‘Youtubers’ en rebelión: por qué se han puesto de moda los vídeos de hasta ocho horas
Varios videoensayistas de la plataforma se rebelan contra el algoritmo, que les exige seguir haciendo contenido cuando ya no tienen nada que decir, con vídeos de gran formato
El pasado mayo, los asiduos a YouTube asistieron a la resurrección de un mito. Dan Howell, legendario vlogger (o sea, video blogger) y presentador de radio británico de 31 años, volvía a la plataforma tras más de tres años de ausencia. El hombre que, junto a su colega Phil Lester, protagonizó en 2017 una de las giras de youtubers más ambiciosas y lucrativas de la historia, con 80 actuaciones en 18 países, había acabado colgando los bártulos a finales de 2018, tras anunciar que sufría una...
El pasado mayo, los asiduos a YouTube asistieron a la resurrección de un mito. Dan Howell, legendario vlogger (o sea, video blogger) y presentador de radio británico de 31 años, volvía a la plataforma tras más de tres años de ausencia. El hombre que, junto a su colega Phil Lester, protagonizó en 2017 una de las giras de youtubers más ambiciosas y lucrativas de la historia, con 80 actuaciones en 18 países, había acabado colgando los bártulos a finales de 2018, tras anunciar que sufría una depresión y que ya no estaba en condiciones de subir contenido a un entorno que definió como “ultracompetitivo y de una toxicidad extrema”.
El suyo fue un retorno atípico. Tal y como explica Julia Esposito en la revista 34th Street “Howell no volvió al ruedo con un vídeo protocolario de 10 minutos para disculparse por su larga ausencia y prometer nuevo contenido a corto plazo”, sino con un “manifiesto audiovisual de hora y media” titulado Why I Quit YouTube (Por qué me fui de YouTube).
En él esgrimía razones que resultarán familiares a cualquiera que haya seguido de cerca la evolución de la plataforma en los últimos años. El síndrome de ansiedad del youtuber, que obliga a los creadores de contenido a someterse a rutinas extenuantes para seguir subiendo vídeos incluso cuando no tienen nada nuevo que decir. La crueldad y falta de empatía de muchos comentarios. La (supuesta) banalización de contenidos, consecuencia, en su opinión, de la “dictadura” de un algoritmo tan inflexible como opaco. “¿Qué sentido tiene convertir tu propia vida en una especie de bochornoso reality para que YouTube lo llene de anuncios?”, decía Howell en uno de los momentos más melodramáticos de su tour de force.
No apto para impacientes
La descarnada confesión del británico, un tipo plantado ante una cámara repasando durante 100 (¿eternos?) minutos su vida, su carrera y su conflictiva relación con la plataforma que le hizo grande, se convirtió en un éxito instantáneo y hoy supera los tres millones de visualizaciones. Esposito la define como “una proeza, un acto de honestidad contracultural”, y gran parte de los que lo siguieron en directo agradecieron la madurez, inteligencia y sensibilidad de sus reflexiones.
El entusiasmo con que fue recibido el vídeo ilustra hasta qué punto el YouTube al que vuelve Howell es ya bastante distinto del que abandonó en 2018. Por entonces, reinaban aún los viejos dinosaurios, una aristocracia de youtubers con audiencias masivas que se había consolidado en torno a 2010 y que, en esencia, practicaba el humor cafre, desconsiderado y narcisista en píldoras de pocos minutos.
Era el caso del matrimonio McBroom, Catherine y Austin, una pareja de desaprensivos que llegó a reunir cerca de 19 millones de suscriptores en su canal, una apología de la transgresión más zafia en que se insultaba y humillaba a destajo, se hacían bromas con heces de perro o sangre menstrual y tampoco resultaban nada extraños los comentarios racistas, homofóbicos o misóginos. Tal y como explica Stephanie McNeal en BuzzFeed, los McBroom han acabado asumiendo que el juguete se les había ido de las manos y van a cerrar su vlogg para dedicarse “a viajar y pasar tiempo de calidad con sus hijos”.
Para McNeal, el matrimonio era una de tantas “reliquias jurásicas del viejo YouTube”, un lugar al que la gente acudía a escandalizarse y horrorizarse con espectáculos de tan mal gusto como el cadáver que exhibió en directo Logan Paul, la indiferencia mostrada por David Dobrik ante un asalto sexual que se produjo en sus narices, las bromas telefónicas a la policía de Jason Cid o el falso aborto al que dedicaron varios vídeos los desaprensivos Sam y Nia.
La difícil transición hacia una plataforma distinta
Parte de ese star system de hace una década permanece intacto (Dobrik y Paul sin ir más lejos, figuran aún entre los creadores de contenido con más seguidores), pero muchos de ellos han acabado sufriendo ese síndrome de ansiedad y desgaste prematuro (burn out) de que hablaba Howell. Los hermanos Jake y Logan Paul han moderado sus contenidos y hoy dedican gran parte de su tiempo a actividades como el boxeo. Dobrik, estadounidense de origen eslovaco, fue penalizado en 2021 por YouTube y perdió a gran parte de sus seguidores y hoy intenta reflotar su emporio digital andándose con pies de plomo.
Frente a esta vieja guardia de agitadores y cultivadores del humor corrosivo, se está consolidando una nueva generación de youtubers que no aspiran a audiencias tan masivas, pero intentan encontrar su propio nicho y apuestan por vídeos cada vez más sustanciosos y largos. Matilda Boseley, redactora de The Guardian, acaba de dedicar un exhaustivo artículo a estos “creadores de contenidos de una duración demencial”.
