Hombre gay y mujer heterosexual se casan y son felices: ¿empieza a ser posible y normal en 2025?
El matrimonio entre personas de orientaciones diferentes no es un fenómeno nuevo, pero ha dejado de ser una tapadera y busca ahora crear vínculos y legitimidad en una sociedad que parece tenerte más en cuenta si estás en pareja
“Me casé con dos hombres gays”, dijo Diane von Furstenberg al medio Variety. Se refiere a su marido, Barry Diller, que se declara gay en sus memorias, Who Knew (Simon & Schuster, 2025), y al príncipe Egon von Fürstenberg. La relación entre Diller y la diseñadora ha sido tildada, pese a que llevan 24 años casados, de tapadera. “Llevo décadas leyendo sobre Diane y yo que éramos mejores amigos en lugar de amantes. No éramos solo amigos. No somos solo amigos. Simplemente, fue una explosión de pasión que se prolongó durante años. Y sí, también me gustaban los chicos, pero eso no entraba en conflicto con mi amor por Diane”, explicó el multimillonario en sus memorias.
A comienzos de octubre The Washington Post publicó un artículo titulado He’s gay. She’s straight. They’re happily married (Él es gay. Ella es heterosexual. Están felizmente casados) que versa acerca de “una pequeña pero creciente comunidad” de personas que en las redes sociales hablan de “sus permutaciones no tradicionales de pareja”. Al hacerlo, emplean adjetivos como “platónico”, “queerplatónico”, “arromántico” o “de orientación mixta”. Así es como definen Jacob Hoff y Samantha Greenstone su relación, por ejemplo, en el reportaje. “Jacob y yo somos almas gemelas. Tenemos una relación de orientación mixta, lo que significa que dos personas con diferentes preferencias sexuales se unen y descubren que el amor es amor, un amor que trasciende”, dice ella en sus redes sociales.
“Soy gay, y como persona gay, puedes mantener tu identidad como tal aunque tu relación no lo refleje. Tenemos una relación monógama. Va más allá de una conexión visual y lujuriosa. Es una conexión profunda”, dice por su parte Hoff a The New York Times, que el año pasado publicó un artículo sobre su boda con Greenstone. Su historia de amor no dista mucho de la que aparece en el octavo capítulo de la quinta temporada de Sexo en Nueva York, en el que Bobby Fine, una leyenda de los bares de piano, se casa con Bitsy von Muffling. “¿Será por dinero? ¿Por compañía?”, se preguntan las protagonistas con sorna, pues a lo largo del episodio bromean constantemente con que el novio es gay. Antes de la boda, y para sorpresa de todas, Bobby y Bitsy aseguran que tienen una vida sexual maravillosa. Juntos, por supuesto. Tiempo después, en un capítulo en el que el personaje de Charlotte habla con sus amigas de sus problemas de fertilidad, una embarazadísima Bitsy interrumpe la charla.
El por qué de las relaciones de orientación mixta
Andrea Proenza Zoroquiaia, autora de Cartografías del deseo amoroso (ediciones en el mar, 2025), comenta que las relaciones entre hombres gay y mujeres heterosexuales no son algo nuevo. “Históricamente ha funcionado como salvoconducto para acceder a los privilegios simbólicos de la pareja heterosexual. Porque, a pesar de los avances de las últimas décadas, lo cierto es que un hombre gay o una mujer soltera todavía no ocupan el mismo lugar simbólico que el binomio hombre-mujer”, asegura antes de aclarar que no piensa que que estas relaciones sean una respuesta al heteropesimismo contemporáneo (esa corriente que considera que el mercado del amor es cada vez más complicada para las mujeres heterosexuales), sino más bien, a la reacción conservadora que atraviesa lo social y lo romántico, y que intenta reafirmar las jerarquías afectivas.
“Si miramos al pasado, podemos ver que este tipo de vínculos pueden satisfacer al principio por el reconocimiento social o, incluso, la complicidad entre ambas partes; pero, a la larga generan frustración e infelicidad, porque no aportan aquello que esperamos de una pareja romántica. Así que no me parece que se esté buscando en ellos una alternativa al hartazgo por los hombres hetero, sino más bien, un intento por encajar en el puzzle de la heterosexualidad bajo las propias condiciones, sin ser consciente de que, desde el principio, estás intentando colocar las piezas en el juego equivocado”, explica a ICON.
