“Si conduces este coche morirás en una semana”: el ‘jedi’ que predijo el último viaje de James Dean
Un 23 de septiembre de 1955 el actor Alec Guinness se encontró casualmente con la joven estrella en un restaurante. Dean le enseñó su nuevo coche de carreras y Guinness tuvo un mal presentimiento. El resto es historia del siglo XX
El 23 de septiembre de 1955 un hombre predijo la muerte de alguien a quien no había visto antes con una frase demoledora: “Si conduces este coche, morirás dentro de una semana”. Siete días después, la predicción se cumplió. Este suceso podría formar parte de una novela de Stephen King como La zona muerta ―cuyo protagonista puede prever lo que va a suceder en el futuro―, pero no es parte de la imaginación de un escritor, sino un hecho real que conocemos porque sus protagonistas son dos leyendas del cine: ...
El 23 de septiembre de 1955 un hombre predijo la muerte de alguien a quien no había visto antes con una frase demoledora: “Si conduces este coche, morirás dentro de una semana”. Siete días después, la predicción se cumplió. Este suceso podría formar parte de una novela de Stephen King como La zona muerta ―cuyo protagonista puede prever lo que va a suceder en el futuro―, pero no es parte de la imaginación de un escritor, sino un hecho real que conocemos porque sus protagonistas son dos leyendas del cine: James Dean (Indiana, 1931-California, 1955) y sir Alec Guinness (Londres, 1914-Midhurst, 2000).
Hace hoy 66 años, el actor británico y la guionista Thelma Moss acababan de llegar a Los Ángeles desde Copenhague. Tras 16 horas de vuelo estaban exhaustos y, tras ser rechazados en tres restaurantes porque Moss vestía pantalones, hambrientos. En el cuarto, el Villa Capri, el problema era la falta de mesas libres. Mientras se alejaban decepcionados, llegó la solución.
“Escuché pasos corriendo por la calle, y era James Dean”, contó Guinness en el programa Parkinson Talk durante una entrevista que la dicción del británico convierte en un ejemplo perfecto de ASMR (sonido envolvente). La joven estrella había reconocido a Guinness, que por entonces ya era una celebridad que había deslumbrado a la crítica interpretando nueve papeles en Ocho sentencias de muerte y atesoraba una nominación al Oscar como mejor actor por Oro en barras.
“Estaba en el restaurante y he visto que no habíais podido conseguir mesa. Mi nombre es James Dean, ¿queréis uniros a nosotros?”. Aceptaron, por supuesto. Mientras caminaban hacia su mesa, pasaron por delante del coche que iba a ser leyenda. “Allí, en el patio de este pequeño restaurante, estaba esa cosita plateada, muy elegante, toda envuelta en celofán y con un ramo de rosas atadas al capó”. El británico le preguntó qué velocidad alcanzaba, a lo que Dean respondió que llegaría “a 250 kilómetros por hora”. “Entonces algo extraño se apoderó de mí”, continúa Guinness. “Con una voz casi diferente dije: ‘Debo decir algo: por favor, no te subas a ese auto. Si lo haces, si te subes a ese auto, ahora es jueves, a las 10 en punto de la noche, a las 10 en punto de la noche el próximo jueves, estarás muerto”.
Dean, para quien los coches de carreras y la competición eran su gran afición, carcajeó y el grupo procedió a tener una “cena encantadora”, como también recoge la autobiografía del británico, Blessings in Disguise.
“Murió el jueves siguiente por la tarde en ese auto. Fue una de esas cosas raras. Fue una experiencia muy, muy extraña y espeluznante. Me agradaba mucho. Me hubiera encantado haberlo conocido más”, sentenció Guinness.
La muerte de Dean una semana después de aquellas palabras le convirtió en un mito, a pesar de que solo se había estrenado una de sus tres películas, Al este del Edén. Su fallecimiento supuso un impacto emocional como no se había visto desde Rodolfo Valentino. Era un símbolo para la juventud: rebelde, inconformista, atractivo… y epítome de la frase que se le atribuye erróneamente: “Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver” (realmente pronunciada por otro aspirante a ídolo juvenil, John Dered en Llamad a cualquier puerta, de Nicholas Ray). Dean ni dijo la frase ni dejó un bonito cadáver. Las secuelas del accidente provocaron que el ataúd permaneciese cerrado por orden de la familia.
Pequeños incidentes
Una muerte tan traumática para una generación necesitaba tener una causa más elevada que un exceso de velocidad. Así como la “vulgar” peritonitis de Valentino fue opacada por un funeral desmesurado que trascendió fronteras, la de Dean fue adornada por una “maldición” cuyo origen se atribuye a George Barris, el autodenominado rey de los customizadores. Artífice de los diseños del Batmóvil original de 1966 y el Munster Koach de la familia Monster, tras comprar los restos del Spyder Barris se dedicó a exagerar pequeños incidentes para aumentar su leyenda y, con ello, su valor. Su idea inicial era reconstruirlo, pero estaba tan dañado que solo pudo conseguir una réplica informe que fue suficiente para convertirlo en una exhibición ambulante como “El último deportivo de James Dean”, hasta que en 1960 denunció su desaparición. Una maniobra que Lee Raskin, autor de James Dean: At Speed consideró un truco para aumentar el interés sobre su trabajo, algo factible teniendo en cuenta que a partir de entonces Barris se dedicó a difundir rumores sobre cómo las piezas del coche que se habían vendido habían estado implicadas en diversos accidentes. Realmente ninguno tan grave como que él pretendiese lucrarse con una tragedia.
