Betty Broadbent, la “Venus tatuada” y la subversión del cuerpo
Esta artista circense fue pionera del tatuaje femenino. Desafió la estereotipada visión de la belleza en los años treinta con más de 500 tatuajes repartidos por toda su piel
El 1 de noviembre de 1909 nacía en Filadelfia una niña a quien desde muy pequeña interesó el mundo del espectáculo. Considerada como la mujer más tatuada y fotografiada del siglo XX, Betty Broadbent fue, además, la primera persona tatuada en participar en un concurso de belleza televisado en Nueva York, y también la primera incluida en el Salón de la Fama del Tatuaje en 1981, donde reivindicó esta forma de belleza transgresora en una época en que los tatuajes solo eran cosa de hombres.
Broadbent no solamente los lucía, sino que se atrevió con las tintas y las agujas para plasmar ...
El 1 de noviembre de 1909 nacía en Filadelfia una niña a quien desde muy pequeña interesó el mundo del espectáculo. Considerada como la mujer más tatuada y fotografiada del siglo XX, Betty Broadbent fue, además, la primera persona tatuada en participar en un concurso de belleza televisado en Nueva York, y también la primera incluida en el Salón de la Fama del Tatuaje en 1981, donde reivindicó esta forma de belleza transgresora en una época en que los tatuajes solo eran cosa de hombres.
Broadbent no solamente los lucía, sino que se atrevió con las tintas y las agujas para plasmar su arte en otros cuerpos. Sus diseños le valieron aparecer en la prestigiosa revista Pix y forjaron una leyenda que llevó recientemente a la Biblioteca Estatal de Nueva Gales del Sur (Australia) a digitalizar y publicar por primera vez más de 9.000 negativos de la publicación. En el archivo se incluyen infinidad de imágenes del cuerpo de Broadbent y del universo del tatuaje en general.
El libro La historia secreta de las mujeres y los tatuajes, de Margot Mifflin, analiza cómo las mujeres comenzaron a ganar popularidad en este universo. Muchos artistas parecían amar la dualidad condensada en la imagen de chicas bien de la época, refinadas, delicadas y elegantes, pero también dispuestas a tatuarse y a rodearse en un halo de misterio, peligro y exotismo.
Las primeras décadas del siglo XX empezaron a edificar todo un negocio en torno al tatuaje y su mística. El público consumía en masa historias elaboradas y rebuscadas sobre mujeres tatuadas, pero la mayoría de estos relatos eran falsos, pura leyenda. Fue ahí donde Betty Broadbent marcó la diferencia al preferir la honestidad a la mentira. Y el resultado no fue una desilusión, sino el florecimiento de su carrera. Betty se ganaba la vida principalmente actuando en espectáculos de rodeo en el circo durante las temporadas de verano. En invierno se dedicaba al arte del tatuaje. “Cuando termine mi trabajo como jinete, me dedicaré a hacer tatuajes. Tatúo jinetes con caballos, boxeadores con emblemas de pelea, nombres de amantes, flores en las piernas...”, relató en una entrevista.
En la calle y en palacio
Betty Broadbent descubrió los tatuajes a los 14 años. Quedó tan intrigada por lo que vio que pocos años después invirtió todos sus ahorros en una visita al famoso artista del tatuaje, Charlie Wagner. Él, junto con otro artista del gremio, Joe Van Hart, diseñarían gran parte de su traje corporal. Trabajaron en esta obra de arte durante más de dos años, con la colaboración esporádica de otros tatuadores tan célebres como Tony Rhineagear y Red Gibbons.
El número de tatuajes de Betty creció hasta alcanzar los 565. Cubrían la espalda, los brazos, el torso y las piernas. La elección de diseños no parecía tener ningún hilo temático en particular. Su gusto incluía las figuras históricas como Pancho Villa, Charles Lindbergh y la reina Victoria, los emblemas patrióticos o las figuras religiosas, como la Virgen María y el niño Jesús. El más famoso de los de Broadbent, sin embargo, era el águila que se extendía de hombro a hombro. Según la revista Pix, completarlo requirió seis sesiones. Durante una entrevista publicada por The Daily Telegraph, Broadbent aseguró que, en sus inicios, ignoraba que los tatuajes fueran permanentes.
En la época de Broadbent, el tatuaje empezaba a ser un fenómeno al alza. En 1891, la llegada de una nueva máquina eléctrica de tatuar patentada por Thomas Riley en Londres cambió radicalmente este sector. Ya no era tan doloroso, era más rápido y se podían usar tintas diferentes. Esto provocó un aumento en la popularidad de este arte en todo el mundo. En la Inglaterra, los tatuajes de mariposas, similares a los de nuestros días, empezaron a mostrarse casi siempre en las partes superiores del cuerpo. Los corazones costaban apenas dos chelines.
A finales del siglo XIX, el gusto por tatuarse se expandió no solo entre las mujeres vulgares, sino que halló cobijo bajo los opulentos trajes de las damas de la alta sociedad. Esta ambivalencia ―y esta aceptación amplia del tatuaje entre distintas clases sociales― mantiene su fuerza hoy, en parte gracias a la precisión de la tecnología, que permite una democratización del detalle y el refinamiento. Este oficio de artistas no es ya cuestión de modas, sino un estilo de vida completamente arraigado.
Mi piel, mi historia
Para Álvaro Blanco, historiador del arte y tatuador profesional, con estos dibujos sobre la piel puedes plasmar tu identidad o, al menos, lo que quieres que se vea de ella. “El tatuaje como forma de libertad siempre va a estar presente, pues es un empoderamiento de tu cuerpo. Decides decorarlo y definir con él tu personalidad. Uno de los papeles del tatuador es saber dar forma a esos gustos para conseguir que cada persona se lleve una pieza única y que la represente”, nos explica. Opina también que el de tatuador es un oficio en el que nunca se deja de aprender. También puntualiza que no es necesario saber dibujar a gran nivel poder tatuar con profesionalidad. Se piden otras cosas. “Lo más importante es que aprendas a estar seguro de tu trabajo, a hacerlo con profesionalidad y cuidado. Se trata de encontrar un equilibrio entre un oficio que te permita vivir sin dejar a un lado quién eres o lo que verdaderamente te gusta”, continúa.
“Es una buena manera de escribir tus memorias en tu cuerpo. Para mí, representa las vivencias de cada persona, sus diferentes etapas. Cada uno decora su cuerpo como quiere en un momento determinado de su vida. Puede que lo que te gustara ayer, hoy lo hayas dejado un poco de lado, pero el tatuaje te recuerda cómo eras en aquel momento y lo que significaba para ti ese concepto”, concluye Blanco.