Carles Francino: “Lo bonito de hacerse mayor es acercarse más a la familia”
El actor, que acaba de incorporarse al reparto de ‘Amar es para siempre’, asegura haber dejado atrás los prejuicios profesionales y vive ahora a caballo entre Madrid y Bellaterra, en Barcelona
Más allá del nombre, Carles Francino ha heredado de su padre una envolvente voz grave que, durante una conversación, remite con frecuencia a su progenitor, el periodista radiofónico de la Cadena Ser Carles Francino. “Venía en el pack”, dice, quitándose cualquier mérito, aunque reconoce que ha aprendido a proyectarla gracias a la interpretación. Admite que, cuando estudiaba Sociología, pasaba más tiempo en el bar que en el aula, hasta que...
Más allá del nombre, Carles Francino ha heredado de su padre una envolvente voz grave que, durante una conversación, remite con frecuencia a su progenitor, el periodista radiofónico de la Cadena Ser Carles Francino. “Venía en el pack”, dice, quitándose cualquier mérito, aunque reconoce que ha aprendido a proyectarla gracias a la interpretación. Admite que, cuando estudiaba Sociología, pasaba más tiempo en el bar que en el aula, hasta que un día la actuación se cruzó por casualidad en su camino. Un trayecto profesional que no ha recorrido en línea recta ni ha estado libre de prejuicios. Ahora, con 40 años, asegura que los ha dejado atrás y que su vuelta a una serie diaria como Amar es para siempre está siendo “un golpe de humildad”. “Siempre tenía esta cosa de no querer hacer producciones diarias por el ritmo, pero también cuando estaba en la escuela decía que solo haría teatro. Es algo que se malentiende completamente en los tiempos en los que estamos. Yo lo heredé de la vieja escuela, pero una cosa es cuidar tu carrera y otra vetar un trabajo”, se justifica, después de que hace 11 años abandonara la serie Bandolera, abrumado por el ritmo. “Fallé en que no lo disfruté del todo. Muchas veces me sentí agobiado. Pero ahora lo veo desde otro sitio”, explica.
Al terminar de rodar, cambia la vestimenta ochentera de su personaje, Francisco García, por un total look negro que podría insinuar que huye de complicaciones a la hora de vestirse, pero reconoce sin tapujos que es “muy presumido”. Un gusto por los “trapitos” que achaca a su madre y a su tía, quienes trabajaron en una escuela de moda. “Yo siempre andaba por ahí de un lado para otro. Mi madre me sigue arreglando el bañador”, cuenta, sentado en un banco frente a El Asturiano, el bar ficticio de la exitosa serie de Antena 3 a la que se incorporó en agosto. Su personaje es un diseñador de juguetes con el que se identifica a la hora de encarar la vida. “Me gusta pensar en su sinceridad y en esa manera de encajar las cosas. Muchas veces la teoría la tenemos clara, pero sabemos que en la práctica es más complicado y seguimos luchando con eso que es intentar vivir el día a día, buscar la felicidad, huir un poco del sufrimiento... Él [el persojaje] intenta afrontarlo de otra manera”, señala. “A mí me engancha en un momento muy así”, reflexiona.
No ocurre con frecuencia que un actor tenga un año de trabajo asegurado por delante y por eso se siente afortunado, aunque ello le obligue a vivir a caballo entre Madrid —donde reside de lunes a viernes en un piso alquilado—, Altafulla, en Tarragona —el lugar donde nació y que denomina como su “centro”— y Bellaterra, Barcelona, donde se ha construido una casa en el campo —una especie de “ecoaldea”, afirma— junto a su mujer, la cantante de soul Izah. “Me he hecho un poco hombre de campo, me gusta ir a buscar setas y a correr con los perros. No tengo ninguno, pero me toca cuidar el de la suegra y el del suegro”, matiza. Izah y él se casaron en 2018 en el castillo de Tamarit, en Altafulla, en una ceremonia a la que acudieron amigos como Quim Gutiérrez, Andrés Velencoso, Macarena Gómez y Megan Montaner. A su mujer, asegura, le debe el gusto por lo asiático, como demuestra su tatuaje con motivos chinos en el brazo izquierdo o los que luce de forma muy discreta en dos dedos de su mano y que se hizo “de pedo en Bangkok” con su pareja.
De aspecto atlético, confiesa que practica boxeo, paddle y calistenia. Se declara culé —lo que comparte con su padre, quien además fue jugador del Reus—, y cuenta que durante el confinamiento sumó a sus aficiones la de la meditación, aunque la pandemia ha significado para él mucho más que haber podido encontrarse consigo mismo mediante “un trabajo espiritual”. Cuando lo peor parecía haber pasado, la covid-19 entró en su familia e infectó a varios miembros, entre ellos a su padre, quien estuvo ingresado en el hospital y sufrió un ictus. “No sé si hice bien o mal, pero me vine a Madrid y me concentré en ayudar a su mujer, que es a la que hay que hacerle un monumento”, recuerda y agrega que, por suerte, su padre “es un toro”. “Estuvo a punto de decir chao, pero también esa fortaleza que tiene le permitió salir rápido”.
A su padre lo une, asegura, una relación estrecha, en la que el periodista siempre ha estado “muy presente” y en la que cada vez tienden a encontrarse más. “Lo bonito de hacerse mayor es que te acercas más a la familia. Es curioso ver ahora cómo cría a mis hermanos”, cuenta, en referencia a Iván y Lucía, de 11 y 9 años, hijos del presentador de La Ventana y de Gema Muñoz, su actual mujer. Precisamente con ellos se deja ver de vez en cuando en su cuenta de Instagram, la única red social que mantiene después de haber cerrado su perfil en Twitter. “Casi siempre los comentarios [en redes sociales] son normales, pero incluso una pequeña cosita siempre me desestabiliza un poco. El día que sea Angelina Jolie me quitaré de las redes y viviré tranquilo”.