Elio Berenett, el modelo que reta las convenciones: “La gente no sabía cómo tratarme. Les dije: me da igual, me apunto a todo”
El sueco lleva desde los nueve años ante las cámaras, pero su transición lo convirtió en un símbolo de la moda, capaz de jugar con la ambigüedad y trabajar con los más grandes
Cabello rubio, Metro ochenta y una talla 41 de pie. La ficha del modelo Elio Berenett siempre fue un misterio para los agentes de casting. Incluía todos los datos y, aun así, cada vez que se encontraba con ellos vivía la misma situación. “Me acuerdo de un afterparty donde todos se acercaban preocupados porque no sabían cómo tratarme. Yo simplemente les decía: ‘Me da igual, me apunto a todo’. Entiendo que les fuese confuso, para mí también lo era al principio”, cuenta desde su casa en Suecia. Con nueve años empezó a trabajar como modelo femenina, de adolescente vivió su transición y diez años más tarde debutó a lo grande de la mano de Louis Vuitton en París. La colección era femenina, pero él era un hombre trans. Ahora tiene 22 años y ningún atisbo de aquellas dudas: afronta con la misma decisión un desfile con tacones que un reportaje de moda masculina como el que protagoniza en estas páginas.
“En esta industria se crece muy rápido. Tienes que aprender a respetarte, pero también a no ponerte trabas a ti mismo. A mí, me ha costado mucho distinguir mis límites de lo que solo son preferencias en mi vida personal. Como ahora”. Al decirlo señala su outfit: camiseta básica blanca y pantalón corto de chándal. Como aclara después, durante años ese límite era la estética muy femenina. Sobre todo los tacones. “Por no querer ponérmelos perdí muchos trabajos y muchas oportunidades de pasármelo bien”, afirma hoy. En el fondo, a Berenett le duele porque ese rechazo era una traición a su niño interior: “De pequeño me encantaba disfrazarme e interpretar distintos personajes para mi familia. Sin embargo, en el colegio me hicieron bullying durante años y eso me quitó la confianza para jugar y no tomarme tan en serio las apariencias”.
Al crecer, y descubrir su identidad de género, renegó de cualquier vestigio femenino. Como recordatorio de esa época guarda toda una ristra de tatuajes: “El primero me lo hice con 16 años, pero los borraría todos. Me los hice porque quería aparentar ser duro”. Habla como si hiciera siglos y solo han pasado cinco años. Pero cuando se tiene una vida como la suya, es fácil excusarle.
Del instituto, y con apenas un par de anuncios infantiles a sus espaldas, pasó a las pasarelas de París. Sin solución de continuidad. “Fue un salto enorme. Pensaba que me iba a desmayar antes de salir, pero afortunadamente no pasó”, bromea. Entonces aprendió dos cosas. La primera, que se había vuelto adicto a esa adrenalina. La segunda, que no era el único que se había enganchado. Su Instagram se llenó de miles de mensajes. “Eran antiguos amigos, o ni siquiera, que nunca me habían dicho una sola cosa bonita. Con el tiempo, me di cuenta de que también la gente importante se interesaba por ti cuando hacías algo grande y después se olvidaban de ti hasta el siguiente proyecto”.
No les faltaron motivos para volver. Poco después repitió con Vuitton y después llegaron Balenciaga, Moschino, Ganni... “Un día me desperté en Suecia, viajé a Londres solo para que me cortasen el pelo y después volví a volar a Marsella para una sesión de fotos con David Sims. De camino pensé: ‘Estoy en el coche con los mejores de la industria y ¿quién soy yo?”. Respuesta corta: un perfil carismático, particularísimo y deseado por los líderes de la industria por el carácter y la ruptura que aporta.
A medida que iba conquistando firmas, Berenett recuperó aquella confianza infantil y cayó al fin el veto al tacón. “Me encanta la presión extra que dan a mi trabajo. Solo tienes una oportunidad de hacerlo bien y no cagarla. En el futuro, me gustaría abrazar este look femenino aún más”, confiesa. Hace unos meses inauguró sobre unos tacones el desfile del diseñador Alain Paul como si llevara haciéndolo toda la vida. ¿El secreto? “Antes escucho a Kendrick Lamar o Lady Gaga. Sobre todo Just Dance si los zapatos son muy altos”.
Con tanto trabajo, este mismo año Berenett también ha aprendido a lidiar con un clásico de la profesión: el vacío que queda entre proyectos. “Se necesita mucha fortaleza para no volverte loco cada vez que dejas de trabajar. Te cuestionas mucho y piensas: ‘Tengo que encontrar un trabajo de verdad’. Creo que esas dudas nunca se van del todo, pero acabas encontrando estrategias para rodearlas”. Su plan ahora pasa por seguir ensanchando horizontes. Quiere intentar ser actor. Heredero de una conocida saga de actores suecos, Berennet cree firmemente que la pasión por interpretar está escrita en sus genes: “Es lo único que me apasiona. Y es lo único que sé hacer”. Prepárense, directores de casting.