Alex de la Iglesia: “Soy ese tío gordo que hace películas: es la máscara con la que salgo a la calle”
El cineasta regresa a la pantalla grande con ‘Veneciafrenia’, una película sobre una red de caretas y purpurina bajo la cual se esconde una Europa decadente y moribunda (la cual, por supuesto, no tiene nada que ver con la real)
Hay una Europa aterradora, hostil y agonizante bajo la que ya conocemos (aunque tampoco tan distinta) y se llega a ella por Venecia, para desgracia de unos turistas españoles que acaban encerrados en ella. Es el planteamiento de Veneciafrenia, película con la que Alex de la Iglesia (Bilbao, 56 años), el director ...
Hay una Europa aterradora, hostil y agonizante bajo la que ya conocemos (aunque tampoco tan distinta) y se llega a ella por Venecia, para desgracia de unos turistas españoles que acaban encerrados en ella. Es el planteamiento de Veneciafrenia, película con la que Alex de la Iglesia (Bilbao, 56 años), el director que más ha hecho por demostrar que en España hay hueco y mercado para el cine fantástico, regresa a la pantalla grande. “Es una excusa para hablar de algo que me obsesiona: la careta, la máscara. Todos, de alguna manera u otra, huimos de una máscara; también las usamos para defendernos”, alerta en su despacho en Madrid, flanqueado por cómics y amigos de la infancia como Darth Vader, King Kong, Sauron y Cthulhu. “En Venecia todo eso se extrema: en el Carnaval todo el mundo tiene esa extraña máscara de felicidad. ¿Qué esconde realmente? Pues una Europa que ha desaparecido, un concepto de vida que ya no existe, un mundo que está francamente muerto, un cadáver”.
¿Por qué tantos cineastas, al llegar a cierto punto en su carrera, se interesan tanto por el artificio? Le pasó a Kubrick, a Spielberg, a Huston... No lo pretendes pero ocurre. Tengo 56 años: he estado más tiempo contando historias y siendo cineasta que haciendo cualquier otra cosa. Tú mismo te das cuenta de que ya ni ves la vida de la misma manera. Todo lo que ves, lo haces a través de una cámara, la gente te habla y estás oyendo diálogos, veo una película y ya no la veo, la analizo. Veneciafrenia habla de un grupo de personas que está acostumbrado al artificio. Ellos prefieren ir a la Venecia de Las Vegas, pero como es muy caro, terminan en la real, de máscaras de porcelana. ‘Qué ascazo’, dicen, tanta purpurina y colorines. Arañan y encuentran la Venecia real que esconde un mundo de símbolos y referencias y angustias.
¿Vivimos en un mundo de máscaras? Hay gente que lleva una máscara y encima otra. Gente que quiere parecer acorde con el pensamiento general y esconde otro debajo. Y debajo de ese, otro.
¿Usted tiene máscara o cámara? Cámara.
Dicen que se le cuela bastante personalidad a través de ella. En el fondo no somos lo que sentimos ser auténticamente, sino la máscara que aceptamos ser, el personaje. Yo soy ese tío gordo que hace películas. No coincide del todo con mi personalidad, yo no soy solo así, pero… es el vestido que me pongo para salir a calle. Hay gente que quiere dar una visión de sí mismo más acorde con lo que lleva dentro. Que intenta adelgazar. Yo no lo intento. He decidido hacer otras cosas.
¿Aciertan quienes dicen que es fácil señalar cuando una película es de Alex de la Iglesia? Eso es parte connatural del oficio de dirigir o de trabajar con el público. En mi caso, la gente dice: ‘Esto es una película de Alex y esto no’, lo cual me fascina. Ya te diré yo cuál es mía o cuál no. Cada una es distinta y dentro de cada género hay géneros, Veneciafrenia es muy diferente a El Bar o a 30 Monedas. Tiene un sabor concreto.
Sí tiene reverencia por un imaginario casi recurrente en sus películas, ¿le viene de la infancia? Es inevitable. Tú puedes creer que no, pero tu verdadera forma de ser se termina de establecer entre los 18 y los 25. Terminas condicionado por lo que fuiste, incluso negándolo: “Yo jamás seré como fui, voy a ser una persona adulta, voy a tener un pensamiento racional, voy a ser mi fiel a mis ideas…”. El que dice eso está peor que yo.
