Adam Pendleton: “Nina Simone permite pensar en Estados Unidos como un lugar complejo e inclusivo, más que simple y excluyente”
Abstracto en un momento de auge figurativo, y activista pero no explícitamente político, el exitoso pintor norteamericano expone sus lienzos en blanco y negro en la sede madrileña de la galería Pedro Cera
“No suelo pensar en lo que se lleva”, dice Adam Pendleton (Richmond, Estados Unidos, 40 años). No es un artista fácil, en ningún sentido. Resiste numantino en prácticas tan exigentes como lo conceptual y la abstracción contra el actual auge de la pintura figurativa, liderada por algunos de los autores afroamericanos de más éxito en el mercado, con Kehinde Wiley o Kara Walker entre los mejores exponentes. Quizá en esa misma órbita obtendría resultados más lucrativos, pero no es eso lo que le interesa. “Es que no pienso en mi práctica en e...
“No suelo pensar en lo que se lleva”, dice Adam Pendleton (Richmond, Estados Unidos, 40 años). No es un artista fácil, en ningún sentido. Resiste numantino en prácticas tan exigentes como lo conceptual y la abstracción contra el actual auge de la pintura figurativa, liderada por algunos de los autores afroamericanos de más éxito en el mercado, con Kehinde Wiley o Kara Walker entre los mejores exponentes. Quizá en esa misma órbita obtendría resultados más lucrativos, pero no es eso lo que le interesa. “Es que no pienso en mi práctica en esos términos”, afirma en el espacioso showroom de la sede madrileña de la galería Pedro Cera, donde ha inaugurado una exposición junto a su compatriota, la escultora Arlene Sechet (Adam Pendleton X Arlene Sechet, hasta el 13 de abril).
Sus raíces artísticas se hunden en las vanguardias históricas de hace más de un siglo y sus temas, tratados de manera compleja y a veces algo esquiva, son una amalgama en la que confluyen la identidad y el individuo como sujeto político, pero también la cultura y la memoria colectiva. “Mi objetivo es crear un espacio para mi trabajo, y para eso lo que hace falta es una fe permanente en él”, afirma. “Pero una fe que no sea rígida, sino abierta a la experimentación”.
Su aportación a la muestra de Madrid son unas pinturas y dibujos que rara vez abandonan el blanco y negro, y cuando lo hacen es para introducir apuntes de tonos intensos pero sutiles, que en realidad subrayan aún más lo restrictivo de su universo formal, y que dialogan de manera armónica con las esculturas coloristas y dinámicas de Sechet. Se ha señalado con frecuencia que el blanco y negro de sus imágenes son un reflejo abstracto de la confrontación entre estos colores en términos puramente raciales. Pero, durante la conversación, él prefiere no fomentar las interpretaciones de simbolismo político y alegar motivos puramente formales. “Sencillamente, uso los materiales y los colores necesarios en cada momento”, explica. “El color puede ser increíble, pero creo que la mirada se hace más profunda cuando no existe esa interferencia”.
Lo mismo ocurre cuando se le menciona la situación política en los Estados Unidos, marcada por el nuevo ascenso de Trump. “¿Puedo saber por qué me pregunta eso?”, inquiere, suavizando la reacción defensiva con una carcajada.
– Porque desde fuera existe cierta fascinación con la figura de Trump, que se mezcla con una sensación de espanto. Preguntar por su figura a los intelectuales norteamericanos como usted es un intento de comprenderlo.
– Ya. Yo quiero reconocer la realidad y sus situaciones, pero no distraerme por ellas. Creo que al final es importante centrarse en el trabajo, porque esa puede ser una forma muy relevante de posicionarte como individuo. Supongo que me pregunto: “¿Quiero representar a América?” La verdad es que eso no me interesa. Si fuera así, sería político antes que artista.
– Volviendo entonces al trabajo, ¿cómo explica el uso del color negro en él?
– La pintura es un espacio muy material, y esa es una decisión que no tomo a la ligera. El negro es la unión de todos los colores. Hay en él algo esencial, muy profundo.
La profundidad es algo a lo que regresa una y otra vez. Cuando la cultura del espectáculo, que se ha demostrado omnipresente también en las artes visuales, más bien parece aconsejar aproximaciones superficiales y llamativas a cualquier cuestión que se trate, él persigue fines muy distintos: “Busco las posibilidades de una mirada profunda, una práctica profunda y un pensamiento profundo. Siempre me ha fascinado cómo cierto arte logra mantener la atención de la gente a lo largo del tiempo, cómo durante cientos de años podemos estar viendo los mismos cuadros o escuchando la misma música. Así que me veo más bien como un artista que contribuye a una historia muy larga”.
Lo que no le ha impedido desarrollar una carrera de un éxito precoz y fulgurante. A los 18 años, recién terminado el instituto, viajó a Pietrasanta, al norte de Italia (célebre por su cantera donde Miguel Ángel buscaba el mármol de sus esculturas) para seguir un programa de residencia artística; con solo 26 incluía una gran instalación en una exposición colectiva en el espacio PS1 del MoMA neoyorquino; y al cumplir los 28 se convertía en el artista más joven en la nómina de la poderosa multinacional galerística Pace. Poco antes había dado forma a su proyecto más ambicioso, su propio movimiento artístico, llamado Black Dada, nombre obtenido de un poema de 1964 del escritor Amiri Baraka, pilar de la cultura afroamericana. Aunque la formulación exacta del significado de Black Dada resulta más bien enigmática, se ha definido como una prospección sobre las interrelaciones entre negritud, vanguardia y abstracción. “Las cosas no son siempre claras y perfectas, sino que también hay ideas incongruentes”, alega Pendleton. “Y eso está bien, porque debe existir conflicto y caos generativo, que creo que es muy importante en el arte”.
En 2021 presentó la que quizá sea su exposición más ambiciosa hasta la fecha, Who Is Queen? (traducible como “¿quién es marica?”), una suerte de obra total en forma de instalación que incorporaba referencias a la historia del arte y la arquitectura moderna y textos de orígenes diversos en dibujos, pinturas, esculturas y vídeos, y donde su identidad como hombre gay afroamericano se reflejaba de manera compleja y multiforme. El propio título tenía una cualidad misteriosa que sugería todo tipo de interpretaciones. “Toca esta idea de la relación entre cómo uno quiere que le interpreten y le entiendan y cómo eso se relaciona con cómo en realidad te interpretan y entienden, porque a menudo ambas cosas no coinciden”, explica ahora. “Remite a cómo se utiliza la palabra queen en los espacios queer. Es un título que es una pregunta, así que se trataba de meditar sobre esas ideas, sobre la representación, y cómo esta se relaciona con la abstracción. Porque todos existimos en un estado abstracto. Y como artista me siento dirigido por nociones de pensamiento y composición también abstractos”. Volvería a esta idea con una gran exposición individual en el museo Mumok de Viena, Blackness, White and Light (“negritud, blanco y luz”), que cerraba en enero.
Como activista, actúa más allá de su práctica: el año pasado se alió con la casa de subastas Sotheby’s, la tenista Venus Williams y un grupo de artistas como Rashid Johnson, Julie Mehretu y Ellen Gallagher –”no hay nada como la generosidad de los artistas”, asegura–, para organizar una subasta que les permitiera adquirir la casa natal de la cantante Nina Simone y preservarla como un vestigio material de la cultura estadounidense. “Nina Simone representa algo de una importancia crítica, que permite pensar en la cultura de mi país como un lugar complejo e inclusivo, más que simple y excluyente”, añade. “Debemos ser custodios de nuestro presente y nuestro futuro”.