El empresario Diego della Valle: “Los artistas y los artesanos comparten una misma defensa del trabajo bien hecho”
La empresa italiana de lujo patrocina el pabellón de Italia en la Bienal de Venecia y presenta una iniciativa para defender la artesanía
El jueves pasado, en una Venecia abarrotada de visitantes de todo el mundo venidos para los fastos de inauguración de la sexagésima edición de la Bienal, Diego della Valle, leyenda viva de la moda italiana, presidente y fundador de Tod’s, recibía en la puerta a sus invitados a cenar. De traje pero sin corbata, con el cuello de la camisa alzado y con la desenvoltura ...
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El jueves pasado, en una Venecia abarrotada de visitantes de todo el mundo venidos para los fastos de inauguración de la sexagésima edición de la Bienal, Diego della Valle, leyenda viva de la moda italiana, presidente y fundador de Tod’s, recibía en la puerta a sus invitados a cenar. De traje pero sin corbata, con el cuello de la camisa alzado y con la desenvoltura elegante y sprezzatura inequívocamente italianas que se asocian a su marca. Y eso que los invitados éramos centenares, y las puertas no podían ser más imponentes: ni más ni menos que las de la Scuola Grande di San Rocco, la sede de una de las cofradías más poderosas de Venecia, que tuvo en su día la excelente idea de encargar a Tintoretto uno de los ciclos pictóricos más arrebatadores del Cinquecento para decorarla. Si Venecia tuviese una Capilla Sixtina, sería sin duda la Sala Capitular de la Scuola donde se servía la cena.
Desde luego había elegido bien el sitio, aparte del músculo y poderío empresarial que lucía al reservarlo: de toda Europa, quizá sea en Italia donde aún hoy se difuminan más las fronteras entre artesanía y arte, hasta volverse invisibles. Los oficios se asocian y complementan desde hace siglos, se consideran en pie de igualdad y comparten valores transmitidos de generación en generación; esas son algunas de las ideas de siempre tras la marca Tod’s, y en la Scuola dejaban de ser abstractas: se podían ver y tocar, oír y oler durante la cena. De los lienzos de Tintoretto a los sitiales de madera tallada por ebanistas del Settecento, de los imponentes fanales de vidrio a las decenas de centros de mesa (con arreglos de flores en varias gamas del naranja butano emblema de la casa) y al aperitivo de un breve concierto de Andrea Bocelli: todo amparado bajo ese paraguas del Made in Italy que la firma representa y defiende desde hace medio siglo.
Tod’s lleva años subrayando su interés por las artes como diferencial entre las marcas de la primera división del lujo italiano. Es el que ha llevado a della Valle, uniendo agudeza comercial y filantropía, a acometer distintos proyectos: ha patrocinado la restauración del Coliseo de Roma y del Palazzo Marino, el edificio barroco que acoge el ayuntamiento de Milán. Es Miembro fundador del Teatro alla Scala y, a través del FAI (Fondo Ambiente Italiano) ha colaborado en la restauración de la Colle dell’Infinito, la colina que rinde homenaje al poeta Giacomo Leopardi, y en la preservación de Villa Necchi Campiglio. Pero sus esfuerzos no se limitan al patrimonio. Este año, Tod’s patrocina el pabellón italiano de la Bienal, que presenta Due Qui/To Hear, una monumental instalación sonora de Massimo Bartolini en colaboración con el compositor Gavin Bryars. “Creo que es mejor que cada uno se forme su propia opinión sobre la obra”, me comentaría después della Valle, “pero me gusta mucho el mensaje a favor del diálogo entre culturas a través del arte y el lenguaje universal de la música que propone.”
