“Raparse, muscularse o ponerse pelo”: ¿por qué solo parecen existir tres caminos posibles para un hombre calvo?
En un momento en el que los tratamientos capilares son más accesibles que nunca, cada vez cuesta más encontrar hombres que no vean su calvicie como un problema que deba solucionarse o con maquinilla o con quirófano
Rafa Nadal “está calvo, ya no es el que era”. Es la crítica de Alexander Bublik, número 33 del ranking ATP. Y, al parecer, un constante murmullo en redes cada vez que aparece una imagen reciente del tenista desde su retirada del ojo público. La última la rescataron los haters el pasado 7 de octubre con motivo del llamado Día Mundial de los Calvos. Las críticas se dividían en dos polos: por un lado, quienes decían que, con el dinero que tiene, debería haberse puesto pelo; por otro, aquellos a los que les parecía horrendo que se dejase el pelo tal como estaba y pedían que se rapase por completo. Pocos, por no decir casi nadie, eran los que reivindicaban el derecho de cada hombre a transitar el viaje de la calvicie a su manera. Sin considerarlo un problema al que hay que encontrar una solución.
El cómico y guionista estadounidense Josh Gondelman relacionaba hace poco esta presión estética con la incipiente polarización social en una columna titulada No hay nada más atractivo que no preocuparte por la calvicie para la edición estadounidense de la revista GQ. “Los hombres pueden ser calvos o tener pelo, pero el proceso de quedarse calvo en sí se ha convertido en un tabú. Nuestra cultura ya no permite el punto intermedio: la clásica calva en la parte superior”, escribía. Como ejemplo ponía a los dos grandes magnates tecnológicos de Estados Unidos: Elon Musk y Jeff Bezos. El primero optó por todo tipo de tratamientos para recuperar su cabellera, mientras que el segundo prefirió raparse por completo y abrazar la típica estética del calvo musculado. “No podemos olvidar que hay muchas más opciones que estos dos opuestos. La calvicie no es binaria, es todo un espectro. Yo no estoy calvo del todo y puede que nunca lo esté y este descubrimiento no debería producirme ningún tipo de vergüenza”, escribía Gondelman.
A pesar de ello, con la expansión de tratamientos capilares más baratos y accesibles, Gondelman lamentaba que muchos hombres terminan escogiendo uno de los dos extremos. Como resultado, se construye un panorama capilar cada vez más homogéneo en el que se señala cualquier atisbo de individualidad. “No estoy de acuerdo con que la calvicie, como algún kilo de más, sean cosas que por sistema haya que solucionar, a pesar de que puedan ser tratadas médicamente, sobre todo, en el último caso, si el asunto representa un problema de salud", afirma Daniel García, periodista de cultura y estilo de vida de 45 años. “Se da la paradoja de que se nos pide que todo parezca sin esfuerzo: el estilo effortless, la cara descansada, tener 35 años para siempre y en general la cosa natural, cuando todo cuesta mucho. Y no solo dinero, sino tratamientos médicos muy esclavos, con mucho margen de error y que en ocasiones exigen quirófano, que son la antítesis de lo natural. Falta la contrarrevolución del aspecto de la cara, el cuerpo y el pelo verdaderamente natural. O sea, aceptarse, que no quiere decir lo mismo que ser descuidado, no estar sano o caer en lo decadente. Y por no hablar de la homogeneización que implica que todos nos pongamos los mismos dientes y el mismo pelo y tomemos los mismos medicamentos para adelgazar”.
El fotógrafo Javier Talavera reflexiona con mucho humor sobre esta estandarización estética en su fotolibro No todos los calvos son Javier Talavera (La Mosca Ediciones, 2025). Como hombre calvo, le interesaba mucho señalar la uniformidad que se creaba entre todos los hombres que recurrían a raparse al cero y dejarse barba. “Mis amigos me confundían muchas veces con otros calvos en conciertos o festivales. Nos hacían fotos juntos y jugaban al quién es quién. De ese chiste yo decidí hacer el contrachiste y convertirlo en una defensa”, cuenta. Para ello, empezó buscando a un gran grupo de calvos de estética similar a los que pudiera retratar, pero un problema de salud le impidió llevarlo a cabo. Así que decidió recrear 135 versiones distintas de sí mismo con inteligencia artificial. El éxito del libro le ha animado a recuperar el proyecto fotográfico y ya está reuniendo a muchos hombres con sus mismos rasgos. “Yo me afeito porque es mucho más fácil, el binarismo es siempre mucho más cómodo. Si te sales de allí, luchas contra un canon tremendo. Al hombre que no hace nada con su calvicie se le asocia con la figura del vagabundo, el enfermo o el loco”, añade.