Los hechos probados demuestran que no hubo maldición, solo casualidades. El coche con el que Dean iba a competir en su primera carrera tras la grabación de Gigante —durante el rodaje, Warner Brothers había prohibido a Dean participar en carreras— iba a ser un Lotus MK X, pero como no podía estar listo para el día de la competición acabó aceptando un Porsche 550 Spyder del que se habían fabricado solo 90 unidades y al que Dean pidió que le pintasen de manera provisional el 130, que iba a ser su número en la carrera, y las palabras little bastard (pequeño bastardo). Un apodo cuyo origen tiene varias versiones, pero tal vez la más creíble sea la que se lo atribuye a Jack Warner, el colérico dueño del estudio con el que el rebelde sin causa tenía un tira y afloja.
El 30 de septiembre, libre de las imposiciones del estudio, Dean estaba preparado para volver a competir. Viajaba en compañía de su amigo Bill Hickman, encargado de conducir la ranchera que remolcaba el Porsche, mientras su mecánico, Rolf Wuetherich, y un fotógrafo, Sandford Roth, iban en otro coche. Para darle rodaje antes de la competición, en los últimos kilómetros Dean se subió al Porsche junto a Wuetherich y pisó el acelerador con tanto entusiasmo que fue multado por el oficial Otie Hunter, la última persona que recibió un autógrafo de Dean, aunque por entonces aquel policía no tenía ni idea de quién era.
“Para mí, era solo otro tipo que iba demasiado rápido”, declaró años después. La citación instaba a Dean a comparecer ante el tribunal en Lamont el 17 de octubre, pero el resultado final del caso fue escrito posteriormente en la multa: “Fallecido nulo”.
A pesar de la multa, Dean apenas levantó el pie del acelerador hasta que en el cruce de la Ruta 41 con la 466 el pesado Ford Custom Tudor que conducía un estudiante de 23 años llamado Donald Turnupseed se cruzó fatídicamente con el Spyder que en aquel momento iba a una velocidad de 140 kilómetros por hora. Dean no pudo frenar y el ligero coche de carreras salió disparado, dio dos vueltas de campana y se estrelló contra un poste, ya convertido en un amasijo de metal. El actor murió en la ambulancia camino del hospital. Rolf Wuetherich sufrió varias lesiones de poca gravedad. Turnupseed, apenas heridas leves.
El joven aseguró que no había visto el coche de Dean. Después de ser entrevistado por una cadena local, Turnupseed hizo autostop hasta su casa y jamás volvió a conceder ninguna entrevista.
Ursula también
Triste e irónicamente, apenas unos días antes, durante el rodaje de Gigante, Dean había grabado un anuncio de servicio público para el Consejo Nacional de Seguridad. Vestido como Jett Rink, su personaje en la película, concienciaba sobre los peligros de conducir demasiado rápido. ”¿Tiene algún consejo especial para los jóvenes que conducen?”, le pregunta el entrevistador. Dean responde: “Tómatelo con calma conduciendo, la vida que salvas podría ser mía”. Como nadie en Hollywood está exento de una buena historia, años después ese entrevistador, Gig Young, ganaría el Oscar al mejor secundario por su papel de maestro de ceremonias en el infernal concurso de Danzad, danzad malditos y muchos más años después se suicidaría tras descerrajar un tiro a su quinta esposa con la que se había casado tres semanas antes.
Al igual que Guinness, dice la leyenda que Ursula Andress también tuvo un presentimiento ante el Spyder que la hizo evitar viajar en él. Pero según desveló a Paris Match en 2015, los motivos que la llevaron a no acompañarlo aquel fatídico día fueron muy distintos. “Jimmy quería rodar el famoso Porsche 550 Spyder que habíamos ido a comprar juntos, por lo que me pidió que le acompañara a Pebble Beach, y acepté enseguida. Habíamos quedado en mi casa a las ocho de la mañana. Jimmy llegó con su mecánico y con el remolque que, una vez terminada la carrera, debía llevarse el Porsche. No llevaba allí ni diez minutos cuando vi llegar el coche de John Derek [el mismo Derek que pronunció la frase que se atribuye a Dean, y con quién Andress mantenía un romance prohibido por su estudio porque el actor estaba casado y ella era menor de edad]. Mi equipaje ya estaba en el remolque y estaba lista para salir. Nunca olvidaré la mirada de Jimmy cuando le vio llegar. ‘¿No vienes?’. Como no contesté, se fue hacia el coche, sin mirar atrás, y arrancó de golpe. Unas horas después, tuvo el accidente. El mecánico, que iba sentado a su derecha, donde tenía que haber ido yo, acabó en pedazos, pero sobrevivió. Jimmy se partió el cuello.”
Un par de años después, en cuanto cumplió la mayoría de edad, Andress se casó con Derek.
Alec Guinness, el hombre que poseído por un presentimiento que jamás supo explicar vaticinó su muerte, ganó un Oscar un par de años después por El puente sobre el río Kwai y consiguió tres nominaciones más, entre ellas una por su papel de Obi Wan Kenobi en La guerra de las galaxias y se convirtió en una leyenda, esta real y poco trágica, del cine británico. La guionista Thelma Moss, testigo de la siniestra profecía, dejó el cine para centrarse en la parapsicóloga, la fotografía Kirlian y el aura humana y escribió un best seller de la pseudociencia. Se titula Las probabilidades de lo imposible. Curiosamente, ningún capítulo está dedicado a predecir la muerte de un desconocido.
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