La casa de jornaleros que ha transformado la carrera de un joven arquitecto malagueño
La reforma de la antigua vivienda agrícola La Centinela ha marcado un antes y un después para Francisco Ortega, que ahora afronta nuevos proyectos ligados con la tradición de los pueblos andaluces
Tiene 33 años y una memoria en la que guarda imágenes de sus abuelos encalando la fachada de una casa con ventanas de forja y objetos de cerámica. Nació en Vélez-Málaga, ciudad de marcado acento rural. Y se crio en una familia de agricultores. Llevaba la mochila cargada de raíces cuando estudió en la Escuela de Arquitectura de Granada, donde le enseñaron a reflexionar sobre los orígenes y las posibilidades que tiene lo ya construido. Por eso cuando su familia dudaba entre echar abajo o restaurar una antigua vivienda de jornaleros agrícolas incluida en los terrenos que habían comprado para plantar aguacates, el arquitecto Francisco Ortega lo tuvo claro: tenía que salvarla. “Vi paredes blancas, cerámica, techos de madera. Estaban todos los ingredientes y yo solo debía cocinar el plato”, señala mientras muestra orgulloso la transformación de la bautizada como La Centinela, que le ha servido de impulso profesional para encarar nuevos proyectos. Siempre en pueblos, áreas rurales y zonas con tradición.
Para este joven aquel inmueble supuso un antes y un después. Se encontraba en los terrenos que su padre y su tío, propietarios de una empresa hortofrutícola en la Axarquía, compraron en 2021. La idea original era derribarlo, pero decidieron avisarle antes. “Me llamó mi tío y me dijo: Paquillo, tienes que ir a ver la casa, te va a encantar”, recuerda Ortega. En junio de aquel año la visitó. Se encontró una lugar por la que rondaba ya el fantasma de la ruina, con la vigas de madera carcomidas. “El sitio me pareció increíble y, claro, me negué a que la echaran abajo. Era una oportunidad de oro”, recuerda. Primero, pensó que podía servir para dar visibilidad a la importancia de la recuperación de este tipo de viviendas, como también hace el equipo de The Pueblo Project en la misma comarca. Segundo, para ganar visibilidad como arquitecto y mostrar lo que sabía hacer. La Centinela iba a ser para él lo que Villa Mairea para el finlandés Alvar Aalto: su campo de experimentación. Él mismo, además, dejó de lado su estudio, se puso el mono de trabajo y ejerció de albañil. En pleno siglo XXI, también se encargó de relatar el proceso en redes sociales, mostrando los avances y creando contenido con frecuencia en Instagram: lo que no se cuenta no existe.
La intervención ha sido la mínima e indispensable, siempre otorgando especial importancia a dos premisas: luz y espacio. La obra ha mantenido los muros, de 60 centímetros de ancho, construidos a base de piedra y arena, así como los conocidos en la zona como bloques de cantillo —que incluyen sedimentos de conchas marinas y arena de playa— procedentes de una cantera cercana agotada hace siglos para construir parte de la catedral de Málaga. Solo ha eliminado un tabique —de ladrillo, por lo que debió ser levantado con posterioridad— y se ha transformado el perfil de una ventana y una puerta. Ortega solo añadió unas estructuras de hierro bajo las vigas de madera para sujetarlas. Aunque estaban tratadas contra la carcoma, podrían causar problemas dada su antigüedad. Ahora no.
La distribución original ha sido respetada con apenas un cambio lógico: la sustitución de una habitación por un baño, hasta ahora inexistente. La vivienda cuenta con un zaguán que distribuye a un dormitorio y al aseo, para seguir dar paso luego hacia el norte a un espacio abierto que ejerce de salón y cocina. En la primera zona el arquitecto decidió respetar el suelo de barro primitivo. No estaba a plomo ni se encontraba en perfectas condiciones, pero un leve lijado y un tratamiento con resina lo ha rejuvenecido. Para evitar la humedad por capilaridad que afectaba a los muros, apostó por sanearlos, aplicar un nuevo mortero e instalar baldosín catalán, que genera un efecto botijo: permite respirar a la pared, mantiene el calor en invierno y el frescor en verano. Según sus mediciones, el interior de este hogar tiene ahora hasta seis grados de temperatura de diferencia con el exterior. “Quise aplicar las técnicas de mejora energéticas aprendidas en la universidad y el experimento funcionó”, celebra.
Suelo de barro original
En la zona de día existía una mezcla de pavimentos que se han eliminado para colocar una resina gris que ejerce de lienzo en blanco para no destacar ni robar protagonismo al suelo de barro de la otra mitad de la casa. En esta sala, donde se saborea bien el espacio generado por un tejado a dos aguas de 4,90 metros en la parte más alta y 3,20 en la más baja, hay una estufa, sillones metálicos y una cocina a base de madera de pino con una encimera recubierta de arcilla vidriada en color negro. “Todo el mobiliario está hecho a mano”, subraya Ortega, que destaca que el pino fue utilizado también para un altillo en el dormitorio —donde se puede instalar una cama o crear una zona de lectura— y los perfiles de las puertas. Éstas cuentan con una hoja de policarbonato incrustada y translucida para facilitar el paso de luz. Los restos de madera los usó para otras creaciones más pequeñas, como la mesilla de noche. El esparto, en las alfombras, otorga sensación de tradición, calma y encanto.
En el exterior, la vieja pérgola que cubría y tapaba toda la zona este ha sido sustituida por dos estructuras de 3x3 metros cubiertas de cañizo para ofrecer un espacio de sombra. Y el antiguo aljibe ha sido transformado por una pequeña piscina que, además, en temporada estival ayuda a refrescar el interior de la vivienda gracias a la evaporación. Un jardín vertical con plantas de hoja caduca, ahí mismo, evita que el sol impacte de lleno en verano debido a la frondosidad y ayuda a que sí lo haga en invierno, cuando pierde el follaje. “Creo que el conjunto es buen ejemplo de las posibilidades que da un lugar así. Y de que se puede vivir en una casa pequeña, con una sola habitación y hacerlo barato”, dice el arquitecto, que apunta que el proyecto de rehabilitación costó 65.000 euros, a los que sumar otros 15.000 del interiorismo, también ideado por él. Ahora la disfruta toda su familia por temporadas mientras ven crecer lentamente los aguacates plantados a su alrededor.
La obra recibió el Premio Arquitectura Málaga de Sostenibilidad 2022, año en el que fue seleccionada también para los Premios de Arquitectura del Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España (CSCAE). Y, como soñó, la intervención le abrió puertas de nuevos trabajos. A un lado, una casa a las afueras de Ronda, donde ha optado por líneas más contemporáneas pero mantiene guiños a las raíces y al paisaje que le rodea. Al otro, una antigua casita de pescadores en primera línea de playa en el barrio marinero de El Palo, en Málaga, donde ha planteado un diseño ligado con la arquitectura tradicional y la pesca. También ha construido una nave hortofrutícola bautizada como Raspa y Amagado que fue seleccionada en los premios del CSCAE de 2023 y nominado a mejor edificio industrial en los galardones del portal Archdaily, que finalmente obtuvo el nuevo centro logístico de la empresa textil Mayoral. Ahora, además, Ortega tiene nuevos proyectos incipientes en Vélez-Málaga y Casabermeja. “Mi trabajo se expande principalmente a los pueblos”, sostiene quien asegura que quiere dedicar sus esfuerzos a la supervivencia de las viviendas unifamiliares para que la memoria de casas como La Centinela no se pierda.