Soto Asa: “La educación de los niños no puede recaer sobre los raperos, ¡sería una ruina!”
Con casi un millón de oyentes mensuales en Spotify, el músico ceutí es uno de los grandes valores del ‘underground’. Esta tarde publica su nuevo trabajo, ‘solo.mp3’, solo un mes después de su último álbum, ‘Disco 9′
Hay artistas que destacan por una estética única. El rapado dejando crecer un logo de Nike en la cabeza es la marca que define a Soto Asa (Ceuta, 1993). “Un verano que no tenía que currar me rapó el pelo una amiga y quedaba to’ vacilón. Iba dejándolo y quitándolo según los trabajos y la licencia de poder tener un peinado así. Cuando pude vivir de la música me lo dejé como seña de identidad”, explica en su apartamento turístico recién llegado a Madrid.
Su gusto por la marca lo demuestra en la canción Me gustaron sus Nai, con más de 20 millones de reproducciones en Spotify, junto a Yung Beef y a ritmo de reguetón. “¡Pero que se porten, eh! Hay otras marcas que apoyan mucho más la escena urbana. Lo hago gratis porque me mola, pero pongo Nike en visuales, en videoclips… No sé, que me regalen unos calcetines aunque sea, ¿no?”.
Está de paso por Madrid para irse a México. Semanas atrás actuó en el WiZink Center ante más de 5.000 personas y con el lanzamiento de su tercer álbum, Álbum 9, promete una nueva gira. El ceutí lleva en la música urbana desde 2016, antes de la explosión y la hegemonía de estos géneros. Él hace trap, reguetón y “electrónica con voz”, como lo define. Todo desde el underground. De trabajar de panadero, vendiendo pintauñas o teléfonos móviles ha pasado a ser uno de los artistas más reconocidos del panorama urbano español. Cuenta con un millón de oyentes mensuales en Spotify y varias canciones con más de 25 millones de reproducciones. Ha tocado en el Primavera Sound, el Arenal Sound o el Riverland, donde repetirá este verano. “Pero si hay que volver a vender pintauñas se vuelve. Estoy muy orgulloso de donde vengo y no me avergüenzo”.
A Soto Asa no le gusta la exposición, las entrevistas o que se le reconozca demasiado. La urgencia de pasar desapercibido la demuestra en Gibraltar: “Yo me fui de la ciudad donde nadie puede verme”, canta. Pese a querer pasar de incógnito, sus fans devoran cada lanzamiento del artista, algo que se aprecia en sus conciertos llenos de pogos y cantos al unísono de cada uno de sus temas. Su nostalgia hacia los videojuegos de la PlayStation 2 o la Nintendo 64 (tiene un EP titulado así) y su estética neoquinqui probablemente tengan responsabilidad en la vuelta a la estética de los 2000.
Empezó autoproduciéndose en su casa con su ordenador. Fue skater. Detesta el postureo: “odio cansinear por las redes sociales y subir un post cada vez que subo un tema”. Pero asume que siendo un artista independiente y sin tener “carteles en el centro de Madrid o grandes promociones”, es lo que toca. “No me gusta de internet que la gente se vuelve quien no es. Es un mundo cruel. Hay personas que dicen cosas en las redes que nunca las dirían en la calle”.
Soto ignora en la medida de lo posible las listas de Spotify y lo ejemplifica con una de sus últimas canciones, Shameshit: “Sabía que no iba a entrar en ningún chart, pero me encanta ese tema. Sé que un reguetón puede funcionar mejor, pero no puedo perder mi autenticidad, sino acabo siendo la copia de la copia”. Tampoco se acaba de fiar del negocio de la música en streaming. “Es una caja cerrada. Cuando nació internet la televisión y la radio parecían anticuadas porque obligaban a escuchar lo que unos decían. Fuimos la generación que alzó la voz para decir ‘somos libres’. Y qué coño, no eres libres, tienes un algoritmo que te planta en la cara: escucha esto. Lo que te recomiendan este mes es muy parecido al anterior y lo será al siguiente”.
