“Me hacía selfis de mis músculos pero era incapaz de llamar a mis amigos”: ¿es el gimnasio una fábrica de hombres solitarios?
La historia y ciertos gurús de internet han enseñado a muchos hombres que la virilidad pasa por un cuerpo fuerte, pero la vida ‘fitness’ ha hecho que muchos de ellos desatiendan los lazos de afecto y amistad
Según datos del Barómetro de la Soledad de 2024, el 18% de los hombres de España se sienten solos. ¿Y qué es un hombre solo en el imaginario colectivo? Según fabula la escritora Virginia Sole-Smith en un texto publicado en su perfil de Substack, “el estereotipo de mujer solitaria es el de alguien que bebe vino en casa con sus gatos y el estereotipo de hombre solitario es el de un tipo que se lía a tiros en el colegio”. En el texto señala que, al estar los hombres blancos heterosexuales acostumbrados a que su propia agenda sea termómetro del devenir del mundo, si ellos son infelices, es que todo el planeta ha fallado, es que todos hemos fallado como sociedad. Sin embargo, la soledad de las mujeres se presenta como evidencia de que, de alguna manera, son ellas las que han fracasado.
Y parece haber ocurrido. No solo lo dice el Barómetro de la Soledad, también las tribunas de opinión y los programas de comedia. La amistad entre hombres se ha convertido en motivo de mofa. En su monólogo inicial de Saturday Night Live, John Mulaney bromeaba al respecto. “Tu padre no tiene amigos y si piensas lo contrario, te equivocas. Tu madre tiene amigas, y ellas tienen maridos. Pero esos no son los amigos de tu padre”. Y pese a las risas que acompañaron al monólogo, el trasfondo es mucho menos divertido. Así lo explica a ICON Nuria Labari, autora de La amiga que me dejó. Anatomía de una ruptura (ENDEBATE, 2025). “Los hombres tienen menos entrenamiento cultural en el cuidado de los vínculos, no solo de los amigos, sino también de hijos y parejas. Es evidente que la cultura machista y sexista en que vivimos perjudica la independencia emocional de los varones y esto se aprecia en los hombres adultos en la falta de herramientas para afrontar un conflicto, para socializar, para envejecer, para comunicarse”, asegura. “Tener amigos es un ejercicio amoroso complejo y delicado y a menudo, a los hombres les faltan palabras y diálogo para tejer vínculos profundos donde sostenerse”.
Fernando Herranz Velázquez, historiador y doctor en Estudios de Género, comenta que las relaciones normativas de amistad entre varones están centradas en la constante apariencia de la masculinidad, en cumplir con los cánones marcados y en mostrarse como verdaderos hombres. “De ahí que en estos círculos, siempre hablando en términos generales, sea muy complicado decir cómo realmente te sientes, mostrarte débil o vulnerable o buscar redes de apoyo comunitarias que se alejen de las muestras masculinas tradicionales de afecto. Romper esas normas no escritas es exponerte a que te expulsen de la condición de hombre, o al menos te lleven a los márgenes: solo hay que pensar, por ejemplo, en el gran tabú que ha existido a que los hombres reconozcan en su entorno que necesitan o van a terapia psicológica”, aclara.
El periodista Sam Graham-Felsen explicó en un ensayo publicado en The New York Times cómo al decidir quedarse en casa para cuidar de sus hijos y darse cuenta de que había dejado de trabajar sus vínculos amistosos, encontró en el podcast The Joe Rogan Experience un aliado. ¿El tema que se repetía una y otra vez en las charlas del cómico? Que el ejercicio era la fórmula para recuperar la felicidad perdida. Fue entonces cuando entrenó durante 1.000 días seguidos. “Después de sentirme estancado e ineficaz durante tanto tiempo, me llenó de energía ver que tenía un control casi total sobre mi cuerpo. Descubrir que tenía estas reservas de resiliencia sin explotar me dio una especie de arrogancia que nunca antes había conocido”, escribió.
“Me tomaba selfis en el espejo y veía músculos ganados con esfuerzo, y aunque sabía intelectualmente que nada de esto me convertía en un hombre, finalmente me sentía como tal”, asegura. Pero… ¿se sintió menos solo? “A pesar de todos mis triunfos, seguía siendo en gran medida infeliz. Echaba terriblemente de menos a mis amigos”, confiesa. “Era capaz de entrenar 1.000 días seguidos, pero no era capaz de llamar a mis amigos”, dice.