¿Dónde en concreto en la infancia? La primera revista que compré, con mi dinero, en pesetas, pocas, era Famosos Monsters del Cine, una revista absurda con fotografías en blanco y negro de películas de terror. Me cautivó hasta unos niveles increíbles. Encontré fotos de La matanza de Texas (1974), que no había visto… Fue una cosa muy prematura, no sé cómo mis padres no me quitaban la revista, te estoy hablando de que tenía cuatro o cinco años. Los primeros tebeos salían en la página central, a color, eran dibujos de Richard Corben: una historia de un Papá Noel asesino con un hacha que entraba por la chimenea para matar a los niños… Esa se me quedó grabada. El expresionismo alemán lo encontré a través de esas fotos: “¿Qué es este Gabinete del doctor Caligari? Quiero verlo. ¿Lon Chaney?”.
A diferencia de otros directores de la cultura nerd, con perdón, usted no trafica con la nostalgia. No, porque lo considero un presente. He construido mi cine a través de esas pulsiones, les tengo mucho respeto. No me gusta la gente que se lo toma a broma. Entiendo muy bien el personaje del freak, una persona obsesionada con un determinado cine, y una determinada cultura, y unos determinados cómics. Le quiero mucho, le entiendo y le respeto. La palabra friki me repugna. Siempre he hablado del freak, la persona que se siente aparte de la sociedad porque no le entienden. Ahora resulta que esa manera de pensar domina el mainstream. ¿Por qué? Porque no ha habido una alternativa: la gente de nuestra generación ha terminado dominando el proceso.
¿Qué le parece el giro que ha provocado el streaming, empezando por Netflix, de no hacer sus productos para el público general sino para los fans de una franquicia o un género en concreto? ¿De darles lo que quieren en vez de sorprenderlos? Las cosas funcionan cuando tu intento de agradar es sincero. El que hace el [considerado fallido] remake de La matanza de Texas (2022) también quiere agradar, incluso a sí mismo en el momento en el que hace algo absolutamente extremo y rompedor. Todo el mundo busca un público: puedes ser tú mismo y nadie más. En el cine de Leos Carax, en la primera [Chico conoce chica, 1984] hay claramente un interés por disfrutar de un juguete enorme que solo es para él y eso genera una comunidad de gente que es afín a ese sentimiento. En la última [Annette, 2021] ya le veo jugando con ese grupo de nerds entre comillas que les gusta el cine de Leos Carax. Lo mismo ocurre con otros de los grandes autores de nuestros tiempos, como Ari Aster [Hereditary, 2018] ], o Panos Cosmatos [Mandy, 2018]. No es más que una cuestión de mercado: quien hace cine para Cannes, para participar en la semana de la crítica, ganar el premio del jurado, están haciendo cine para ellos, de la misma forma que está Zara y luego la pequeña tienda especializada.
Es uno de los cineastas españoles más activos en redes. ¿Hacemos bien en asustarnos por lo que la gente suelta desde el anonimato, sin máscara? Nos asustamos porque por primera vez descubrimos cómo piensa la gente, porque es algo que no sabíamos. No somos mejores o peores, ni tenemos una visión más confusa de la vida, sino que antes eso no nos llegaba. Ahora lo vemos, descubrimos que no todos tenemos la capacidad de asumir ciertas informaciones. Todo es válido. El ruido también es válido.
¿El ruido? El saber lo que opinan: de ti, de la vida, de la política. “Esta gente utiliza Twitter para dar rienda suelta a sus odios”: no, está diciendo lo que piensa. Sabemos quién es porque puede decirlo abiertamente. Todo eso es información y es valiosísimo. Hay que tener la frialdad de leerlo, incluso los comentarios negativos, pero te coloca en el mundo real.
A través de un móvil. En la película me importa mucho el momento en que alguien mata a alguien y la gente saca el móvil. No creen la realidad que está viendo. Si no tienes careta sacas el móvil, que es tu careta. Necesitas algo. Necesitas algo entre tú mismo y la realidad porque directamente no la puedes mirar. Pones un móvil, te defiendes con un él, ves la vida como un vídeo…
Entró en la pandemia tras 18 semanas dirigiendo los ocho capítulos de 30 monedas, su serie para HBO Max, luego Veneciafrenia y ahora ahí le veo los guiones de la segunda temporada de 30 monedas. Serán 27 semanas de rodaje. No puedo enfermar, pararía todo.
¿Le cansa este ritmo? Me encuentro en el mejor momento de mi vida. Siempre he querido vivir rodando y ahora vivo rodando.
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