Pico della Mirandola: la libertad radical de ser humano
El filósofo renacentista escribió con solo 23 años un ambicioso manifiesto sobre la dignidad del hombre que hoy revisita Carlos Goñi
El filósofo de la concordia fue, en una época llena de “primeros”, como señala el historiador Peter Burke, el primero en definir al ser humano en términos de libertad. Según pone de manifiesto al principio del Discurso inaugural, no le satisfacen del todo los argumentos que hasta la fecha se han esgrimido sobre la excelencia de la naturaleza humana, que consideran al hombre intermediario de las criaturas, emparentado con las superiores y rey de las inferiores, alaban la perspicacia de sus se...
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El filósofo de la concordia fue, en una época llena de “primeros”, como señala el historiador Peter Burke, el primero en definir al ser humano en términos de libertad. Según pone de manifiesto al principio del Discurso inaugural, no le satisfacen del todo los argumentos que hasta la fecha se han esgrimido sobre la excelencia de la naturaleza humana, que consideran al hombre intermediario de las criaturas, emparentado con las superiores y rey de las inferiores, alaban la perspicacia de sus sentidos, la penetración de su razón y la luz de su inteligencia, y lo tienen por “cópula del mundo”, pues en él se cruzan la eternidad y el tiempo. Todo eso, es verdad, lo hace grande entre las criaturas, pero no justifica que excite la máxima admiración, mayor aun que la que causan los ángeles y los coros celestiales. ¿Qué tiene, pues, el ser humano para que con todo derecho sea admirado y considerado como un gran milagro y un animal admirable? A esa pregunta responderá a lo largo de su Discurso. “Cuando el sumo Padre y arquitecto hubo creado el mundo”, dice Pico, “no halló entre los arquetipos ninguno que le sirviese de modelo para fraguar el nuevo linaje de los hombres, todo estaba ya distribuido; así que estableció, al fin, que al que no le podía dar nada como propio compartiese todo lo que había asignado a los demás”. Así es como recibió el ser humano una “hechura indefinida”. A su Creador se le habían “acabado” los modelos, por lo que lo colocó en el centro del mundo y lo hizo modelo de toda la creación (Protágoras lo consideraba “medida de todas las cosas”). Según imagina el joven conde, le habló de esta manera:
“No te dimos, oh, Adán, ni un puesto determinado, ni un aspecto propio, ni un oficio peculiar, para que el puesto, el aspecto y los oficios que desees los tengas y poseas libremente. La naturaleza limitada de las demás cosas ha sido contenida por las leyes que nosotros hemos prescrito. Tú, libre de estrechas sujeciones, te la definirás según tu propio arbitrio, al cual te entregué. Te puse en mitad del mundo para que miraras más cómodamente a tu alrededor y vieras todo lo que hay en él. No te hicimos ni celeste, ni terrestre, ni mortal ni inmortal, para que, casi libre y soberano, te moldees y te esculpas la forma que prefieras de ti mismo. Podrás degenerar en lo inferior, donde están los brutos; podrás regenerarte, por tu voluntad, en las cosas superiores, donde habita lo divino”.
Este ser inacabado que es el hombre, que tiene que moldear y esculpir su naturaleza y hacerse a sí mismo, dispone para ello de un don divino que es la libertad. Sin ella, estaría encerrado en los límites de su propio ser y no podría sino ser un animal más constreñido a una naturaleza fija e inmutable. Pero la libertad le hace indefinido, con todo lo que ello conlleva, pues tanto podrá degenerar en lo inferior como regenerarse en lo superior.
Pico va mucho más allá de la idea, que en nuestros días presentan por activa y por pasiva cientos de libros de autoayuda, de que cada cual se labra su propio futuro, que somos dueños de nuestra existencia, que debemos tomar las riendas de nuestra vida, etcétera. Su planteamiento es radical, antropológico y ontológico: lo que nos constituye como seres humanos es la libertad, es decir, que justamente nada nos constituye, porque, en palabras de Pico, la suma generosidad del Creador le ha concedido al hombre “tener lo que desea, ser lo que quiere”. El resto de los animales tienen inscrito en sus genes lo que van a ser, incluso los espíritus superiores no pueden ser por toda la eternidad sino lo que desde el inicio son. En cambio, en los seres humanos puso Dios, desde su nacimiento, “semillas de toda clase y gérmenes de todo género de vida”, de modo que, lo que cada cual cultivare eso fructificará. Si nos dejamos llevar por nuestra parte vegetativa, nos convertiremos en vegetales; si nos quedamos en lo sensual, nos embruteceremos; si usamos la razón, seremos animales celestes, y si cultivamos la inteligencia, nos convertiremos en ángeles e hijos de Dios.
