Dani Fernández, el hijo y nieto de ferroviarios número uno en ventas: “La música me salvó”
El cantante saca su segundo disco en solitario después de su paso por la banda Auryn, cuya disolución, unida a una ruptura sentimental, le hizo pasar uno de sus peores momentos vitales
Se pueden contar por decenas los tatuajes que Dani Fernández (Alcázar de San Juan, Ciudad Real, 30 años) lleva pintados sobre sus brazos. Cuando se quita la chupa de cuero se descubren fechas, palabras, muñequitos y detalles que han ido marcando su vida y sus andanzas musicales, esas en las que lleva pululando desde hace casi dos décadas y que le han traído hasta aquí. Con 30 años logró colocarse hace unas semanas como número uno de ventas en España, para sorpresa de muchos, él incluido. “La última vez que saqué disco fue hace dos años y pensé que la gente se podía haber olvidado”, reconoce, c...
Se pueden contar por decenas los tatuajes que Dani Fernández (Alcázar de San Juan, Ciudad Real, 30 años) lleva pintados sobre sus brazos. Cuando se quita la chupa de cuero se descubren fechas, palabras, muñequitos y detalles que han ido marcando su vida y sus andanzas musicales, esas en las que lleva pululando desde hace casi dos décadas y que le han traído hasta aquí. Con 30 años logró colocarse hace unas semanas como número uno de ventas en España, para sorpresa de muchos, él incluido. “La última vez que saqué disco fue hace dos años y pensé que la gente se podía haber olvidado”, reconoce, con una inseguridad que le acompaña con frecuencia.
Rodeado de guitarras y ropa de artistas internacionales en el vestíbulo del Hard Rock Hotel de Madrid, donde le apetecía quedar para la entrevista, Fernández sabe de lo que habla cuando se mete en faena profesional. Empezó con la bandurria, un regalo de su abuelo, con nueve años. Pasó por escuelas de música y canto —todos los miércoles, gracias a una beca, viajaba a estudiar de Alcázar a Madrid, dos horas de viaje de ida y otras dos de vuelta— y toca la guitarra, la mandolina... además del piano y la batería. “Mis padres son de una familia humilde. Vengo de abuelos ferroviarios, mi tío, mi padre... Pensaba que iba a acabar ahí. Pero ellos siempre me intentaron apoyar”, agradece, aunque reconoce que no tuvo “una infancia fácil” y sí muy distinta de las de sus compañeros de pupitre. “Todo lo que tengo lo he ido construyendo desde que tengo siete años”, echa la vista atrás, recordando esos días en los que sus amigos jugaban al fútbol y él, un niño más, “tocando el piano, estudiando, trabajando”.
Después llegó el pelotazo. Con 14 años representó a España en Eurovisión Junior —quedó cuarto en Bucarest con Te doy mi voz— y con 18 empezó a ser parte de Auryn, la que durante siete años fue una de las bandas de pop masculina más famosas del panorama nacional. Se presentaron al programa que elegía el representante de España en Eurovisión, pero no ganaron. “Y damos gracias, no estábamos preparados”, reconoce ahora Fernández, con 11 años de distancia.
Si el salto a Auryn fue pasar de la nada al todo, el recorrido contrario no fue menos desconcertante. Hace ya casi seis años, él y sus compañeros —entre ellos, Blas Cantó— decidieron emprender caminos separados con resultados desiguales. Él apostó por la música independiente, a fuego lento, por colaboraciones con David Otero, Nil Moliner, Andrés Suárez, Miss Cafeína... Pero en aquel proceso de salida, del que finalmente sacó un disco, se asomó al abismo. “Incendios salió en el peor momento de mi vida”, reconoce, en referencia al que fue su primer trabajo, que gestó tras la separación de la banda.
