Nos vemos dentro de 10.000 muertos

El sistema no para de enviar constantes señales de insostenibilidad social y ambiental

Sanitarios administran la vacuna AstraZeneca en el pabellón deportivo del SADUS de la Universidad de Sevilla.PACO PUENTES

Al repetir de carrerilla lo de la responsabilidad del Gobierno en los 100.000 muertos por la covid y los 30.000 viejecitos de las residencias, Pablo Casado, el líder del PP, banaliza los costes de la pandemia. Y al convertir ese argumento en arma electoral, como hizo en la sesión de control del Congreso de los Diputados del pasado martes, lo trivializa aún más. Ya se lo advirtió un Pedro Sánchez de colmillo retorcido. Con estas posiciones es lamentablemente cada vez más difícil que Gobierno y oposición trabajen juntos en la contención definitiva del coronavirus, o en achicar la enfermedad si l...

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Al repetir de carrerilla lo de la responsabilidad del Gobierno en los 100.000 muertos por la covid y los 30.000 viejecitos de las residencias, Pablo Casado, el líder del PP, banaliza los costes de la pandemia. Y al convertir ese argumento en arma electoral, como hizo en la sesión de control del Congreso de los Diputados del pasado martes, lo trivializa aún más. Ya se lo advirtió un Pedro Sánchez de colmillo retorcido. Con estas posiciones es lamentablemente cada vez más difícil que Gobierno y oposición trabajen juntos en la contención definitiva del coronavirus, o en achicar la enfermedad si llegan, como algunos científicos prevén, nuevas olas asesinas.

Son desoladores tanta frivolidad y sectarismo. Conducen al desistimiento político. El alejamiento de posiciones conjuntas en situación tan excepcional recuerda la frase de un jefe guerrillero de las FARC que en 1992, después del fracaso de las negociaciones con el Gobierno colombiano, se despidió, hastiado de sus interlocutores, diciéndoles: “¡Nos vemos dentro de 10.000 muertos!”. La pandemia condiciona de modo agudo la vida cotidiana, y en muchos casos actúa como un acelerador de metamorfosis que estaban latentes. Muchos de los efectos que se imputan a la covid tienen su origen más atrás, en un sistema que hace tiempo lleva enviando señales de clara insostenibilidad ambiental y social. En este sentido, la enfermedad actúa como una especie de lupa que agranda la visión de nuestros problemas y puntos débiles.

La covid lleva un año condicionando la forma de estar: se han perdido centenares de miles de vidas y muchos billones de euros con la parálisis de la economía mundial. Los ciudadanos han de prepararse para lo que sigue por delante: crisis económica, social y política de efectos inimaginables, por arriba o por abajo. Muchos de ellos no contienen ya el deseo frenético de volver al mundo de antes: poseer empleo, desarrollar su pequeño o grande negocio, recuperar su nivel de vida anterior, la necesidad de consumir, de viajar, etcétera. Los más concienciados tienen en cuenta los intereses de las generaciones futuras. El político francés Jacques Attali, consejero del presidente socialista François Mitterrand, considera intolerable hacer padecer por nuestras responsabilidades a los niños de hoy, con otra pandemia dentro de una década, una dictadura dentro de 20 años, un desastre ecológico dentro de 30, o dejarlos endeudados desde la cuna hasta la tumba (La economía de la vida. Prepararse para lo que viene, Libros del Zorzal). Attali cree que habrá en el futuro inmediato una batalla despiadada entre los que querrán volver al mundo de antes y los que habrán comprendido que eso ya no es posible.

Mientras tanto, los sistemas sanitarios, agredidos por los recortes de la Gran Recesión de la década anterior, se enfrentan a una debacle para la que no están preparados. Por ejemplo, la nueva generación de fármacos que la industria tiene en su tubería de producción son cada vez más eficaces pero también más caros, en unos Estados de bienestar tambaleantes. Esto lo diferencia de pandemias anteriores. En su libro Un mundo en la lavadora (Catarata), nuestro Javier Sampedro escribe sobre los efectos de la gripe española en un pueblo de esquimales: “Aquel 15 de noviembre [1918], cuando murió el primer esquimal, el virus ya se había propagado por medio planeta, alojado en los pulmones de miles de soldados que habían sobrevivido a la artillería solo para ganarse otra muerte igual de segura. (…) La gripe viajó más lejos que la guerra”.

La inquietud que multiplican debates como los citados al principio conlleva la posibilidad de una progresión antipolítica en la que, en medio de un ambiente de desafección (o de desatención), se impongan medidas y prácticas autoritarias que preconizan la xenofobia y la ausencia de reglas del juego como método de actuación. Los partidarios de ellas, que ya están entre nosotros, sostendrán que los demócratas no fueron capaces de resolver las crisis que sufren los ciudadanos. Actitudes como la de Pablo Casado no son inanes y se lo llevarán por delante.

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