Jacobo Bergareche: “Todo el mundo tiene la impresión de que si se aburre es que le han estafado en la vida”
La bandeja de entrada de este escritor se ha llenado de mensajes de lectores pidiéndole consejo existencial tras leer su nuevo libro, ‘Los días perfectos’, convertido en el éxito sorpresa del verano
El escritor y productor televisivo Jacobo Bergareche (Londres, 45 años) está esta mañana de agosto en un coche camino de Madrid, hablando por teléfono sobre pasión. “Faulkner se debate entre la nada, que es el tedio, y el dolor, que es la pérdida, el sentir con intensidad. Ese era su debate. Yo no pretendo hacer un elogio de la pasión, más bien creo en lo c...
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El escritor y productor televisivo Jacobo Bergareche (Londres, 45 años) está esta mañana de agosto en un coche camino de Madrid, hablando por teléfono sobre pasión. “Faulkner se debate entre la nada, que es el tedio, y el dolor, que es la pérdida, el sentir con intensidad. Ese era su debate. Yo no pretendo hacer un elogio de la pasión, más bien creo en lo contrario. Hay que escapar de esa disyuntiva”, alecciona. No es una conversación muy de viaje de verano pero sí una que él tiene con frecuencia últimamente, desde que su segundo libro, Los días perfectos (Libros del Asteroide), se convirtió en uno de los éxitos sorpresa del verano.
En él, Bergareche recoge las cartas que William Faulkner le envió a su amante, Meta Carpenter (y cuya publicación estuvo prohibida por la familia del escritor hasta la muerte de su hija Jill en 2008: para entonces habían caído en el olvido y esta es la primera vez que ven la luz). La otra mitad del libro cuenta la historia de Luis, un periodista clásico venido a menos que le explica esa correspondencia a su propia amante, también mediante cartas.
Este doble salto epistolar ha resonado en los lectores más allá de lo que el propio autor calculaba. En parte por el cotilleo literario del Nobel, pero sobre todo por la forma en la que aborda ese pulso entre la pasión y el tedio. “El aburrimiento es una malaise de nuestro tiempo. Todo el mundo está atrapado”, sostiene Bergareche. “Quien tenga una relación de largo recorrido tiene que negociar ese aburrirse de uno mismo, de su vida, de tener una pareja a la que a la vez aburres tú. Todo el mundo tiene la impresión de que si se aburre es que le han estafado en la vida. Luego el modelo de matrimonio tradicional está un poco en entredicho y esta historia pone el dedo en esa llaga”.
Una de las consecuencias que ha tenido este éxito es que de escritor, Bergareche ha pasado a referente de personas en la crisis de mediana edad: “Me escribe mucha gente por privado, como si fuera un consultorio”, explica, un poco cortado. “Me da un poco de vergüenza. Yo solo he escrito una historia literaria”.
Los días perfectos guarda similitudes con el anterior libro de Bergareche, Estaciones de regreso (Círculo de Tiza, 2019). Ahí, como aquí, también estaba el archivo Harry Ransom Center, en Austin, Texas, del que Bergareche es asesor en la vida real. Y por tanto, está la vida vista a través de la correspondencia. “Las cartas me han interesado siempre muchísimo. Es un género que ya no existe. Antes te preguntaban qué es de tu vida y tú contestabas qué era de tu vida: era un registro reflexivo de hablar con tiempo, de pensar y admitir que la respuesta va a tardar en llegar. Hoy, cuando se manda un correo electrónico muy largo, la queja es ‘este tío me ha escrito una carta”, se explica. “En las cartas de amor la gente contaba cosas de las que no se hablaban, por eso me interesan. La memoria del amor, cómo hablamos cuando estamos enamorados: eso dura dos, tres años y luego desaparece, solo vive por escrito. La gente ahora escribe wásaps que se pierden cuando pierdes el dispositivo”.
En las cartas, Bergareche encuentra detalles que encierran universos. “Sylvia Plath calculaba cuánto ga- naba por cada palabra que escribía”, cuenta. “Faulkner le decía a su madre que escribía 80.000 palabras todos los meses, para que viera que hacía algo de valor. Los escritores escriben mucho de dinero. Malcolm Lowry, autor de Bajo el volcán, pedía carbón para su estufa en Canadá. Lo sobrecogedor es cómo mendigaba compañía, sobre todo alguien que leyera su manuscrito. Es algo muy de escritores de antes: la soledad absoluta de vivir en mitad del campo con una novela que no sabes si es comprensible o no. O vivías en una ciudad o estabas aislado”. Si tan solo hubieran tenido WhatsApp...
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