Luna Miguel: “Mi escritura se alimenta de lo más íntimo, aunque eso pueda dejar cicatrices”
La poeta, ensayista y novelista madrileña se independizó, se mudó a Barcelona, tuvo un hijo y con 30 años se pregunta si puede seguir siendo considerada una ”escritora joven”
En el caso de Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990), la juventud va camino de convertirse en un delito que no prescribe nunca. Tiene 30 años, lleva más de una década publicando, pero siempre ha sido precoz, siempre ha sido “joven”. Se recuerda con cuatro años recibiendo un diploma de estudios cervantinos, una excentricidad de su padre, que quiso inocularle el virus de la escritura desde muy pequeña. Con 13 escribió Abeja Maya, un poema “vagamente erótico” nacido, según nos cuenta, de la conciencia de “sentirse objeto del deseo de un adulto”. Cinco años después empezó a publicar y ha seg...
En el caso de Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990), la juventud va camino de convertirse en un delito que no prescribe nunca. Tiene 30 años, lleva más de una década publicando, pero siempre ha sido precoz, siempre ha sido “joven”. Se recuerda con cuatro años recibiendo un diploma de estudios cervantinos, una excentricidad de su padre, que quiso inocularle el virus de la escritura desde muy pequeña. Con 13 escribió Abeja Maya, un poema “vagamente erótico” nacido, según nos cuenta, de la conciencia de “sentirse objeto del deseo de un adulto”. Cinco años después empezó a publicar y ha seguido haciéndolo, a un ritmo infrecuente en esta época de carreras truncadas, mientras se establecía en Barcelona como redactora, columnista y editora independiente.
Hoy dice sentirse “afortunada” por haber podido dejar constancia escrita de su evolución personal desde el fin de la adolescencia. Y añade que dejó de considerarse “joven” el día en que nació su hijo, Ulises, pero que se esfuerza porque su voz literaria siga sonando “nueva y distinta”, el par de cualidades que ella más asocia a la juventud. “Reconozco que me gusta la idea de seguir siendo una escritora joven para ICON”, nos cuenta, “pero también me pregunto, con cierto pudor, si no estoy usurpando un espacio que ya no me corresponde y en el que encajarían autoras tan representativas de la sensibilidad de la nueva generación como Andrea Abreu o Alba Carballal”.
Miguel editó en febrero un ensayo con sustancia autobiográfica, Caliente, y edita ahora su séptimo poemario, Poesía masculina. Son “dos ramas del mismo árbol”, dos maneras de abordar el proceso de cambio vital en que se embarcó la escritora hace algo más de un año y ha acabado convirtiéndola “en madre soltera, una adulta 100% autónoma y dueña absoluta de su propio destino, tras muchos años de vida en pareja”. El ensayo se nutre de lecturas que interactúan con la propia experiencia en un intento de explorar “las aristas del deseo femenino”. El poemario parte de la voluntad de “ponerse en la piel del otro y escribir desde una voz masculina muy cercana”, la del que fue su compañero de vida, el también escritor Antonio J. Rodríguez.
Este difícil ejercicio de funambulismo poético se lee como una novela corta en la que Luna se convierte en un personaje en los márgenes de su propio relato: “Eso me permite mostrarme desquiciada y vulnerable, porque la Luna de los poemas soy y no soy yo”. Miguel explica que la idea de “mirar desde otro lugar” se la inspiró la lectura de La belleza del marido, de Anne Carson, una de las decenas de autoras que cita en Caliente: “También era un ajuste de cuentas conmigo misma que arrastraba desde que escribí mi primera novela, El funeral de Lolita. En ella me propuse introducir la voz de un hombre, y para ello me empapé de intimidad masculina leyendo de nuevo todo Michel Houellebecq y Ricardo Piglia”.
Entonces no fue capaz: “Mi voz masculina no funcionaba y decidí aparcarla, pero era una asignatura pendiente, un ejercicio de empatía hacia el otro género que echo de menos en muchos escritores hombres y que yo, como escritora, mujer y feminista, sentía la necesidad de imponerme”. Tanto Caliente como Poesía masculina exhiben la propia intimidad de una manera tan descarnada que puede resultar incómoda: “Hay escritores de imaginación y escritores de experiencia. Yo pertenezco a los segundos, mi escritura se alimenta de lo más íntimo, aunque eso pueda dejar cicatrices”.
Mientras espera que su delito de juventud prescriba, Luna disfruta de la experiencia “de escribir por vez primera desde un hogar que pago yo sola y en el que soy la única adulta”, aunque eso implique mantenerse apenas un par de peldaños por encima del precariado: “Me he labrado una carrera sólida, vivo de mi vocación, pero lo cierto es que sufro para llegar a fin de mes y ahora mismo, tras pagar el regalo de cumpleaños de mi hijo, tengo menos de 50 euros en el banco”. Ser joven también es eso.
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