El éxito póstumo de Bin Laden
Al Qaeda, consolidada y expandida como estructura yihadista global, está en su mejor momento desde el 11-S
Para entender por qué la situación actual de Al Qaeda es un éxito de Osama Bin Laden una década después de muerto, es preciso conocer qué hizo en los 10 años anteriores a su abatimiento por fuerzas especiales de la Armada de Estados Unidos, el 2 de mayo de 2011, en la localidad paquistaní de Abbottabad. Para empezar porque, tanto en círculos académicos y periodísticos como entre servicios de información e inteligencia, se extendió la falsa idea de que, tras la reacción estadounidense a ...
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Para entender por qué la situación actual de Al Qaeda es un éxito de Osama Bin Laden una década después de muerto, es preciso conocer qué hizo en los 10 años anteriores a su abatimiento por fuerzas especiales de la Armada de Estados Unidos, el 2 de mayo de 2011, en la localidad paquistaní de Abbottabad. Para empezar porque, tanto en círculos académicos y periodísticos como entre servicios de información e inteligencia, se extendió la falsa idea de que, tras la reacción estadounidense a los atentados del 11 de septiembre de 2001 que privó a Al Qaeda de su santuario afgano, la organización yihadista dejó de existir como tal para no ser más que una ideología en una mera etiqueta a libre disposición de grupos yihadistas que actuaban como un movimiento amorfo y sin liderazgo. Se distorsionó así la percepción de una realidad que fue bien distinta.
Esa realidad bien distinta consistió en que, a lo largo de la década previa a su desaparición, Osama Bin Laden ejerció como líder de Al Qaeda. Aunque las circunstancias de su liderazgo cambiaron a partir de 2006, una vez trasladado al recinto donde cinco años más tarde perdió la vida, nunca estuvo aislado del mundo ni desconectado de sus subordinados, a quienes trasladaba directrices sobre cuya aplicación era informado. Mediante este liderazgo consiguió, en primer lugar, que la organización yihadista sobreviviera a un escenario muy adverso, que extendiera sus ámbitos de influencia a lo largo del mundo islámico y que continuase siendo una amenaza para las sociedades occidentales. Esos tres logros de Osama Bin Laden como máximo dirigente de Al Qaeda en los 10 años que precedieron a su muerte permiten entender su éxito póstumo.
A fin de que Al Qaeda sobreviviera, Osama Bin Laden dispuso que dejase de ser una entidad unitaria para transformarse en una estructura global descentralizada, con un mando central que se reubicó en el noroeste de Pakistán a finales de 2001. Así fueron apareciendo sus ramas territoriales. En el caso de la primera, Al Qaeda en la Península Arábiga (AQAP), a partir de sus propios activistas en la región. En el caso de las siguientes, concretamente de Al Qaeda en Irak (AQI) y de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), como resultado de procesos diferenciados de fusión con grupos yihadistas ya existentes en las zonas donde operarían las nuevas ramas de la estructura global. En 2010, Osama Bin Laden aceptó que Al Shabab fuese la rama de Al Qaeda en el este de África, lo cual se divulgó después de su muerte.
En 2013, sin embargo, el sucesor de Osama Bin Laden, Ayman al Zawahiri, repudió a la rama iraquí, que fue expulsada de Al Qaeda. Esa rama era la única de las existentes con anterioridad a la desaparición de Osama Bin Laden cuyo directorio desoía repetidamente sus directrices, sobre todo respecto a la designación de chiíes como banco de atentados o a una desmedida práctica del takfir por la cual se ejecutaba a musulmanes acusados de apostasía. Tras ser apartada de Al Qaeda, la otrora rama iraquí se configuró como Estado Islámico para rivalizar por la hegemonía del yihadismo global. Pero su capacidad para competir con Al Qaeda mermó al fracasar en el intento de consolidar y expandir el califato que proclamó sobre amplios territorios de Siria e Irak. Un califato que fue denostado por Al Qaeda.
Al final, lo que se ha consolidado y expandido, transcurridos 10 años desde la muerte de Osama Bin Laden, es la Al Qaeda como estructura global descentralizada que su fundador imaginó. A las ramas que ya existían se sumó otra en Siria, además de Al Qaeda en el Subcontinente Indio (AQSI) y el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes (GAIM), rama de la organización terrorista en África Occidental. No es que Al Qaeda desdeñara oportunidades para establecer un dominio territorial propio. En 2012 lo mantuvo en el norte de Malí, bajo la dirección de AQIM y mediante el concurso de dos organizaciones asociadas que unos años después contribuirán a formar el GAIM. Pero ni se configuró a modo de califato —lo que para Al Qaeda es un objetivo a largo plazo— ni se recurrió a la brutalidad takfirí que poco después exhibirá el Estado Islámico en Siria e Irak.
El enfoque que tanto desde el mando central de Al Qaeda como desde sus ramas territoriales se ha dado a la relación con las poblaciones del mundo islámico —especialmente donde la autoridad estatal es débil y hay conflicto armado— ha favorecido que la estructura yihadista global continúe estableciendo numerosas alianzas con grupos afines, milicias islamistas o tribus locales. Al desarrollo de estas alianzas había instado Osama Bin Laden a sus lugartenientes y a los dirigentes de las ramas territoriales de Al Qaeda en la década previa a su muerte, con el propósito de recuperar apoyos sociales y avanzar intereses estratégicos en África, Oriente Medio y el sur de Asia. Esta tupida urdimbre se extiende actualmente de Malí a Somalia, de Afganistán a Bangladés, de Siria a Yemen.
Para que Al Qaeda continuase siendo una amenaza en las sociedades occidentales, Osama Bin Laden tomó en vida dos decisiones. Por una parte, ordenó al mando de operaciones externas de la estructura yihadista global que facilitara la preparación de atentados en Europa o en Norteamérica junto a organizaciones asociadas con miembros o simpatizantes sobre el terreno, como ocurrió con el Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM) en el caso de los atentados del 11-M en Madrid. Por otra, autorizó que alguna rama territorial de Al Qaeda fuese fuente de amenaza terrorista fuera de sus demarcaciones de actuación. AQAP, en particular, intervino en varias tentativas de atentado en Estados Unidos y lanzó una campaña de propaganda para instigar la ejecución de actos de terrorismo por parte de actores solitarios.
Sin embargo, Osama Bin Laden había dejado de considerar temporalmente prioritarios esos atentados en sociedades occidentales para que —como escribió en mayo de 2010, un año antes de ser abatido— Al Qaeda entrara en una “nueva fase” que “corrigiera errores” y permitiera “recuperar la confianza de gran parte de quienes habían dejado de confiar en los yihadistas”. Esta directriz la plasmó su sucesor, Ayman al Zawahiri, en las Líneas generales de yihad que hizo públicas en 2013. Al Qaeda cuenta hoy con varias decenas de miles de combatientes activos en zonas en conflicto donde entremezclan sus intereses con los de las comunidades locales. Está en su mejor momento desde el 11-S y debe ser considerada de nuevo una grave amenaza terrorista para el mundo occidental en general y las sociedades europeas en particular. Es el éxito póstumo de Osama Bin Laden.
Fernando Reinares es director del programa sobre radicalización violenta y terrorismo global en el Real Instituto Elcano, y autor del libro ’11-M. La venganza de Al Qaeda’ (Galaxia Gutenberg, 2021).