Romy: “A veces ser feliz se convierte en una ocupación a tiempo completo”
La guitarrista de The xx lanza su primer álbum en solitario, en el que destaca esa mezcla de timidez y determinación que la caracterizaba en el escenario
Romy Madley Croft (Londres, 33 años; en adelante, Romy, su nombre de pila, pero también de guerra) siempre había concebido la música como un deporte de equipo. Así venía practicándolo ella desde el final de la adolescencia, en compañía de sus “íntimos amigos, poco menos que hermanos”, como ella llama a Oliver Sim y Jamie Smith. Juntos formaron, allá por 2005 en Londres, ...
Romy Madley Croft (Londres, 33 años; en adelante, Romy, su nombre de pila, pero también de guerra) siempre había concebido la música como un deporte de equipo. Así venía practicándolo ella desde el final de la adolescencia, en compañía de sus “íntimos amigos, poco menos que hermanos”, como ella llama a Oliver Sim y Jamie Smith. Juntos formaron, allá por 2005 en Londres, The xx, un combo de rebeldes del dream pop y la electrónica quebradiza y subterránea. Romy, de una exquisita timidez para nada incompatible con el carisma escénico, se hacía cargo de la guitarra y se repartía el micrófono con Oliver. Jamie ejercía de embajador del ritmo y cerebro en la sombra.
La banda nunca ha sido oficialmente disuelta. “Muy pronto tendremos noticias de ella”, apunta Romy, pero lo cierto es que lleva ya cinco años en barbecho. En ese tiempo, ella se ha consolidado como DJ, se ha casado con la fotógrafa Vic Lentaigne (“un amor perdido de juventud que reapareció en mi vida en el momento oportuno, y esta vez para quedarse”) y se ha ido asomando, de forma algo reticente y dubitativa, a una carrera discográfica en solitario. Mid Air, primer álbum de Romy (y sus circunstancias), se edita el 8 de septiembre. Su autora lo describe, no sin humor, como el fruto de “un parto a cámara lenta”.
En realidad, lleva gestándose desde que ella y el productor, compositor y DJ Fred Again empezaron a escribir canciones juntos en 2018. Pronto reunieron una cartera de clientes ilustres, de Dua Lipa a Kelela pasando por King Princess, y muy pronto también concibieron a dúo una perla bailable y atípica, Loveher. La canción entusiasmó a Romy: “Sentí que me conectaba con mis raíces, con la adolescente de 15 años que empezó a frecuentar los clubs queer de Londres y que hizo frente a su timidez y su primera crisis de identidad sexual bailando y pinchando música. Así que cuando Fred preguntó en voz alta a quién íbamos a intentar vendérsela, yo me planteé, por primera vez, que quería quedármela para lanzar mi carrera en solitario”.
Dicho y hecho. El proyecto, al que ha contribuido Jaime Smith con solidaridad fraternal, consistía en reunir otras nueve o diez canciones en la estela de Loveher, pop electrónico de amplio espectro, orientado a las pistas de bailes, pero teñido de una sutil melancolía.
Ocurre que las canciones “han tardado en llegar”. A Romy le brotaron unas cuantas, de un tirón, durante el confinamiento de la primavera de 2020. Encerrada con su esposa en la casa que comparten en Londres, alejada por primera vez en mucho tiempo de las cabinas y de la vida nocturna, la británica empezó a encadenar “hallazgos” como Enjoy Your Life, Strong, Twice o She’s On My Mind, sendos capítulos de “una autobiografía musical” que, según nos cuenta, “lo abarca a todo: los periodos depresivos, el éxtasis del amor, la energía y el consuelo que he encontrado siempre en la música”. Luego ha necesitado tres años más para sacar esas canciones incipientes de la incubadora y convertir los capítulos dispersos en un “libro” musical coherente.
Romy, con la que nos citamos en un hotel barcelonés, acepta con elegancia que la acusemos de perfeccionismo: “Algo de eso hay, desde luego, no soy la artista más prolífica del mundo, y seguro que mis inseguridades han contribuido a dilatar los plazos. Pero es que, además, la vida va muy deprisa y yo no he encontrado la manera de evitar que el día a día me distraiga de los grandes proyectos”. No quiere usar su reciente matrimonio “como coartada”, pero admite también que “ser feliz ocupa mucho tiempo, hay momentos en que se convierte en una ocupación a tiempo completo”. Mid Air es, en definitiva, un álbum cocinado sin pisas, hasta alcanzar su punto óptimo de sazón, y que ha contado en su recta final con el impulso “decisivo” de Stuart Price, el hombre que produjo Confessions on a Dancefloor, de Madonna, todo un disco de cabecera para Romy.
La cantante acude a la cita con ICON luciendo una de sus habituales blusas ácidas, similar a la que vestía semanas atrás en el festival de Coachella, su gran reencuentro con los escenarios internacionales: “Ahora me doy cuenta de hasta qué punto he echado de menos la energía del directo”, cuenta. “Durante años, los conciertos me hacían sufrir. Siendo como soy una persona introvertida, me los tomaba como una especie de peaje a pagar por el privilegio de hacer música con Jaime y Oliver y tener éxito. Pero hoy siento que me motivan más que nunca. Aún no tengo del todo perfilado cómo sonarán mis canciones en directo, pero quiero que transmitan esa euforia contenida del disco, ese entusiasmo y esa celebración de la vida matizadas con una suave dosis de nostalgia y tristeza”.
Quiere, por supuesto, que el público baile. Y se declara “más dispuesta que nunca a bailar con ellos”. La vida en la carretera, en cambio, le genera sentimientos ambivalentes: “Durante la pandemia llegué a creer que el mundo iba a transformarse de manera muy radical, tal vez a mejor. Que viviríamos a otro ritmo, seríamos más frugales, viajaríamos mucho menos… Pero nada de eso ha ocurrido, nuestro deseo de normalidad ha pesado más que cualquiera de las lecciones que creíamos haber aprendido”.
Así que toca volver a recorrer el mundo de escenario en escenario. Ella ya lo hizo, durante el decenio de hiperactividad de The xx, “cuando todo era nuevo y emocionante”. Ha estado en España “en múltiples ocasiones”. De nuestro país destaca “la calma de Formentera”, isla a la que acudía ya en la infancia, antes de que su madre falleciese, “el aire bohemio de Barcelona o la vitalidad y la energía de Ibiza”. Espera que el público español conecte con su nueva música, pese a su ligera capa de “oscuridad e introspección nórdica”, porque “es pop de inspiración house, y trae también una buena dosis de pasión y alegría”.
Venir a lugares como España le permite, de paso, distraerse de la “catástrofe” del Brexit: “¡Es todo tan absurdo y deprimente! Incluso una parte muy sustancial de los que votaron a favor hace siete años votaría hoy en contra, porque sienten que no se les explicaron de manera honesta sus implicaciones ni consecuencias”. Cree que un ataque intempestivo de nacionalismo hizo “que los británicos nos viésemos privados de parte de nuestra identidad europea y de una relación estrecha con algunos de los países culturalmente más cercanos a nosotros”. Por suerte, cuando se trata de música, “no hay fronteras”. Solo la comunidad de la que ella siempre ha querido formar parte: “la de los que bailan”.
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