Juan Carlos Fresnadillo: “No sé si volvería a dar todos los pasos que di para hacer esta película”
El director canario rompe un silencio de 13 años con ‘Damsel’, un retorcido cuento de hadas de presupuesto millonario con Millie Bobby Brown de protagonista
“Me considero un viajero. Ahora vivo en Lisboa. Mi pareja está haciendo allí un máster de danza de seis meses y he decidido acompañarla”, dice Juan Carlos Fresnadillo (Tenerife, 57 años). El cineasta está en Madrid promocionando Damsel, la superproducción de Netflix con la que rompe un silencio de 13 años. No estrena una película desde septiembre de 2011, cuando ...
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“Me considero un viajero. Ahora vivo en Lisboa. Mi pareja está haciendo allí un máster de danza de seis meses y he decidido acompañarla”, dice Juan Carlos Fresnadillo (Tenerife, 57 años). El cineasta está en Madrid promocionando Damsel, la superproducción de Netflix con la que rompe un silencio de 13 años. No estrena una película desde septiembre de 2011, cuando Intruders, su tercer largo, inauguró el Festival de Cine de San Sebastián. “He vivido en muchos lugares”, continúa: “A los 17 años me fui de Canarias y estuve en Madrid hasta que me fui a Londres a dirigir 28 semanas después (2007). Después, Buenos Aires y más tarde, Los Ángeles, cuando fui a hacer televisión. Fueron cinco años, hasta 2018, que es cuando leí el guion de Damsel, empecé a poner la cabeza en ello y me volví a Madrid. Estuve un par de años aquí, pero ya a partir de la gestación de Damsel me volví a Londres dos años y medio más”.
Protagonizada por una de las actrices jóvenes más poderosas de Hollywood, Millie Bobby Brown, además de por Angela Bassett y Robin Wright, Damsel, que se acaba de estrenar en Netflix, es una revisión del clásico relato de un reino mágico con un dragón y un príncipe encantador que pide la mano a una bella princesa... solo que, en este caso, hay un turbio secreto. Damsel es también una producción con toneladas de efectos especiales y un presupuesto estimado de 60 millones de euros. Lo mismo que ha costado La sociedad de la nieve o seis veces un largo de Almodóvar. Y eso no sale gratis.
“Yo no sé si volvería a dar todos los pasos que di para conseguir que me dieran Damsel”, dice. “Porque demanda una energía y una entrega muy intensa. Ya lo hice, ya está, fantástico... Pero no repetiría si tuviera que hacer lo mismo. Espero que Damsel me sirva para tener un acceso más fácil a este tipo de proyectos. Esta es una industria dura, muy competitiva, y estás a prueba todo el proceso. Pero es una presión que me pone. Intento convertirla en algo a favor de obra. Estás trabajando con gente que te exige, claro, pero es como los futbolistas: si estás en primera división, las patadas son más fuertes que en segunda. Pues esto es igual. Cuando estás allí, tienes que saber que va a ser duro, pero que tienes la posibilidad de trabajar con los actores con los que has soñado, en historias que son grandes desafíos a nivel de producción, y con la gente que te inspira y que te motiva”.
Nunca le ha asustado esa máquina de picar carne que es Hollywood. De hecho siempre pareció huir de la etiqueta de “realizador español”. Lo consiguió desde el principio. En 1996, su corto Esposados fue candidato al Oscar, lo que le permitió viajar a Los Ángeles para abrirse camino. “Aquello fue un disparo de francotirador. Una experiencia mágica y maravillosa, pero después vuelvo y hago Intacto (2001), que es una producción totalmente española”.
“Una sorprendente opera prima en la que destaca la claridad del estilo, la firmeza del pulso de Fresnadillo”, escribió Mirito Torreiro en EL PAÍS de Intacto. La película tuvo una trayectoria fulgurante: Goya a la dirección novel y al actor revelación para un Leonardo Sbaraglia que acababa de desembarcar en el cine español. Después de pasar por Cannes o Sundance se habló de un remake estadounidense que nunca llegó a concretarse. “Lo iba a hacer Shyamalan. Pero no llegó”.
Si se piensa bien, sus historias y las de Shyamalan tienen elementos en común. De hecho, una de las obras del estadounidense, El protegido (2000), tiene un punto de partida similar a Intacto. Sus historias se parecen incluso a un nivel más abstracto: ambos suelen partir de lo doméstico. La vida cotidiana da lugar a un thriller que generalmente desemboca en lo fantástico. Y ambos tienden a poner a una familia en el centro del guion. “La estructura del drama familiar está en todo lo que hago. La familia siempre está presente en mis historias. Y en Damsel ocurre algo más maravilloso: que es un drama familiar donde además ocurre algo muy heavy”.