Iván Gómez Beltrán, historiador y doctor en Género y Diversidad, achaca a varios factores el hecho de que cada vez haya más parejas de este tipo. “Puede estar vinculado a cierta crisis de los vínculos tradicionales y a comprobar cómo estos nos encorsetan a formas muy concretas y limitadas de afecto. Creo que estas maneras de relacionarse nos hablan del contexto social de desconexión y despersonalización a través de las necesidades individuales que generan”, explica. “Las condiciones socioculturales son diferentes a los matrimonios lavanda del siglo XIX, que se realizaban como un mecanismo de protección social frente a la exclusión mientras que estas relaciones actuales tienen que ver más con la necesidad de dar entidad a otras maneras de vincularnos, así como a encontrar espacios de intimidad emocional que no esté limitada por el código social relacional”, asegura.
Señala que en un momento de tanta incertidumbre y convulsión sociopolítica, los vínculos son los espacios de seguridad y confort. “Dicha incertidumbre coincide con procesos de dislocación de la pareja tradicional heteronormativa basada en la monogamia, en el amor romántico y en modos de relación y comunicación muy marcados por la socialización de género. Encontrar afecto e intimidad con la misma intensidad con la que antes se nos decía que solo era posible en la pareja implica enfrentarse a la jerarquización de los afectos”, asegura.
Gómez Beltrán también considera interesante que muchos de los hombres que construyen sean homosexuales, porque un hombre heterosexual no se plantea un matrimonio en el que no haya amor entendido de forma tradicional en pos de una unión, una estabilidad y una legitimidad frente al mundo. Tal vez porque, para la heterosexualidad, la legitimidad siempre estuvo ahí. “Este es un dato interesante a la hora de hablar de la construcción de la masculinidad heteronormativa y de lo imbricada que está con la demostración y expresión de afecto y con la posibilidad también de explorar otras maneras de relacionarse. Creo que hombres y mujeres no están explorando por igual el espacio de lo íntimo y de los afectos debido a la socialización diferencial de género”, puntualiza.
Juan Carlos R. de la Blanca, Psicólogo sanitario, sexólogo y terapeuta de parejas, señala que los hombres de estas relaciones podrían hallar en las mujeres el afecto que buscan, sin exponerse a algunas dinámicas problemáticas presentes en parte del ambiente gay, como la hipersexualización, la excesiva veneración del físico o ciertos comportamientos compartidos con los hombres heterosexuales debido a una socialización de género similar.
La gran pregunta
La pregunta que sobrevuela es obvia: ¿hay sexo en estas uniones, existe en ellas la pasión, o es una especie de amistad en pareja legitimada de forma legal? Jacob Hoff y Samantha Greenstone sí lo tienen y, de hecho, cuando anunciaron el embarazo de Greenstone tuvieron que aclarar, ante las dudas de sus seguidores, que sí, fue fruto de sus relaciones íntimas. “Tenemos relaciones. Puedo mantener mi identidad como hombre gay, aunque mi pareja sea una mujer, porque así me siento. Soy gay. Cuando salgo al mundo, no me atraen las mujeres. ¡Eso es lo que significa ser gay!”, dice él.
Y otra pregunta: ¿se permiten estas parejas una cana al aire o existe en ellas la fidelidad? Recurramos para responder a una novela de ficción que refleja muchas realidades de pareja. En Tesis sobre una domesticación (de Camila Sosa, publicada en 2019 y llevada al cine en 2024) la protagonista de la novela se casa con un exitoso hombre homosexual con quien mantiene una relación abierta y sexualmente activa. “Durante los últimos años el zeitgeist ha hecho piruetear la institución del matrimonio y la pareja monógama sin acabar de caer a pies juntos, y es curioso como el planteamiento de esta novela enseguida muestra la farsa detrás de la utopía: el poliamor no amenaza ni resuelve la domesticidad de su matrimonio burgués y aburrido, sino que la refuerza”, escribe al respecto Carlota Rubio en Babelia. También en otro pequeño fenómeno editorial, El accidente de Blanca Lacasa, su protagonista se encuentra viviendo una relación de amor platónico que a menudo derriba las fronteras de lo físico con un hombre gay emparejado. Está claro que la posibilidad empieza a formar parte de la conversación, tanto real como literaria.
