“A las once no queda un alma en el restaurante”: ¿están los jóvenes cambiando los locos horarios españoles?
Los restaurantes se llenan cada vez más temprano, el horario del ‘prime time’ recibe cada vez más criticas y la flexibilidad del teletrabajo invita a organizarse de un modo que cada vez se parece más al europeo
No era la bohemia parisina que describe Julio Cortázar en Rayuela. Más bien un grupo de Erasmus españoles que había ido a París a juntarse con más españoles. Uno de ellos, Pedro, que hoy tiene 28 años, recuerda una anécdota que, en su opinión, justifica la fusión cultural. Unos franceses les habían invitado a una soirée, que es como llaman en Francia a beber unas copas en casa. “Sobre las once propusieron ir yendo a la discoteca. Nosotros, por supuesto, no les hicimos ni caso porque queríamos seguir bebiendo. Repitieron el intento una hora más tarde, y después otra vez a la una. ...
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No era la bohemia parisina que describe Julio Cortázar en Rayuela. Más bien un grupo de Erasmus españoles que había ido a París a juntarse con más españoles. Uno de ellos, Pedro, que hoy tiene 28 años, recuerda una anécdota que, en su opinión, justifica la fusión cultural. Unos franceses les habían invitado a una soirée, que es como llaman en Francia a beber unas copas en casa. “Sobre las once propusieron ir yendo a la discoteca. Nosotros, por supuesto, no les hicimos ni caso porque queríamos seguir bebiendo. Repitieron el intento una hora más tarde, y después otra vez a la una. Ahí fue cuando uno de ellos, absolutamente indignado, se levantó y dijo: ‘Vámonos de una vez, que estos son españoles y se pueden tirar aquí hasta las cuatro de la mañana”.
Hay pocos casos conocidos de extranjeros que hayan adoptado felizmente los “locos horarios españoles”: comer a las tres, trabajar hasta las ocho, cenar a las diez y aceptar que cualquier programa de horario de máxima audiencia no termine hasta la una y media de la madrugada. Pero puede que no solo se avecine un cambio en las costumbres españolas, sino que esta transformación ya esté en curso. Hay varios indicios de que entre las nuevas generaciones de españoles —y también en las antiguas— ha surgido un desapego y un discurso de rechazo hacia unos horarios que no armonizan bien con el anhelo de conciliar la vida laboral y personal, llevar una rutina que permita respetar unas horas mínimas de descanso, y con una mayor conciencia por conservar un nivel óptimo de salud. El pasado martes, Yolanda Díaz, la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, criticó los horarios de cierre de los restaurantes en España, y comunicó que su departamento está trabajando con un grupo de 60 personas en el asunto de la racionalización del tiempo. Por su parte, Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, respondió con firmeza a las declaraciones de Díaz, y argumentó que representan una ideología “puritana”, “materialista” y “socialista”, que quiere a los españoles “aburridos y en casa”.
Por otra parte, cada vez son más consistentes y repetidas las críticas a los horarios de los programas de prime time, o sea, el horario de máxima audiencia, aquel en el que las cadenas ofrecen sus grandes apuestas. Fue el caso del Beniform Fest, cuyas semifinales empezaron pasadas las 22:50 de un martes y un jueves. La crítica no solo llegó de las redes sociales, también de trabajadores del ente público. Lo mismo había ocurrido apenas dos meses antes con Masterchef Junior: un programa protagonizado por niños empezaba casi a las once y terminaba pasada la una y media de la madrugada. El continuo descenso de consumo de la televisión lineal (24 minutos de media al mes por espectador solo de 2022 a 2023) en favor de la televisión a la carta demuestra que los espectadores ya eligen sus propios horarios.
Cenar a las ocho
Es posible que antes de que la discusión sobre la reforma de los horarios españoles alcance una resolución satisfactoria, sea la propia realidad la que dicte un nuevo modelo. Rafael Andrés Llorente, vicepresidente de la Asociación Madrileña de Empresas de Restauración (AMER), señala que, desde el final de la pandemia, los españoles han comenzado a cenar más temprano. “Antes era impensable que en un restaurante hubiera un comensal español cenando a las ocho de la tarde, pero ahora sí”, afirma. Esta observación se ha extendido ampliamente en el sector de la hostelería, hasta el punto de que muchos establecimientos han ajustado los horarios de trabajo de sus empleados. “Algunos restaurantes han empezado a abrir sus cocinas más temprano y a cerrar aproximadamente una hora antes, ya que no resulta rentable mantenerse abiertos hasta las doce. Hay días que tenemos los restaurantes llenos por la noche, y a las once no queda un alma”.