La familia es el eje para Fresnadillo incluso dirigiendo una película de zombis: 28 semanas después (2007), la secuela de 28 días después (2003), el largo con el que Danny Boyle y Alex Garland le dieron una vuelta al subgénero y que parecía que le metería definitivamente en las grandes ligas. “De alguna manera, me colocó de forma más evidente en el panorama internacional. Porque Intacto es una película muy reconocida en Hollywood, pero es de culto. 28... abrió la posibilidad de que fuera un director para el gran público. Pero con una mirada personal, que yo creo que es un poco mi lugar. Realmente, la integración con la industria de forma ya completa ha ocurrido con Damsel, que es la película que, en cierto modo, cierra una etapa importante en mi vida, la de mi experiencia americana”.
La decisión de iniciar su “experiencia americana” la tomó después de Intruders (2011), rodada en inglés con Clive Owen y Daniel Brühl. Se mudó en 2013, atraído por la fiebre del oro de las series. Y, al menos para el público, aquel niño prodigio desapareció. “He estado muy ocupado aunque para mucha gente haya estado desaparecido”, corrige. “Pensé en que me apetecía aventurarme en ese territorio. La dinámica en televisión es distinta a la del cine. El director es un colaborador creativo. El que corta el bacalao es el showrunner, el creador de la serie. Yo ejercía de productor ejecutivo y director del piloto, que es donde estableces la biblia visual del proyecto”.
Participó en dos series, ambas de género fantástico. La interesante Falling Waters (2016), que se canceló después de dos temporadas, y Salvation (2017), una de esas historias que empiezan bien pero cuya trama va cayendo en picado hasta que ya no tiene ni pies ni cabeza. “Es verdad. Es el riesgo que asumes al participar en una serie. No tienes el control creativo completo. En Salvation solo intervine en la primera temporada”. Y después están los proyectos fallidos. Esos a los que se dedican meses, a veces años, y no salen. En su caso, el más conocido es un remake con actores de Merlín, el encantador, el clásico de animación de Disney de 1963. “Yo iba a hacer la película para Disney+ y Ridley Scott una serie sobre Merlín joven, pero no salió. En EE UU todo se activa con una facilidad pasmosa, pero más de la mitad de los proyectos no se hacen. Te involucras, lo das todo, y nada. Afortunadamente los desarrollos se pagan muy bien. Yo viví cinco años en Estados Unidos gracias a la televisión pero también gracias a todos los desarrollos que hice”.
Damsel es el resultado visible de esa aventura. Una película a mayor gloria de Millie Bobby Brown. “Si tuviera que definirla en una palabra diría que es carismática. Al estilo de Judy Garland. Tiene algo de estrella del Hollywood clásico. Pongas donde pongas la cámara, brilla”. ¿Cómo es la convivencia entre un director y una estrella que además es productora ejecutiva? “Al final, un placer. Sobre todo al ver su valentía y su arrojo. No puso ninguna pega en hacer una película tan física como ésta, cuando es muy jodida y especialmente para alguien como ella, que es claustrofóbica”. Detalle importante, teniendo en cuenta que gran parte de la película se desarrolla en una cueva. “Hay un momento muy duro en la película, que es cuando ella se queda atascada dentro. Ese sufrimiento es real. Y lo hizo muy bien, convirtió su miedo en algo artístico. Ella me pidió que tuviéramos cuidado, y creo que establecimos un buen código de comunicación entre los dos para que en esos momentos yo la cuidara”.
Reconoce Fresnadillo que puede llegar a ser obsesivo con los detalles. “No al nivel de David Fincher, pero sí, siempre quiero más”. Lo cual puede provocar situaciones complicadas con los actores. “Soy un director pesado que ha decidido, y ha pactado, con Millie Bobby Brown que la cámara va a estar muy cerca de ella en determinadas situaciones, con lo cual no puede engañar con especialistas que hagan sus escenas. Tiene que hacerlo ella... fue duro”. ¿Hubo que repetir muchas tomas? “Sí, y hubo momentos de cierta tensión, porque el director siempre quiere más y más. Pero bueno, fue dentro de un marco de seguridad y de entendimiento. Ella me decía: ‘Bueno, es tu criatura, entiendo que seas tan obsesivo”.
Ahora, el viajero impenitente se plantea lo impensable: volver a casa, a Tenerife. “Tiene que ver que hace pocos años murió mi madre. Cuando muere tu madre hay algo que se reubica dentro de uno, tu lugar de origen se coloca en un sitio más luminoso. Porque para mí, durante mucho tiempo, Canarias representaba el lugar donde me crié, pero donde asumía que, si querías hacer algo, había que volar. O sea, asumí que el canario tenía que ser emigrante. Pero esta pasión por contar historias tiene que ver mucho con mi origen, con mi familia. Mi padre lo grababa todo en Super 8 y las sesiones que ponía en la pantalla en mi casa eran como algo mágico. Y mi madre, que era una enamorada del cine clásico… entre los dos me infectaron el virus de hacer películas”.
—Y eso no se pasa nunca ¿no?
—Jamás. Tienes que aprender a vivir con ello.
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