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De día, con cascos o sin alcohol: así son las fiestas caseras de la generación que rechaza las discotecas

Ante un ocio nocturno cada vez más caro y homogeneizado, las ‘house parties’ se reivindican como un refugio para disfrutar, crear comunidad y descubrir música de una manera mucho más genuina

Viernes noche, una de la mañana en el club. El beat, los estrobos, la gente… Este es el momento en el que empieza la fiesta, el descontrol, o así debería ser, porque el camino para llegar hasta allí ha sido de todo menos espontáneo. Primero, las entradas: de 15 a 30 euros de media, hay que comprarlas varios días antes para que no se agoten ni se encarezcan. Después, crear un grupo de WhatsApp con los comprometidos y ponerse de acuerdo para la previa, normalmente una casa o un bar. Por último, luchar contra la espera, el sueño y el frío antes de entrar. Al fin en la pista de baile toca moverse y esperar que pinchen algo que anime la fiesta. Una copa, otra, pero no llega. Es inevitable preguntarse:

-¿Qué hacemos aquí, encerrados hasta las cinco de la mañana? ¡Qué horror! Yo quiero ir a mi casa y poner mi música con mis colegas.

Por lo menos eso es lo que le pasa a Nicolás A., estudiante y músico de 22 años, cada vez que acaba en una discoteca. “Te compras la entrada y cuando llega el día ni te apetece. En mis círculos no nos mola estar tan atados, ni gastarnos todo el dinero en una noche”, explica. “Sientes que te ahogan y te restringen a vivir la noche de una única manera. Creo que ahora nos gusta tener más poder de decisión sobre lo que bailamos y lo que hacemos. Son noches mucho más divertidas”.

Como Nicolás, que alcanzó la edad para entrar a las discotecas en pleno confinamiento, muchos de la generación Z reivindican distintas alternativas a un ocio nocturno que sienten cada vez más caro, homogeneizado y encorsetado. En el último informe de previsiones anuales de la Federación Nacional de Empresarios de Ocio y Espectáculos se esperaba un retroceso del 2,6% en la facturación de la temporada 2024-2025 que muchos atribuían al bajón de la euforia postpandemia o a la inflación y el incremento de costes. Ante este escenario, la solución más habitual son las fiestas en casa, algo tan antiguo como la propia costumbre de beber.

Banquetes, saraos, cócteles, guateques, afters, cada generación los disfruta a su manera. Según una encuesta de 2024 del portal de análisis de tendencias, YPulse, el 63% de los jóvenes europeos prefiere organizar fiestas en casa a salir de discoteca. Estas fiestas ahora triunfan bajo el nombre de house parties o house sessions, en el caso de aquellas que cuentan con su propio DJ, y abarcan todas las opciones posibles: de las reuniones más reservadas a las más descontroladas al más puro estilo Proyecto X. La clave está en recuperar el control sobre el gasto y cómo se vive la noche en plena crisis de la vivienda y ante una precariedad laboral cada vez más extendida.

El ejemplo más espectacular de la vigencia de estas house parties sería el de Bad Bunny, artista más escuchado del año en Spotify y, probablemente, en cualquier fiesta. En su residencia en Puerto Rico de este verano introdujo una casa dentro del escenario para bailar y celebrar con invitados como Austin Butler, LeBron James o Penélope Cruz. La Casita se ha convertido en un emblema de la vuelta a sus raíces y ahora plantea llevarla por medio mundo en su gira. Pero lejos del apabullante éxito de Debí tirar más fotos, las fiestas caseras están más vinculadas con el desarrollo de espacios culturales alternativos. Para los DJ suponen un catalizador imprescindible.

Lo que el salón me enseñó

Según una encuesta publicada recientemente por Alpha Theta, productora de equipos de sonido, un tercio de la generación Z y los millennials aseguran que el mejor DJ set que han escuchado ha sido en una casa y casi la mitad considera que es el lugar idóneo para descubrir música sin presiones. De todos los países encuestados, España tenía el mayor porcentaje de DJ (28%) que reconocía haber empezado en salones. Uno de ellos podría ser IceSplinter, DJ de 26 años, que alterna los locales profesionales con hogares. “Las cosas que ocurren no tienen nada que ver con el clubbing, donde estás más limitado. En las casas el público es mucho más partícipe y como DJ puedes arriesgar más. En cada evento inventas algo distinto”, explica. Además está convencido de que la música tiene el poder de trascender el lado festivo y crear experiencias más profundas. “Son un refugio para canalizar cómo estamos. Cada grupo se desahoga de una manera distinta y estas experiencias no van solo de escuchar y bailar, generan muchas conversaciones”, añade.

