Error de ‘casting’
Caracterizar a estrellas como personajes históricos ha dado desastrosos resultados
Lo mejor que se puede decir de Washington es que no es Nueva York. Al menos, no anda mal de librerías de segunda mano. Mis favoritas son Second Story Books y Capitol Hills. En la sección dedicada al cine de la primera, además de paladas de biografías y memorias, un día cualquiera de otoño puedes encontrar una compilación de columnas de Jame Agee, un reportaje sobre clásicos de Hollywood que se rodaron en México, un fanzine editado por un artista de Portland titulado Fucking James Franco que reúne una serie de relatos eróticos sobre el actor o un ensayo en torno a la idea de la novia a l...
Lo mejor que se puede decir de Washington es que no es Nueva York. Al menos, no anda mal de librerías de segunda mano. Mis favoritas son Second Story Books y Capitol Hills. En la sección dedicada al cine de la primera, además de paladas de biografías y memorias, un día cualquiera de otoño puedes encontrar una compilación de columnas de Jame Agee, un reportaje sobre clásicos de Hollywood que se rodaron en México, un fanzine editado por un artista de Portland titulado Fucking James Franco que reúne una serie de relatos eróticos sobre el actor o un ensayo en torno a la idea de la novia a la fuga como embrión de la comedia romántica de los años treinta.
Aunque lo mejor es ver a John Wayne vestido de Genghis Khan en la portada de un volumen titulado Hollywood’s All-Time Worst Casting Blunders, algo así como Las mayores pifias de casting de Hollywood. Editado en 1996, se trata de un repaso a lo que su autor, Damien Bona, considera los peores errores de reparto de la historia del cine y que rescata unos cuantos despropósitos del olvido.
El libro se nutre sobre todo de los desastrosos resultados a la hora de caracterizar a estrellas de Hollywood como personajes históricos. Camisas de once varas como la que se calzó Jack Palance, el eterno pistolero de Shane, en Che! (1969), donde encarnaba a Fidel Castro (la película es de Richard Fleischer y Omar Sharif hacía del guerrillero). La interpretación de Palance “parece una audición para el Actors’ Studio” que pinta a Castro como “un bufón”, señala el autor. También están James Brolin y Jill Clayburgh haciendo de Clark Gable y Carole Lombard en el biopic de 1976 Gable y Lombard, Boris Karloff incapaz de sacarse los hombros caídos de su Frankenstein ni cuando interpreta al jefe indio de Los incontestables (1947), o ese hito del dislate que es Marlon Brando haciendo de japonés en la comedia La casa de té de la luna de agosto (1956). Algo que solo lo superó Mickey Rooney haciendo también de oriental en Desayuno con diamantes (1961), de Blake Edwards.
De 1956 es la película que le saca los colores a Wayne por su “cowboy mongol”. Pero eso no es lo peor. El conquistador de Mongolia, además de rondar siempre entre los puestos más altos de las listas de las peores películas de la historia de Hollywood, carga con la leyenda negra de haberse convertido en una aventura letal para su equipo: el rodaje tuvo un lugar en St. George, una localidad de Utah a cien kilómetros de un lugar de la vecina Nevada donde se había experimentado con bombas nucleares. Muchas secuencias se rodaron en Snow Canyon, donde un año antes se habían probado al menos 11 artefactos, que diseminaron su radiactividad por toda la zona. La cifra de enfermos de cáncer en el equipo fue pavorosa; afectó a más de la mitad, y eso incluye a Wayne, Susan Hayworth, Pedro Armendáriz, que se suicidó cuando supo de su enfermedad, o Lee Van Cleef.
Por si fuera poco, en 1965 Wayne aparecía vestido de romano en el grandilocuente drama bíblico La historia más grande jamás contada y confirmaba lo evidente: cualquier casco resultaba ortopédico para un tipo al que solo le caían bien los Stetsons.
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