Jennette McCurdy, la actriz a la que su madre y Nickelodeon robaron la infancia: “Ella me inició en un trastorno alimentario cuando tenía 11 años”
La intérprete aceptó su primer papel en televisión con solo ocho años por deseo de su progenitora, quien moldeó para ella una carrera cinematográfica. ‘Me alegro de que mi madre haya muerto’ es la biografía en la que ahora relata años de abusos mientras el mundo la veía como una adolescente de éxito
Con ocho años, Jennette McCurdy (Los Ángeles, 30 años) aceptó su primer papel como actriz en la serie MADtv (2000). No quería dedicarse al mundo de la interpretación, pero su madre, Debra McCurdy, ya tenía preparada una carrera cinematográfica para ella a su gusto y medida. Tras ese papel vino más de una década en la que la joven actriz tuvo que hacer frente al abuso psicológico constante al que era sometida por parte de su progenitora. Hasta 2013, cuando la mujer fallecía a causa de un cáncer. A partir de ese momento, todo cambió. Incluso ella. En agosto de 2022, ...
Con ocho años, Jennette McCurdy (Los Ángeles, 30 años) aceptó su primer papel como actriz en la serie MADtv (2000). No quería dedicarse al mundo de la interpretación, pero su madre, Debra McCurdy, ya tenía preparada una carrera cinematográfica para ella a su gusto y medida. Tras ese papel vino más de una década en la que la joven actriz tuvo que hacer frente al abuso psicológico constante al que era sometida por parte de su progenitora. Hasta 2013, cuando la mujer fallecía a causa de un cáncer. A partir de ese momento, todo cambió. Incluso ella. En agosto de 2022, Jennette McCurdy publicó su biografía, Me alegro de que mi madre haya muerto (publicada en español en febrero por la editorial Tendencias). En esas páginas cuenta todo lo que hasta ahora no se había atrevido a decir, aunque ya había dado algunas pinceladas en una obra de teatro: desde episodios de anorexia y ansiedad hasta abusos por parte de “El Creador”, como ella se refiere a alguien de la industria a quien no cita por el nombre.
Los McCurdy vivían con lo justo, con apenas dinero para llegar a fin de mes y con seis bocas que alimentar (eran cuatro hermanos). Jennette adoraba a su madre: hacía siempre lo que le pedía para mantenerla contenta. “Creo que deberías actuar, serías una gran actriz. Rubia. De ojos azules. Eres como les gusta en esa ciudad [Los Ángeles]”, le dijo a su hija con tan solo seis años, tal y como recoge ahora ella en su libro. Ahí empezó su turbio y difícil camino por platós de televisión y audiciones interminables. Primero fueron pequeños papeles como figurante secundaria, pero poco a poco fue adquiriendo más tablas en los castings. Relata cómo llegó a normalizar cualquier conducta de su madre porque confiaba plenamente en ella, hasta el punto de tomar bebidas energéticas con tan solo ocho años: “Tengo la boca seca, como siempre antes de las audiciones, y tengo ganas de orinar, aunque ya lo he hecho cuatro veces. Creo que son los Red Bull sin azúcar que mamá me hace beber antes de las audiciones de comedia porque dice que, si no, no tendré la energía suficiente”.
Además de manipular a su propia hija durante años para que acatase siempre sus deseos, McCurdy considera que su madre también utilizaba el cáncer, enfermedad que ya había superado, para su beneficio personal. “A mamá le encanta explicarle la historia de su cáncer (la quimioterapia, la radioterapia, el trasplante de médula ósea, la mastectomía, el implante mamario, que estaba en fase cuatro, que solo tenía 35 años) a cualquier feligrés [eran mormones], vecino o cliente del supermercado que le preste atención. Aunque los hechos son muy tristes, me doy cuenta de que la historia en sí le produce un profundo sentimiento de orgullo. De motivación”, relata la intérprete.
Una pregunta inocente cambiaría su vida para siempre a los 11 años: “¿Qué puedo hacer para que no me salgan tetas?”. Su madre no dudó ni un segundo en la respuesta: “Si realmente quieres seguir siendo pequeña, hay algo secreto que puedes hacer… Se llama restricción de calorías”. Ahí comenzó su obsesión por la pérdida de peso, por el cálculo de calorías y por la ingesta de medicamentos para retrasar el crecimiento. Una conducta que aún hoy, con 30 años, sigue dominando su día a día. “Me doy cuenta de que la mayoría de los alimentos me añaden un poco de peso personal. Me peso cinco veces al día. Quiero asegurarme de que estoy al tanto de todos y cada uno de los cambios de mi cuerpo para poder hacer los ajustes adecuados y estar lista para mi sesión semanal de pesaje con mamá”, cuenta en el libro. En seis meses, McCurdy bajó tres tallas, un dato que preocupó al pediatra, pero al que la madre restó importancia.