La cena era solo la introducción al otro plato fuerte de la apuesta de Tod’s para esta Bienal: el lanzamiento de su iniciativa The Art of Craftmanship, un proyecto de los maestros venecianos dentro del recinto del Arsenale, separado del pabellón italiano por un gran bacino o fondeadero y ocupando una de las antiguas e imponentes atarazanas (o tese, en dialecto veneciano) de San Cristóforo. La idea era celebrar la tradición italiana de oficios artesanos de altísima calidad y defender sus valores de trabajo bien hecho, formando jóvenes artífices y también el criterio de nuevas generaciones capaces de apreciar su trabajo.
Desde la fiesta de inauguración en la noche del viernes y durante todo el fin de semana los visitantes podían ver trabajar en vivo a once grandes maestros artesanos de Venecia, en una escenografía muy cuidada de luces casi tintorettianas y bajo la recreación gigantesca, a base de brillante neón rojo, de la suela tachonada de un Gommino, el mocasín flexible que lleva décadas siendo emblema de la marca. Era obra de la artista Federica Marangoni y daba el tono del evento, porque la idea era pedir a los once grandes artesanos de Venecia que reinterpretaran a su manera el zapato-fetiche de Tod’s.
“Los artistas y los artesanos comparten una misma defensa del trabajo bien hecho, una misma actitud vocacional y de pasión vital, de ofrecer siempre un plus de esfuerzo, de dar siempre más de lo estrictamente necesario”. Lo comentaba della Valle, a puerta cerrada antes de que llegasen los invitados a la inauguración, sobre el ruido de mazos, sopletes, buriles, escoplos y gubias. Sonaba convencido y desde luego sabía de lo que hablaba: en los setenta él y su hermano Andrea transformaron el taller artesanal de zapatos de su abuelo Filippo en Sant´Elpidio al Mare, en la región de Las Marcas (y donde aún hoy se encuentra su sede) en el actual conglomerado de lujo e imperio mundial del calzado: es una de esas historias de éxito del emprendimiento y la visión comercial proverbiales de la generación de empresarios italianos nacidos en la posguerra, que supo exportar al mundo el dominio del oficio transmitido por sus propias familias. La fórmula sigue funcionando: según los últimos datos, en 2023 su facturación aumentó un 11% y duplicó los beneficios del ejercicio anterior hasta los 50 millones de dólares.
Así que junto a patronistas y marroquineros de la marca, repujando el cuero y colocando los icónicos tacos de goma de las suelas, podía verse trabajar, entre otros, a Sergio Boldrin, legendario mascheraio veneciano que en su día diseñó las máscaras que lucen los personajes de Eyes Wide Shut de Kubrick; a Marino Menegazzo, uno de los últimos battiloro (muñidores y estofadores con pan de oro) de Venecia, dando los toques finales a un par de gommini suntuosamente dorados; o a Saverio Pastor, quizá el maestro del oficio más únicamente veneciano del mundo: el de forcolaio o tallista en madera de fórcolas, las horquillas que sirven de punto de apoyo y pivote para el remo-timón-pértiga de las góndolas que siguen surcando los canales de Venecia. Me contó que son como las llaves a medida de cada góndola, porque se hacen a medida del antebrazo y la altura de cada gondolero y no hay dos iguales en toda la laguna.
“Todos estos saberes son impresionantes y no deben perderse: merecen conservarse y traspasarse a las nuevas generaciones, tienen tanto valor inmaterial y simbolizan tanto la Italia que nos enorgullece como el Coliseo o las obras de Tiziano o Tintoretto y los otros grandes maestros venecianos. Este es nuestro grano de arena para contribuir a su preservación”. Lo decía della Valle mientras empezaban a llegar los invitados glamurosos y la plana mayor del mundillo de la moda y la beautiful people italiana, quizá más beautiful (y más people) que ninguna otra. Aumentaba el barullo de conversaciones animadas por el prosecco entre el ruido del trabajo de los artesanos, justo mientras algunos dábamos por recibido lo mejor y más noble del mensaje del evento y nos embarcábamos de vuelta a la sonoridad solemne del pabellón italiano, que se iba quedando vacío tras el primer día de una edición más de la Bienal de Venecia que acogía así también a sus otros maestros.