El “minimalismo profesional” o por qué la generación Z prefiere la tranquilidad y el tiempo libre a un ascenso en el trabajo
El triunfo laboral ya no es la meta de los jóvenes que comienzan a trabajar: muchos se mueven de empresa a menudo para encontrar la que mejor se adapte a sus necesidades y anteponen su proyecto vital al corporativo
Karla Guzmán (27 años) ha cambiado de trabajo tres veces en el último año. Estudiante de medicina, abandonó sus dos empleos anteriores al denunciar “explotación laboral”: guardias interminables que no le dejaban energía —ni espacio mental— para preparar su examen de residencia. Hoy trabaja en un call center médico desde casa, con horarios más estables. “Los turnos de noche, de 12 horas o más, me consumían. Llegaba, dormía, me despertaba cansada y volvía al hospital. Ya no podía más”, relata. Guzmán representa a ese ejército silencioso de jóvenes que ve el trabajo como un medio, no como un destino.
El fenómeno ha sido bautizado por medios como Fortune o Forbes con la etiqueta de “minimalismo profesional”. Una nueva filosofía laboral en la que la Generación Z apuesta por un contrato claro: cumplir lo pactado, salir a su hora, preservar la vida personal y —si es posible— dejar espacio para un side hustle, o sea, trabajos satélite que aporten ingresos extra, más lucrativo y satisfactorio.
Para esta generación el éxito ya no se mide en escalones corporativos conquistados, sino en estabilidad, tiempo libre y seguridad financiera, una pirámide invertida de prioridades en comparación con generaciones anteriores. Una encuesta reciente de Glassdoor sugiere que un 68% de los empleados menores de 29 años no buscarían un puesto directivo si no fuera por el sueldo o el título. “Liderar no es un objetivo cuando la ambición real está más allá del horario de oficina”, indican en su blog corporativo. Muchos jóvenes prefieren el ascenso horizontal —el salto de oportunidad en oportunidad— antes que la escalera vertical. Lo llaman “modelo nenúfar”: saltar de plataforma en plataforma, elegidas con estrategia, según lo que les convenga en cada etapa. Así lo define también Randstad en su informe sobre las condiciones laborales de la Generación Z: el promedio de permanencia en sus primeros empleos ronda apenas un año y un mes. Ya no es solo el CEO el que dura poco en sus puestos directivos: parece que también lo hacen los jóvenes que comienzan a trabajar, que buscan un trabajo que no les resulte estresante ni consuma su tiempo.
Aylin Silva (28 años), productora audiovisual, lo vivió en carne propia. En sus dos últimos trabajos en comunicación y marketing sintió que era “fácilmente reemplazable” y que para acceder a horarios flexibles o algún aumento salarial tenía que “ponerse la camiseta” con horas extra no remuneradas y jornadas en fines de semana. Al poco de cumplir el año decidió convertirse en freelance. Ingresos inferiores, sí, pero también autonomía y control sobre su tiempo. Suena a cliché, pero muchos de su generación prefieren proyectos propios y clientes directos antes que jefes exigentes y promesas vacías.
Para los reclutadores como Hays España o Grupo Adecco, este patrón de rotación continuada tiene varios motivos: un umbral de frustración bajo, expectativas de crecimiento claras, falta de flexibilidad de las empresas y una visión del trabajo que se vende en redes sociales que no siempre se adecúa a la realidad que se vive en el día a día. Así lo señala el director de talento del Grupo Adecco, Alberto Gavilán: “En las plataformas no te muestran a alguien que lleva cinco años trabajando, sino episodios más atractivos que no todas las empresas pueden cumplir”.
Redes sociales como TikTok e Instagran están inundadas con imágenes que demuestran una cultura del trabajo que puede llegar a ser muy laxa, o todo lo contrario. Tendencias como las rutinas de las 5 AM (influencers que defienden que, madrugando muchísimo, se puede compaginar ejercicio, autocuidados y horarios laborales y que muchos han tildado de autoexplotación) y de personas que tardan horas en llegar a sus trabajos para pasar jornadas de hasta 12 horas muestran un panorama laboral que cada vez menos jóvenes buscan cumplir. Esto ha generado un problema muy serio para las empresas: “Seleccionar, formar, ajustar, perder, con personas que se van rápido, implica costes enormes”, advierte Gavilán. Además añade inestabilidad al clima interno: la rotación genera más rotación.
La solución, coinciden, sería asumir que la Generación Z vino a cambiar las reglas y que las empresas deben adaptarse a sus necesidades: “Las compañías deben demostrar transparencia desde el momento cero, ofrecer liderazgo, reconocimiento, una participación activa y seguridad psicológica, debemos fomentar ese sentido de pertenencia”, explica la directora de servicios de contratación temporal y permanente de Hays España en Madrid, Silvia Pina.
Según estudios recientes, el 57% de la Generación Z mantiene al menos un proyecto extra, frente al 48% de los millennials y 31 % de la generación X. Para muchos, este side hustle es una válvula: una forma de recuperar control y propósito. Como dice Aylin Silva: “Yo entendí que hacer una carrera en una empresa no es la solución, mi idea es buscar mis propios clientes y desenvolverme conforme a proyectos”.
Esto no es pereza, ni desidia. Es una redefinición del contrato entre trabajador y empresa: más freelance, más polifacético, más flexible. El “minimalismo profesional” no es, para sus defensores, un acto de rebeldía, sino una revisión pragmática de lo que significa ganarse la vida. Quizá este sea el cambio más radical: aceptar que el trabajo no es una religión, sino una herramienta. Que el éxito no siempre requiere ascender, sino sobrevivir con dignidad. Y que la lealtad, si la hay, ya no va hacia el edificio de oficinas, sino hacia uno mismo.