Soto reconoce que intenta llevar una vida ordenada... de día. “Voy al gimnasio, como bien… Pero llega la noche y me porto mal conmigo mismo. Ahí sí que puedo mejorar. Por eso me sitúo entre el bien y el mal, pero intentando más el bien”. El que da bondad recibe lo mismo, dicen las leyes del karma. “Pero no es un concepto mágico. Si tú me tratas bien a mí, yo haré lo mismo contigo. Es una consecuencia determinada de actos concretos. No es algo que opera de forma externa y aleatoria en nuestras vidas”.
La búsqueda de mejorar le viene de la adolescencia, a través de un profesor en el instituto. “Estaba obsesionado con filósofos occidentales como Ortega y Gasset, Nietzsche o Platón. Los clásicos, vaya. Sin embargo, me di cuenta que en vez de vivir la vida, me la pasaba analizándola”. Le gustaba tanto la filosofía que le hacía los deberes a amigos suyos a cambio de los de dibujo técnico. En ese momento llegó su maestro José Luis con el budismo. “Es una de las personas más influyentes en mi vida. Me enseñó un modo de pensar en el que podía disfrutar de la vida permitiéndome ser más incoherente. Por ello, no me llama solo lo estético de lo asiático, sino su forma de pensar”. “No quiero ir de flipado, que Nietzsche o Platón están más vistos que El Padrino, pero creo que me obsesioné con la filosofía desde muy pequeño. Ahora soy como un cristiano que no va a misa, pero siendo budista”, se autodefine.
El sonido de Soto Asa mezcla las bases con filtros como el autotune, de lo que sale una voz casi robótica, triste, oscura. Reconoce estar influenciado por Yung Lean y los sadboys de inicios del trap en 2013. “Pero como un chico triste que busca siempre el lado positivo”. En sus temáticas abunda el amor. “Me gusta camuflarlo. En Vuelvo a la Nena la gente piensa que hablo de una chavala y una relación tóxica, cuando realmente hablo de volver a un punto de venta de droga”, desvela.
Hay artistas que hacen apología del consumo de drogas en las letras de sus canciones. Él no. “A veces, sin buscarlo, puede parecer que lo promueves si hablas de ello, pero no me gusta para nada incitar a la gente a que consuma algo que a largo plazo puede salir mal si no tienes un autocontrol potente”. Por eso reivindica hablar de las drogas de una forma menos explícita. ¿Es importante para Soto Asa el mensaje que transmite? “No somos educadores, pero si te paras a pensarlo, quieras o no influencias. Por eso es importante que los chavales salgan con una buena educación del colegio y de sus casas; que sepan diferenciar el bien y el mal. La educación de los niños no puede recaer sobre los raperos, ¡sería una ruina!”.
“Dile que la quiero pero quiero que me quiera a mí también”, canta en Jugador 9. Aunque parece un mensaje simple, hay fans que se han tatuado esas doce palabras que reclaman la reciprocidad del amor. “Las personas hemos avanzado mucho en las relaciones, sobre todo en igualdad de género. Somos más maduros, pero aun no hemos llegado al punto perfecto”. Hay otro factor que llama la atención en la estética de Soto Asa: tiene dos anillos de oro iguales, uno en cada mano. Está casado consigo mismo. “Todas las relaciones se apagan aunque se nos venda la eternidad. Mi última relación me incitó a casarme conmigo. Iba a hacer la boda y la despedida de soltero, pero la pandemia me jodió el plan. Llevo las alianzas para recordármelo”. Ha perdido la fe en el amor. “No creo que el ser humano esté hecho para convivir con una persona eternamente”.
Donde sí se encuentra amos es en los conciertos. Sigue sin creerse que acudan fans a agradecerle su música. “Me emociono más que ellos”, confiesa. Pero el carrusel de emociones le hace quemarse a veces. “No es una vida mala, ¿qué voy a decirte? Pero a veces me gustaría poder alejarme por épocas. Es raro ir a un lugar que no has pisado en tu vida y que la gente te conozca”. ¿Y en qué lugar se retiraría? “En el Tíbet. Aunque hace mucho frío”.
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