Labari explica que las sintomatologías del cuerpo, como pueden ser la vigorexia, la necesidad de pedalear en bici 50 kilómetros cada vez que hay tiempo libre, entrenar mil días seguidos o engancharse a deportes de riesgo, están relacionadas con una dificultad psicosocial. “El mero hecho de separar tanto la gratificación corporal de un bienestar global, que enlace cuerpo y mente, nos habla de una grave dificultad sobre la que habría que reparar. A menudo ciertas manifestaciones del cuerpo tienen que ver con otras carencias. Y, sin embargo, a los hombres se les refuerzan esos comportamientos físico-productivos, que es una forma de reforzar aún más sus limitaciones”, asegura.
Un artículo publicado en Medium indica que la autooptimización en redes sociales anima especialmente a los hombres a centrarse en el seguimiento de sus progresos en el gimnasio, su alimentación, sus ciclos de sueño, sus finanzas y sus hábitos. “Para los hombres que lo disfrutan, esto se convierte en una forma de ocupar el tiempo y medir su progreso. Lo que se ignora es el lado más tierno de la conexión: la empatía, la conversación y las quedadas informales con otros. El tiempo social se siente como un desperdicio si no hay una mejora que registrar”, advierte Andrea Gomez en el texto.
Sabina Urraca, coautora de La amistad y sus derivas. Una conversación entre Sabina Urraca y María Folguera (Continta me tienes, 2025), señala que el deporte o el alcohol permiten tener algo que hacer, algo que empañe la posibilidad de una conversación. “Son actividades que pueden resultar placenteras, claro que sí, pero creo que muchas veces funcionan como camuflaje. Una amistad puede continuar durante años, volcada en la práctica de algún deporte o en ambiente de bar y fiesta, sin que se hable de nada ni nadie se abra para contar sus problemas”, explica. Añade que no hace mucho, al echar un vistazo a la app de Tinder una amiga, se sorprendió al ver que más de la mitad de las fotos eran de hombres practicando algún deporte. “Pensé muchas cosas al mismo tiempo, un batiburrillo que no sé si tiene demasiado sentido, pero que vuelco aquí: el deporte, además de tapar emociones, ¿puede funcionar como descarga de esas emociones reprimidas? ¿Qué relación hay entre la violencia reprimida y la práctica de deporte como único ocio y momento social?”, se pregunta.
Por su parte, María Folguera explica que el ejercicio obliga a concentrarse en objetivos concretos, en un reparto de roles muy claro, y con unos rituales muy marcados. “Creo que el deporte permite canalizar emociones reprimidas más allá de ese pacto social que es el partido: todas hemos visto cómo los futbolistas se abrazan, se besan, lloran y pataletas intensísimas o cómo los idolatrados tenistas exponen su ánimo. Pero es en nombre de un bien mayor: el equipo, el resultado... por eso es tolerado. El deporte, en la educación masculina tradicional, es el único lugar donde se puede sentir y expresarlo”, asegura a ICON.
Fernando Herranz Velázquez añade que muchos hombres vuelcan su sensación de soledad en el ejercicio porque semejante unión está muy interiorizada en la masculinidad y el cuerpo es una “tabula rasa” a partir de la cual se construye su expresión de género. “El cuerpo está muy ligado a la masculinidad en cuanto en tanto la fuerza y todo lo que ello conlleva socialmente es intrínseca a la idea de hombre. Una herencia histórica de las concepciones de la masculinidad, desde el guerrero, el soldado o el héroe. Es decir, arquetipos que fomentaban el mandato y la imagen del hombre como protector y defensor”, explica. “Cultivar este tipo de cuerpo y, sobre todo, conseguirlo está ligado a la idea del éxito en los hombres y, por lo tanto, refuerza su autoimagen, la autopercepción y, lo que es más importante, la percepción de los iguales. Además de que se amplían las posibilidades de interactuar socialmente con otros varones, creando nuevos lazos de fratría”.
Aclara que, pese a que está comprobado que el ejercicio ayuda a paliar el malestar mental, la clave está en cuando los hombres se aproximan a tales soluciones desde el paradigma de la hegemonía, con el fin de cumplir los mandatos sociales y de género que “les volverán a posicionar socialmente”. “Esto puede generar sobreesfuerzos y conductas lesivas hacia estas personas. Además, cuando sumamos reacción patriarcal, movimientos de la extrema derecha y subculturas masculinistas se dan los ingredientes perfectos para un cóctel reaccionario. Ahora bien, esto no es problema únicamente de un sector ideológico. Y esto es muy importante. El patriarcado, la masculinidad y los comportamientos que esta genera son completamente transversales, no dependen del eje ideológico de cada persona. Los grupos masculinistas se pueden dar, y de hecho también se dan, en grupos de izquierdas. El machismo no conoce de un único posicionamiento”, concluye.