Nacho Sánchez, un actor ante el papel más duro del año: “Los pedófilos tienen pánico de hablar hasta con su propio psicólogo”
El actor explica cómo preparó el personaje protagonista de ‘Mantícora’, uno de los papeles más inquietantes y memorables del cine español reciente
Algo no acaba de cuadrar en Julián, el protagonista de Mantícora, la nueva película de Carlos Vermut. Vive solo, entregado a su trabajo de diseñador de monstruos para una empresa de videojuegos, y solo se le conoce una amiga, precisamente compañera en esa oficina. Algo en la mirada de Nacho Sánchez (Ávila, 30 años), quien lo interpreta, sugiere una vida interior oculta, como un secreto que da más miedo que s...
Algo no acaba de cuadrar en Julián, el protagonista de Mantícora, la nueva película de Carlos Vermut. Vive solo, entregado a su trabajo de diseñador de monstruos para una empresa de videojuegos, y solo se le conoce una amiga, precisamente compañera en esa oficina. Algo en la mirada de Nacho Sánchez (Ávila, 30 años), quien lo interpreta, sugiere una vida interior oculta, como un secreto que da más miedo que seguridad, pero ninguno de sus actos indica que él sea una mala persona. De hecho rescata a su vecino de 9 años de un incendio. Pero, claro, ahí está esa mirada, más y más notable desde que Julián huye del fuego y suelta al niño de sus brazos. “Los pedófilos tienen pánico a hablar hasta con su propio psicólogo, porque puede llamar a la policía”, explica Sánchez.
Este actor, conocido también por Diecisiete (2019), Doctor Portuondo (Filmin, 2021) y por sus éxitos en teatro, se estrena como protagonista no solo con una de las películas más esperadas del año, sino con uno de los papeles más inquietantes y antipáticos imaginables: el hombre atraído por niños, pero el que no se atreve, no quiere, cruzar la línea roja que le separa de la pederastia. “Es una pulsión tan secreta que todo lo que pude hacer para prepararme es encontrar un blog, Pedófilos Virtuosos, donde hay gente que comparte por primera vez este algo que no le ha podido contar a nadie, ni a sus amigos, ni a su familia, ni a su médico”, prosigue. “Imagínate que tu pulsión más grande, la sexual, la que no has elegido, la que tienes activada todo el rato, te lleva hacia los niños. Es un acto horrible, uno que si lo llevas a cabo es terrorífico. Porque es hacia una persona que no tiene capacidad de defensa. Pero la pulsión está ahí. Y esta gente vive constantemente peleada consigo misma”.
Sánchez –como Vermut– no reclama necesariamente empatía para estas personas. Pero sí parte de la pedofilia para explorar lo que es un pecado de obra y uno de pensamiento, sobre todo en la era de metaversos y realidades virtuales, donde una idea puede recibir forma tangible sin existir en el mundo real. “¿Qué de nuestra vida convertimos en público? ¿Qué queremos mostrar y qué queremos esconder?”, pregunta. Y añade: “Y si una parte, quizá la más privada de un personaje como este, se hace pública, ¿qué pasa? Es un acto privado que se ha quedado dentro de su cuerpo, todo lo privado que puede estar un acto y aun así, al hacerse pública, ¿la reglamos? No hay respuesta”.
La confesión, se supone, purifica. Incluso redime. Y una de las marcas de la actual revolución tecnológica es una perpetua sensación de confidencia, de aireo de secretos. Aquí a Sánchez le favorece algo que a cualquier otro actor le perjudicaría: él no tiene redes sociales y no cree que estas revelaciones sean realmente efectivas. “Compartir algo oscuro hace que sea menos oscuro. Si yo comparto un acto de oscuridad mío, tal vez tú compartas uno tuyo, así la situación se relaja. Ves que tienes en común con otra gente cosas que pensabas que solo vivían dentro de ti”, explica. “Pero las redes sociales no muestran la oscuridad, la aumentan. Dan a entender que solo hay un mundo, uno en el que las versiones que mostramos de nosotros mismos son perfectos. Alguien que viene a dejarte KO con sus ideas en un hilo de Twitter o a impresionarte con un postazo en Instagram: es lo mismo, solo quieren mostrar la mejor versión de sí mismos, cuando en realidad mostrar la peor rebajaría los niveles de la ansiedad de la gente”.
¿Entiende, pues, el auge de la derecha sin complejos que juega a ser políticamente incorrecta? “No tío, eso es tu mierda personal, no sacar tu oscuridad. Es cargar contra otros y quitarte la responsabilidad”. ¿Tiene miedo de que esa gente vea Mantícora como una defensa de la pedofilia? “No creo que vayan a verla. No siempre está bien provocar por provocar, pero la película no lo hace. Es una película sobre un personaje que está solo, que no se encuentra, que no sabe comunicarse con los otros y que necesita una red al lado porque no la tiene. Ahí estamos muchísimos”.
Él mismo viene de cerrar una época de oscuridad que ha culminado con su 30 cumpleaños. “Creo que ha sido mi primera crisis”, se plantea. Tartamudea intentando ahondar: “Fue una situación de estar perdido, de no encontrarte, de hacer las cosas sintiendo que alguien te obliga a hacerlas”. ¿También él va a recomendar hacer terapia? “Uf, no me gustaría nada vender lo de ‘yo he sufrido y ahora que salgo os voy a decir qué hacer’. No hay que venderlo todo”. Y él, ¿cómo ha salido? “Pues ha sido un momento en que ha tenido que aflorar el sentido del humor. Reírme de mis límites y mis contradicciones. Reírte es un acto de compasión. Amos Oz decía que la única característica que une a todo los fanáticos, sean de la ideología que sean, es que no tienen sentido del humor. Pues eso”.
Unos rápidos apuntes biográficos: Sánchez, ganador del Max y del Premio de la Unión de Actores, es uno de los pocos intérpretes que, de pequeño, se negaba a actuar. Fueron sus padres quienes insistieron. “Me llamaban Dr. No: soy un poco cabezota. Pero es que no quería, no me atrevía. Luego, como tantas otras veces, lo hice y vi que era justo lo que quería. Era un ambiente más femenino también, eso me venía muy bien. En el colegio me relacionaba más con chicos pero donde yo me sentía realizado era en el teatro”. Al acabar el instituto, en 2010, dejó su futuro en manos del destino. “Actuar había sido un juego. Ahora me tocaba ver: o haces del juego tu vida o no. Solicité 200 carreras que no tenían nada que ver con actuar. Ahora mismo podría haber hecho Ciencias de los Alimentos, que no sé quién me engañó para solicitar esa mierda para la cual me aceptaron. Menos mal que me cogieron en la RESAD [Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid], porque sino me veía haciendo Ciencias de los Alimentos. Qué poco me faltó”. Ahí está ese nuevo sentido del humor.
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