Este cambio de tendencia, según Llorente, solo se ha manifestado en el horario de las cenas. “A mediodía prácticamente no ha cambiado nada”, asegura. El perfil de edad de la gente que acude a cenar temprano es heterogéneo. Ubica el inicio de este fenómeno justo después de la pandemia. “Nosotros, de hecho, pensábamos que el cambio iba a ser todavía más acentuado”, sostiene. Durante la crisis sanitaria de la covid, España, al igual que muchos otros países, implementó una serie de restricciones para contener la propagación del virus. Entre estas medidas, se encontraban limitaciones en los horarios de funcionamiento de los establecimientos, incluidos los restaurantes, que en algunas regiones tenían que cerrar a las diez de la noche, o incluso antes. Fue en este contexto cuando el tardeo ganó popularidad, tendencia que no solo persistió, sino que se intensificó tras el levantamiento de las restricciones, lo que benefició al sector del ocio con un aumento en la afluencia de clientes, el consumo y la extensión de horarios de actividad, de acuerdo con el Estudio sobre la Situación y Evolución del Sector del Ocio en 2023.
En opinión de Llorente, el motivo por el que la gente ha empezado a ir a cenar más pronto también tiene que ver con una creciente preocupación por la salud: “Estamos dejando atrás la costumbre de cenar tarde y acostarnos con el estómago lleno después de haber comido hace pocas horas. Al final, estamos hablando de hábitos que no son saludables”. En general, se recomienda cenar al menos dos a tres horas antes de irse a dormir para permitir que el cuerpo tenga tiempo suficiente para hacer una digestión adecuada. Esto ayuda a evitar problemas como el reflujo ácido o la indigestión, que pueden ser más comunes si se acuesta uno inmediatamente después de comer. El multimillonario Bryan Johnson, conocido por su proyecto Blueprint, con el que intenta optimizar radicalmente su salud y longevidad a través de un régimen personalizado basado en datos científicos, cena todos los días a las 11 de la mañana (no ha leído mal, a las 11 de la mañana) con el propósito de maximizar el periodo de ayuno intermitente y mejorar así su metabolismo y eficiencia energética.
Horarios flexibles y teletrabajo
En el ámbito laboral el problema es lo poco compactadas que están las jornadas en España: en ningún otro país hay tantas personas trabajando entre las 18.00 y las 20.00. La tradicionalmente larga pausa para comer en España, que muchas empresas marcan en un mínimo de una hora, otras conceden hasta dos, distingue al país en el contexto europeo y global. Este esquema horario tiene raíces históricas y culturales, pero también se justifica por motivos prácticos y climáticos; especialmente en el sur de España, donde la prolongada pausa al mediodía permitía evitar las horas más calurosas del día. La pandemia ha acelerado la adopción del teletrabajo, y ha ofrecido a muchos la flexibilidad de organizar su tiempo según preferencias personales y necesidades familiares. Eduardo, economista de 26 años, comenta que en días de teletrabajo adopta horarios más alineados con los europeos, o incluso ajusta sus comidas a sus ritmos personales. “Escucho a mi cuerpo”, explica. “Si un desayuno contundente a las 11 me sienta bien, no necesito comer hasta las cinco. Y si algún día no deseo desayunar, puedo esperar para comer a la una”.
Álvaro es un madrileño de 29 años que trabaja en el sector de finanzas en una empresa alemana. Vive en Berlín desde hace tres años, y antes de eso había residido en Fráncfort, Londres, y Australia. Después de tanto tiempo viviendo fuera de España, confiesa que ya está absolutamente adaptado a los horarios extranjeros. “Generalmente, me gusta mucho más el modelo europeo porque te permite tener mucha más flexibilidad para hacer las comidas, los restaurantes están abiertos en una franja horaria más amplia”. En su empresa actual, han implementado un “incentivo perverso” para que la gente alargue su horario laboral. Si se quedan a trabajar más allá de las siete de la tarde, tienen un presupuesto de 18 euros para cenar dentro de la oficina. “Es un poco patético ver a la gente haciendo tiempo solo para poder pedir algo de comer, aunque la verdad es que todos lo hacemos”, afirma.
No le cabe duda de que este sistema, que en ocasiones le permite ir a entrenar al gimnasio o socializar después de haber cenado, es “lo más sano para el día a día”. Reconoce, en cambio, que el horario español le parece “más disfrutón”. “Echo bastante de menos eso de tomar tranquilamente el aperitivo y no empezar a comer hasta las cuatro de la tarde, como se hace muchas veces en verano. Cuando vuelvo a España, no me cuesta nada adaptarme a los viejos horarios, que también tienen su parte buena”. Unos viejos horarios que pueden ser cada vez menos habituales. Ahora, en España, a las ocho también se cena.
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