Su fichaje por iCarly, serie juvenil de Nickelodeon que empezó en 2007 y trataba sobre el éxito de un programa de internet, cambió el rumbo de su vida al hacerse mundialmente conocida. “Salto a los brazos de mamá. Estoy eufórica. Ahora todo va a ser diferente. Todo va a mejorar. Mamá por fin será feliz. Su sueño se ha hecho realidad”, recuerda sobre el momento en el que le anunciaron que iba a formar parte de la producción. Estuvo embarcada en ella durante cinco años, tiempo en el que fue infeliz y que le generó episodios constantes de ansiedad y angustia: “La fama que tengo me está causando un nivel de estrés que no creía que era posible tener. Sé que todo el mundo la desea y que todo el mundo me dice lo afortunada que soy por tenerla, pero la odio. Me siento constantemente al límite cada vez que salgo de casa para ir a cualquier lugar”. Pero seguía en el proyecto, solo por contentar a su madre y cumplir su sueño.
La actriz, además, en esos años también sufrió los abusos de “El creador”, del que no da el nombre, pero deja claro que es algún directivo de la serie. “Lo he visto hacer llorar a hombres y a mujeres adultas con sus insultos y sus palabras degradantes. Trata a la gente de idiotas, payasos, estúpidos, tontos, descuidados, retrasados y faltos de carácter. Sabe cómo hacer que alguien se sienta inútil”, describe en su biografía, donde también relata cómo este hombre le obligó a beber alcohol a los 18 años —en EE UU el consumo es legal a partir de los 21— a pesar de negarse en reiteradas ocasiones. Con ese mismo “creador” trabajaría después en Sam & Cat, serie en la que compartía protagonismo con Ariana Grande y que tan solo duraría un año.
McCurdy crecía, pero su madre se negaba a verlo y seguía tratándola como una niña: no la dejaba relacionarse con su coprotagonista, Miranda Cosgrove, y mucho menos con chicos. Dice que la fama no la cambió, pero sí hizo que variara la relación con su madre. “Se ha abierto una brecha entre nosotras. Ella quería esto y yo quería que lo tuviera. Quería que fuera feliz. Pero ahora que lo tengo me doy cuenta de que ella es feliz y yo no. Su felicidad es a costa de la mía”.
Esta brecha se hizo más grande cuando la actriz le escondió a su madre sus encuentros con un chico, al que llama en el libro Joe, y con el que se fue de vacaciones. Lo que iba a ser una escapada secreta terminó por sacar la peor versión de Debra vía correo electrónico tras publicarse unas imágenes de la pareja tomadas por un paparazi. “Estoy muy decepcionada. Solías ser mi perfecto angelito, pero ahora no eres más que una pequeña zorra, una guarra, usada”, le dijo entonces su madre en un correo electrónico que replica en el libro palabra por palabra. La decepción se esfuma unas líneas después: “PD: envíanos dinero para comprar una nueva nevera. La nuestra se estropeó”. No contenta con los insultos que profirió a su hija en un primer mensaje, decide retomar la comunicación con otro todavía más duro: “Tú causaste la reaparición de mi cáncer. Espero que haga feliz saberlo. Tienes que vivir con esto”.
Su madre murió en 2013. Las últimas palabras que McCurdy le dice en vida son una evidencia del momento psicológico que estaba atravesando: “Mami, ahora estoy muy delgada. Por fin he bajado a 40 kg”. Todo ello a pesar de reconocer en el libro que se sentía “miserable” y “agotada” de estar abusando de su cuerpo todos los días. Meses después, se enteró de una de las noticias más dolorosas de su vida. Su padre no era su padre biológico, según él le reveló. Su madre le ocultó durante 20 años quién era realmente, pero ella no tardó en dar con la persona indicada gracias a las indicaciones de quien ejerció de figura paterna toda su vida: “Aunque no pude sacarle mucha información a Mark-Papá, sí pude conseguir el nombre completo y la ocupación de mi padre biológico, lo que fue suficiente para que una rápida búsqueda en línea me llevara a su sitio web oficial. Tenía una lista de las bandas sonoras de innumerables películas en las que había participado, como La guerra de las galaxias, Parque Jurásico y Lost”. También un calendario de conciertos, y se fue al último, en Los Ángeles, para conocerlo. A su verdadero progenitor lo llama Andrew, y su primer encuentro puede ser una de las pocas historias felices que relata en el libro.
Tras los flashes, los premios y las series había una ya mujer infeliz, trabajando en algo que no le gustaba y con una vida que se le desmoronaba por momentos. La forzaron a ser cantante, a callar el trato vejatorio vivido durante su etapa en la franquicia juvenil, a viajar en giras interminables… Pero ahora ya ha tomado las riendas de su vida. Ha decidido alejarse de los focos para estar detrás de ellos como guionista y escritora. De hecho, los actores de iCarly retomaron la producción de la serie —ahora en emisión—, pero sin ella por deseo propio de la actriz. “Miranda me dice que cree que el regreso podría ser una oportunidad para que todos los miembros del reparto: ‘Volvamos a salir al mercado”, cuenta en la biografía.
A pesar de que ha decidido desnudar su alma en el libro, Jennette McCurdy sabe las consecuencias de los abusos que vivió durante dos décadas por personas que, en principio, estaban ahí para ayudarle: “Nunca podré recuperar esos años. Mi madre me inició en un trastorno alimentario cuando tenía solo 11 años, un trastorno que me robó la alegría y cualquier atisbo de espíritu libre que me quedaba”. Su vida contada en forma de libro es ya un éxito sin precedentes —ha estado durante 40 semanas en el primer puesto de los libros más vendidos de The New York Times—. Ya no queda nada de aquella niña que, inocentemente, pensaba más en la felicidad de otros que en la suya propia.