Pongamos un ejemplo, aunque no sea de Pico. Si queremos sembrar petunias, por ejemplo, compraremos semillas, que suelen comercializarse en sobrecitos con la foto de petunias, que nos indica exactamente cómo serán las flores cuando crezcan. Puede ocurrir que las semillas se hielen o que no germinen por cualquier otro motivo, pero si lo hacen, salen igual que en la foto. Porque todas las petunias son iguales, están determinadas a ser de una misma manera: cada petunia repite con exactitud la forma de ser de las petunias. Cada ser humano, en cambio, es una novedad radical: nos resulta imposible hacer una previsión exacta de lo que va a ser, cada persona debe “inventar” la humanidad y hacerlo a su manera. Por eso todas las petunias son iguales, y por eso cada persona es diferente. La naturaleza nos ha dejado inacabados para que podamos “inventar” la humanidad.
El resto de la creación, continúa Pico, tiene marcado su destino, tiene una naturaleza fija, salvo el hombre. La grandeza del hombre tiene su origen en esta libertad, que le hace superior incluso a los propios ángeles, cuya elección una vez tomada es inamovible. Esta tesis de la superioridad del hombre sobre los ángeles no era compartida por el pensamiento escolástico; para Tomás de Aquino, por ejemplo, los ángeles tienen libre albedrío y, además, “en ellos es más sublime que en los hombres, puesto que es más sublime su entendimiento”. Ningún autor hasta entonces había pensado la libertad tan de raíz, pues no se trata de una libertad para obrar, sino para ser; no una libertad para hacer, sino para hacerse: una libertad para “inventarse”.
“¿Quién?”, se pregunta Pico, “¿no admirará a este nuestro camaleón? ¿O hay acaso algo más digno de admiración?”. La imagen del camaleón fue usada ya por Aristóteles en la Ética a Nicómaco, pero nuestro autor la utiliza con una fuerza inusitada, ya que no está hablando desde un plano ético, sino ontológico: el ser humano es constitutivamente un camaleón, un ser que puede llegar a ser desde una planta hasta un ángel, en palabras del príncipe Della Mirandola, “un espíritu augustísimo revestido de carne humana”.
El filósofo de la concordia usa también la imagen de Proteo, dios de la isla de Faros, encargado de apacentar los rebaños de focas y otros animales marinos de Poseidón, capaz de metamorfosearse tanto en otro animal como en un elemento, agua o fuego. Rescata a su vez un dicho caldeo que mantiene que el hombre es “animal de naturaleza mudable, multiforme y saltarina”. Pico escribe desultoriae naturae, que traducimos como “de naturaleza saltarina”. Desultorius es la cualidad que tiene el desultor (jinete que salta de un caballo a otro) de realizar ejercicios de equitación sin estribos. Eso es el ser humano, un desultor que puede saltar por encima de su propia naturaleza. Pero ya que nacemos con la posibilidad de ser lo que queremos ser, tenemos el deber de no defraudar a quien nos ha otorgado tal posibilidad. Esta responsabilidad nos debe llenar de la “santa ambición” de no contentarnos con las cosas mediocres, sino que anhelemos las más altas y luchemos por conseguirlo con todas nuestras fuerzas. “Si queremos”, nos exhorta Pico, “podemos”. Engelbert Monnerjahn resume el concepto piquiano de libertad en tres rasgos. Primero: la indeterminación de un ser de infinitas posibilidades. Segundo: la capacidad que tiene el ser humano de elegir libremente. Tercero: el carácter creador de la libertad humana. El hombre, gracias a su capacidad de libre elección, se va creando a sí mismo en cuanto va forjando su propio destino. Estos tres rasgos resumen a la perfección el nuevo concepto de libertad que inaugura Pico della Mirandola.
Carlos Goñi (Pamplona, 1963) es doctor en Filosofía. Este texto es un adelanto de ‘Pico della Mirandola’, de la editorial Arpa, que se publica el próximo 26 de agosto.