Luis Salas Miquel, autor de la novela Sobre nosotros (Lunwerg, 2025) y experto en moda, nunca tuvo alternativa: su alopecia le impide ajustarse a ese canon. “Se llama Alopecia Areata, aparecen y desaparecen calvas por toda la cabeza, con lo bueno de que, cuando cesa la inflamación, vuelve a salir el pelo. Hay un medicamento para tratarla, pero tampoco es el bálsamo de Fierabrás. Va saliendo el pelo, sí, poco a poco, pero como quiere y sin uniformidades. Tengo una calva en lado derecho que cada vez que la veo pienso: ‘Joder, si es que las inseguridades están todo el rato’. Pero es que soy así. Esto es algo que me va a acompañar siempre”.
Salas reconoce que en otra época sentía esa presión como una obligación y llegó a sufrir mucho por intentar encajar. “O te rapas o te lo dejas largo para camuflar las calvas o las zonas donde hay menos densidad de pelo. Y lo haces para que te miren lo menos posible. Cuando empecé, uno de los tratamientos era tópico, causaba la abrasión del cuero cabelludo y picaba tanto que no me dejaba ni dormir. Incluso se me inflamaron los ganglios y era justamente porque quería dejar de estar al margen”.
Salas también incide en que los implantes capilares no funcionan para todos los casos, como el suyo, y que, por mucho que hayan bajado el precio, ahora oscila entre los 2.500 y los 8.000 euros, con el sueldo medio de un español todavía sigue siendo complicado de costear para muchos. “Debería ser completamente lícito que fuese una opción que la gente ni se planteara. Para aceptar los cuerpos en toda su diversidad tenemos que abrazar esas diferencias. Tenemos que ser algo más que fotocopias. Visibilizar ayuda a normalizar, ¿no? Quizá sea el momento de que más modelos con alopecia entren en la semana de la moda de París”, propone. Precisamente para ayudar con esta labor de visibilidad, Luis Mariano Seijas decidió crear hace años su canal de YouTube, Calvos Guapos, en el que profundiza y da voz a todos los tipos de alopecia. Desde allí, critica que los referentes actuales, más que liberar, pueden llegar incluso a imponer muchas presiones.
La herradura, la última frontera
Por un lado, Seijas lamenta que muchos hombres se obsesionen con muscularse, como hizo el propio Jeff Bezos, cuando se rapan para parecerse a iconos como Dwayne Johnson, Jason Statham o Vin Diesel, que desde los años noventa hicieron del punto cero de la maquinilla un ejemplo más de su fortaleza y su hombría. “Cuando te quedas calvo aparecen tres caminos: la evitación, la aceptación y la compensación. Acabar hipermusculado muchas veces puede ser para compensar algo que crees que has perdido”, explica. Muchos más prejuicios, sostiene, arrastra en pleno 2025 el clásico corte de “la herradura”: la calva en la parte superior con pelo a los lados causada por la alopecia androgénica. En otra época contó con grandes y viriles defensores en Hollywood, desde Sean Connery, Ed Harris a Woody Harrelson, y en España, partiendo de José Luis López Vázquez y acabando por Luis Tosar o Javier Cámara. Pero hoy se ha convertido en el corte más odiado, asociado a hombres muy mayores y anticuados. “Si a un joven todavía le cuesta raparse, imagínate la herradura. ¡El tipo de calvo más infame!”.
Aunque el youtuber reconoce que aún faltan muchos referentes jóvenes, o no tan mayores, para romper el tabú de la herradura, también defiende que lo más importante es empezar a perderle el miedo. En su canal, anima a todos los hombres, sea cual sea su grado de calvicie, a parar de afeitarse y dejar crecer el pelo, aunque sea por unas semanas. “Así te das cuenta de que no es para tanto. Te acabas acostumbrando y te libera mucho que se note que en unas partes tienes pelo y en otras no. No pasa nada. Hay muchos que se acaban convirtiendo en esclavos del afeitado sin quererlo del todo”, explica.
Seijas, en concreto, lo hizo durante 12 semanas y comprobó que, aunque en ese momento no buscaba ese corte, no descarta lucirlo en un futuro o en momentos concretos. “Existen infinitas maneras de vivir el viaje de la calvicie. ¿Por qué no voy a poder llevarlo como me dé la gana? Raparse suele ser una herramienta para recuperar el control, pero no tiene por qué ser un estilo definitivo. Se puede ir al peluquero aunque estés calvo. Si te rapas, que sea porque de verdad lo quieres y forma parte de tu identidad”, añade.
Luis Salas también coincide en el mismo argumento. “Si lo haces porque tú te ves mejor, tiene muchísimo sentido. Pero si ya haces de todo para evitar que te miren por la calle o te digan cualquier cosa, la culpa es de esta sociedad de odio en la que vivimos y donde cuesta mucho existir en los márgenes. La gente no entiende que, en el proceso de caída, la gestión de cada uno debe ser libre”, defiende. Hasta que este mensaje consiga calar, Salas deja, al menos, un consejo a todos los viandantes: “Siempre que alguien tiene algo que le hace diferente le hacemos sentir mal con miradas o comentarios. Igual lo haces sin maldad, pero es que los otros cinco que le han mirado esa tarde también lo han hecho sin maldad”.