La editora y guionista Tricia Cooke se identifica como queer y lleva más de 30 años casada con el director Ethan Coen. “Ella es queer y yo, hetero y estúpido”, asegura en una entrevista concedida a ABC News. Se casaron en 1993, tienen dos hijos y ambos tienen una pareja además de su relación matrimonial, que identifican como poliamorosa. De la Blanca explica a ICON que el hecho de que el sexo no lo sea todo ya lo demuestran desde hace tiempo parejas que se mueven en el espectro asexual y para ellos recurre a la teoría triangular del amor de Sternberg. “Establece tres componentes: intimidad, pasión y compromiso. En su interacción, podrían explicar todos los tipos de relaciones afectivas humanas. Todo ser humano necesita esos tres componentes en su vida, aunque haya diversas formas de necesitarlos o expresarlos. Lo importante es que no necesitamos que esos tres componentes nos los aporte una única relación, pudiendo obtenerlos de distintos tipos de vínculos. Esto podría explicar el éxito de este tipo de relaciones”, asegura. O sea, según esta teoría, sí: algunas de estas relaciones se mantendrían en el tiempo porque la parte sexual y pasional se satisface fuera de sus fronteras.
“Los acuerdos sexuales fuera del vínculo requieren que ambas partes se sienten a hablar sobre qué cosas desean y qué cosas no estarían dispuestas a permitir, estableciendo líneas rojas, ámbar y verdes; es lo que, en terapia de pareja, llamamos un contrato relacional”, añade de la Blanca. Resulta entonces complicado no hablar de celos, una emoción que, como aclara el psicólogo, todo el mundo siente, en mayor o menor medida. “Lo que sí está bajo nuestro control es decidir qué hacer con ellos, cómo gestionarlos para que no se transformen en reproches o actitudes pasivoagresivas”.
¿Amistad, artificio temporal o parejas de verdad?
Andrea Proenza Zoroquiaia afirma que reivindicar —que no romantizar— vínculos como la amistad es lo verdaderamente revolucionario en estos días. Y de hecho varios libros recientes lo hacen, poniendo la amistad a la misma altura que una relación de amor romántico (como La amiga que me dejó, de Nuria Labari, La amistad y sus derivas, de Sabina Urraca y Marina Folguera o Amiga mía, de Raquel Congosto). “A través de estos vínculos de amistad se descentraliza el amor romántico y se quita peso al sexo en una sociedad cada vez más sexualizada (en este sentido, las personas del espectro asexual tienen mucho que aportar). Además, la amistad tiene mucho más que ver con generar red en lugar de focalizar tu vida en una sola persona”, explica. Gómez Beltrán recalca que estas relaciones pueden poner en jaque la jerarquía de los afectos, pero para ello, tienen también que cuestionarla y no solo cambiarla de un vínculo a otro. “Habría que preguntarse sobre las expectativas de estos vínculos ya que, en muchas ocasiones, están marcados por la temporalidad concreta. Inconscientemente están supeditados a que se encuentre una pareja de verdad. Sería entonces una especie de tirita mientras aparece esa persona que cumpla los requisitos para poder establecer un vínculo real”, dice.
“Creo que seguimos articulando otras formas de vincularnos como un artificio temporal que nos permita no sentirnos tan solas hasta que ese amor Disney nos complete emocionalmente. Por mucha reflexión que se haya realizado en las últimas décadas, seguimos ansiando una completitud que parece que no encontramos en otros vínculos, más aún cuando el contexto social nos genera tanta angustia, aislamiento y sensación de soledad. La pregunta que quizá nos podríamos hacer es cómo se conecta la intimidad, el afecto, los cuidados y la responsabilidad con los vínculos que generamos”, remata Gómez Beltrán. Para eso tal vez baste con responder a una pregunta tan sencilla como abismal: ¿tú le quieres?