Ahora que YouTube compite con la inmediatez a menudo un tanto frívola de TikTok, gente como Quinton Hoover, del canal Quinton Reviews, se permite extravagancias como dedicar un vídeo de ¡ocho horas! a analizar la serie de Nickleodeon Victorious. Se trata, sin duda, de un análisis con fundamento y genuina sustancia, en que conviven el humor, la erudición y la sensibilidad pop, pero no dejan de ser ocho horas, “un Goliat audiovisual”, en palabras de Boseley. ¿Es que acaso alguien ve estos vídeos completos?, se pregunta la redactora de The Guardian. ¿Cómo se explica que un canal de videoensayos de esta longitud haya acumulado 750.000 seguidores?
Las afinidades electivas
La respuesta, según la periodista de la NBC News Morgan Sung, es que la duración apenas importa: “De lo que se trata es de pasar un buen rato en compañía de una persona que te resulta simpática y cuya visión de las cosas te interesa. Si en algún momento te cansas o te aburres, siempre tienes la opción de dejar de verlo”.
Sung cita el caso de Jenny Nicholson, una youtuber con más de 900.000 suscriptores que últimamente se ha especializado también en el formato largo. Uno de sus últimos vídeos, subido a la plataforma el pasado 22 de junio, es un comentario de una hora y 20 minutos de duración sobre las extrañas obras de teatro que se representan en una iglesia evangélica de la ciudad canadiense de Winnipeg.
Por extravagante y, en principio, minoritaria que resulte su temática, la pieza lleva ya dos millones de reproducciones. Los comentarios demuestran que a los suscriptores les fascina Nicholson, su forma de expresarse, su sentido del humor un tanto cáustico (“Adoro que sea Satán el que liquide a Jesucristo friéndolo con una bazuca y que luego él se eleve del vertedero envuelto en una pirotecnia deliciosa”) y lo variopinto y marciano de sus intereses culturales.
Nicholson tiene la teoría de que los vídeos largos vuelven a ser populares porque “existe un segmento de público al que divierte consumir contenidos curiosos sin prestarles toda su atención”. Vendría a ser el equivalente al consumo pasivo de televisión de las generaciones anteriores, que encendían el aparato porque les hacía compañía: “Buscas algo largo y que despierte hasta cierto punto tu interés y dejas que se reproduzca en segundo plano mientras tú haces cualquier otra cosa”. Ella lo tiene claro: “La mayoría de las personas que empiezan a reproducir uno de mis vídeos lo abandonarán a los pocos segundos, pero a partir de ahí ya me quedo sola con el público al que de verdad intereso y que es muy probable que siga conmigo hasta el final”.
Kevin Perjurer, que se ha especializado en la creación de largos documentales para su canal Defunctland, piensa que, al margen del nivel de atención que les dirija su audiencia, los vídeos de varias horas son un buen antídoto contra el síndrome de desgaste del youtuber: “Prefiero dedicar varios meses a un contenido que me motive especialmente y en el que pueda volcar todos mis conocimientos y mi creatividad que estar produciendo tres o cuatro pequeñas piezas por semana”. Perjurer es un firme partidario de una aproximación mucho más pulcra, artesanal y entusiasta a la producción de contenido audiovisual: “Quiero que la gente vea que me entrego al máximo con todo lo que hago, que no me limito a encadenar vídeos rutinarios y de relleno. Si capta su atención alguna de mis piezas, tienen allí todo lo que he ido creando para el canal en los últimos cinco años”.
Sung destaca, además, que existe otra razón, más prosaica, para plantarse ante la cámara y disertar durante horas: “Los vídeos muy largos son más fáciles de monetizar, porque su duración permite insertar varios anuncios y, además, el algoritmo de YouTube cada vez prioriza más los minutos vistos en detrimento de métricas más tradicionales, como el número de reproducciones o de suscriptores”.
Pocos y puros
El caso es que, ya sea por cálculo, por romanticismo o porque disponen de tiempo y tienen mucho que contar, los youtubers de largo aliento, como Hoover, Nicholson y Perjurer, están empezando a proliferar.
Según datos de la página especializada en tecnología Earth Web, en el mundo hay 2.000 millones de usuarios más o menos habituales de YouTube y un total de 37 millones de canales activos, es decir, a los que se haya subido al menos un vídeo en los últimos 18 meses. La inmensa mayoría de esos canales tiene un número ínfimo de suscriptores y visualizaciones, de manera que sus creadores no reciben ingresos de ningún tipo.
La verdadera élite la integran los 600 youtubers que han alcanzado la cifra de 10 millones de suscriptores, y Earth Web calcula que alrededor de 24.000 han superado en alguna ocasión el millón. En la cúspide de la pirámide siguen estando leyendas online como PewDiePie, el experto sueco en videojuegos, humor y cultura internauta cuyo canal reúne a 111 millones de suscriptores y al que se atribuye una fortuna personal de 55 millones de euros.
Comparados con esas cifras, los que producen larguísimos videoensayos sobre música, cine, series juveniles u obras de teatro en iglesias canadienses son profesionales a pie de obra, la clase obrera ilustrada de YouTube. Pero su impacto va más allá de las cifras más obvias. Gracias a gente como ellos, la plataforma está ganando en diversidad de contenidos, originalidad y madurez, dejando atrás el oligopolio de humor soez, videojuegos y consejos de salud y belleza. Tal vez eso contribuya a explicar también por qué un espíritu libre como Dan Howell ha decidido volver al que fue su patio de recreo tras tan larga ausencia.
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