“Auryn ya no podía seguir adelante”, admite hoy sobre ese momento de separación, que recuerda como “muy duro, complicado de gestionar”. “Estuvimos siete años sin una semana libre, sin celebrar un cumpleaños. Cada uno estaba en un punto personal diferente, y yo estaba mal”, afirma. Además, hubo más factores. “Al salir de la banda, unos tienen más apoyos que otros y yo pasé a segundo plano; es la realidad, importaban más otros compañeros que yo”, reconoce. “Me centré en el trabajo y la composición, me rodeé de gente que me aconsejaba bien en la música. Saqué todo lo que llevaba dentro, toda esa rabia...”, rememora. Aquello no vino solo, sino que coincidió con una ruptura sentimental con la que había sido su novia durante tres años. “Vivía en un agujero donde no tenía ganas de salir de casa”, recuerda hoy, infinitamente más sereno.
Entonces se rodeó de gente que le cuidó “en lo personal y lo profesional”, y tuvo que lograr ser “muy fuerte mentalmente”. “Si no hubiera tenido la fuerza de la gente a mi alrededor, de mi psicóloga y esas ganas de música...”. Deja el final de la frase en el aire. El tiempo y la compañía le ayudaron a alejar de su día a día a esa banda que había sido toda su vida durante su primera juventud. Y eso también le ayudó a aprender. “Esa hostia de realidad me hizo ser mejor persona, mejor hijo, mejor amigo, mejor novio”, reconoce. Porque volvió a encontrar pareja, la cantante Yarea, con la que ha compuesto —muchas de ellas en pandemia— las canciones de este segundo disco.
“La música me salvó. Literalmente. Yo no tenía ganas de nada, en lo personal y en lo profesional, y la música fue lo más importante para salir, lo que me dio fuerza”, reconoce hoy, cuando ha sacado dos discos, triunfa en las radios y llena sus conciertos: tiene 10 fechas en España, muchos festivales y hace dos semanas agotó entradas en El Invernadero, la sala que acoge la plaza de toros de Las Ventas en invierno. Por aquella etapa pagó un peaje que llegó a pesarle. “Lo estaba pasando tan mal que llegué a tener un momento de rechazo a mi pasado. Tuve que aprender a querer a mi Dani de antes, a que todo lo que pasa, pasa por algo. Yo estoy aquí gracias a todo lo que pasé”, asegura.
Pude descartar rápido la fama y el dinero como algo positivo en mi vida. Antes tenía 22 años y sí le daba importancia a un coche de puta madre, a que la gente hablara de mí. Ahora prefiero que hablen de mi música y que compren una entrada”
El éxito al que ha llegado es lo que buscaba: nada de fuegos artificiales ni autógrafos por la calle. Como él mismo dice, “al saber de dónde venía tuve claro lo que no quería”. Y no quería una fama explosiva, en combustión, de esa que podía haber conseguido en programas de televisión o colaboraciones rápidas. “El éxito siempre me ha dado un poco igual. Pude descartar rápido la fama y el dinero como algo positivo en mi vida. Antes tenía 22 años y sí le daba importancia a un coche de puta madre, a que la gente hablara de mí. Ahora prefiero que hablen de mi música y que compren una entrada”, argumenta. Con unas potentes redes sociales que, reconoce, son un arma del doble filo, es siempre abierto y cercano con sus seguidores. Pero, como él mismo dice, no quiere ser más famoso: “¿Para qué necesito que mi vida privada llegue al resto de la gente?”.
Hoy la culpa queda atrás. Ha aprendido a valorar ese pasado. A entender que él es quien decide al 100% lo que quiere hacer, y no solo al 20%, como le pasaba con su banda. Aunque quedan pensamientos, ideas. “A veces me culpo de no volver a aquello cuando esto está mejor. No soy un desagradecido, pero estoy más feliz”. Pero su mente ya está en otro sitio. Sobre todo, en los conciertos de este álbum, Entre las dudas y el azar. Azar, destino, Dios... ¿Dónde se ubica él? “No soy creyente. Creo en el destino y en las casualidades, pero creo en el trabajo. Sin trabajo, no va a llegar”. Por eso está lanzado a la carretera, para vivir todo eso que le hará escribir sus próximas canciones. Y decidir mañana qué pintar, si le queda hueco, sobre sus brazos.