Aïda Camprubí, crítica, gestora cultural y coorganizadora de la fiesta La Cangri, comparte esta visión: “Son como pequeños edenes diseñados a medida con tus personas cercanas. En este sistema tan acelerado y capitalista nuestros momentos de sanación ocurren en estos hogares. Es el lugar donde nos resguardamos cuando la economía está mal”. La democratización de la tecnología, defiende, ha permitido que mucha gente se acerque desde sus casas al gusto de pinchar música solo por diversión y que las comunidades más apartadas de DJ, como grupos feministas decoloniales, empiecen su carrera de una manera alternativa al circuito profesional.

Una burbuja generacional

Más allá de la música, las casas rompen con las dinámicas que arrastra el ocio nocturno. “Muchas personas no saben ni salir, ni beber ni comportarse, que es lo que pasa en los macroclubes. Sales a fumar y te incordia todo el mundo. No entienden dónde está el límite entre la socialización y la intrusión”, añade Camprubí. Aunque también advierte del riesgo que pueden suponer estas burbujas. “El ocio nocturno mainstream siempre ha sido un pozo sin fondo de perder dinero y tener experiencias no tan placenteras. Pero existe el riesgo de crear ambientes endogámicos. Cuando sales te ves forzado a interaccionar con otro tipo de realidades, ambientes y músicas y de eso nos nutrimos como personas. Los encuentros en casa deberían estar abiertos a amigos de amigos y personas que no formen parte de nuestro día a día”, comparte.

A este encuentro con los otros, Juan Carlos Usó, autor de Historia del ocio nocturno en España (El Desvelo, 2025) y doctor en Sociología, lo conoce como “escuela de la fluidez social”, utilizando las palabras de su maestro Antonio Escohotado. Esta “escuela”, explica, antes recaía únicamente en las discotecas hasta que la mercadotecnia las convirtió en una “imposición de ocio homogeneizado”. Ahora las redes cumplen con creces esa función -ya no hace falta salir de fiesta para conocer gente nueva ni para ligar- y le han quitado gran parte de la utilidad a las discotecas. Aunque la precariedad es una de las razones principales detrás de las fiestas caseras, Usó defiende que no es la única. Las redes sociales también han permitido compartir y poner de moda distintas maneras de vivir el ocio nocturno. Y una casa es el mejor lugar para probarlas todas.

Hay tantas house parties como anfitriones: diurnas o nocturnas, con o sin DJ, con lista reducida o con invitación extendida, con o sin dresscode y, sobre todo, con o sin alcohol. Porque la bebida tampoco es ya parte indispensable de la fiesta. “Como alternativa a aquella fiebre del sábado noche, que suponía un ritual nocturno, símbolo de libertad, diversión y desmadre, ahora se prefiere un entretenimiento en un entorno más tranquilo y seguro. La idea aquella de ‘vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver bonito’ o la invitación del tema Walk on the Wild Side han quedado obsoletas. Hemos pasado de cultivar la autodestrucción a practicar el autocuidado”.

Sube, Mari, Sube

La eterna cuestión entonces sigue siendo quien cuida al vecino en estas fiestas caseras. “En los edificios se tolera mucho y se considera normal el ruido de las familias: los niños, los perros, las parejas discutiendo… pero cuando nosotros nos reunimos con nuestras amigas, las familias escogidas, y ponemos música aparecen muchas más quejas. Incluso cuando es en horario diurno”, explica Camprubrí que, por otra parte, también reconoce el deber de respetar el descanso nocturno del edificio. Aunque esta histórica pelea vecinal parece enquistada, con las nuevas generaciones aparecen nuevas soluciones.

IceSplinter, por ejemplo, ha instaurado la estrategia de montar sesiones de DJ respetuosas. Compró un adaptador al que conecta hasta 17 auriculares y desde entonces monta eventos casi imperceptibles para los vecinos. “La primera vez fue muy especial: en el salón de mi casa, lleno de mantas, todo el mundo en el suelo y con luces de ambiente y láseres. La gente se turnaba el micro para improvisar”, recuerda. “Eso no se consigue en un club”.

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