasta el final”, cuentan esas fuentes —ninguna se ha querido identificar—.
La vida le ha conducido a decisiones raudas: hijo de abogado porteño “de clase media en una Argentina decadente” (como recalcó en 2006 en una entrevista en La Vanguardia), a los 15 años militaba en la izquierda, se casó a los 17 y tuvo a su primer hijo, Juan Manuel, con 19, mientras estudiaba Derecho. La “propaganda armada” le obligó a dejar Argentina en 1971. Aterrizó sin oficio ni beneficio y con mujer y dos hijos en Barcelona, donde algún compatriota le conectó con Carlos Barral y la editorial Bruguera. Allí empezó como corrector en 1973 y en tres años llegó a directivo. Y allí se hizo amigo de Gabriel García Márquez, avalado por su pasado guerrillero y la relación con su agente, Carmen Balcells. “Fue un visionario en el filón de la literatura de quiosco y los coleccionables; sabe separar lo que le gusta a él de lo que interesa al gran público”, dicen quienes conocen su voracidad lectora por la filosofía y el psicoanálisis.
RBA empezó prestando servicios editoriales. La fundó en 1981 con su amigo Roberto Altarriba y con Balcells, equipo ambicioso e imbatible hasta que ésta cedió sus acciones a José Manuel Lara Bosch en 1984. En ese año nació Planeta DeAgostini, de la que Rodrigo fue primer consejero delegado, hasta 1991. “En la guerrilla aprendí a sobrevivir, algo muy útil en los negocios”, confesó a La Vanguardia. Al recomprar las acciones a Lara, ambos se convirtieron en silenciosos enemigos. Dio con la piedra filosofal al lanzar la primera edición internacional de National Geographic.
Le rodea cierto halo de misterio, por su pasado. Su círculo de confianza es reducido. “Es cariñoso, pero puede perder la confianza muy rápido”, coinciden personas que trabajaron a su cargo. “No le gusta el vedetismo”.
Se le considera un gran anfitrión: si organiza algún evento de trabajo, es el último en marcharse; y prohíbe los postres en las comidas para que los invitados tengan libertad de irse cuando quieran. Entre esos invitados fue asiduo el exalcalde de Barcelona Pasqual Maragall. Es su amigo íntimo, así como lo es parte de la plana mayor del PSC. Afinidad lógica en un socialdemócrata con buenas relaciones con los nacionalistas, aunque el procés le disgustó.
Rodrigo está cómodo en Cataluña: cree que es de los pocos lugares donde funciona —silencioso— el ascensor social. “Le molestan las indiscreciones, es muy reservado”, dice otro excolaborador. Poco se sabe de él: viste siempre de traje, va al gimnasio y se mueve con chófer.
La guerrilla le curtió, pero eso no ha sido lo más duro en su vida. Falleció su primera esposa y, en 2019, su primogénito, con 47 años. En el negocio siguió su hija mayor, Ana, directora general de revistas. Y tuvo un encontronazo con Hacienda en 2006: admitió haber defraudado 2,3 millones de euros. Fue multado con 1,5 millones, pero no llegó a ir a la cárcel porque pactó otra sanción adicional de 100 euros al día durante cuatro años. Parecía que nada iba a consolarle. Ni siquiera los pinitos de Gabriel, el mayor de los dos hijos de su segundo matrimonio, como piloto de Moto3, para el que creó RBA Racing Team y al que sigue por medio mundo.
Como dueño de RBA, rechazó dos ofertas por una parte de su imperio porque “quería deshacerse de todo”. Pero, el pasado mayo, aceptó una por solo tres sellos. “Se recupera”, dicen quienes le tratan últimamente.
El tuit de Vox no le habrá asustado.
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