Cuanto más grande, mejor: de Onassis a C. Tangana, los yates son cada vez más ostentosos
El libro ‘Yatchs: The Impossible Collection’ recoge la historia de algunas de estas embarcaciones y el cambio que han sufrido en las últimas décadas: más ostentación, más eslora y, ahora, más sostenibilidad
Era de un tamaño modesto y de alquiler, pero un yate ha protagonizado una de las imágenes más polémicas de este verano: la del cantante C. Tangana con un grupo de influencers y amigas escogidas por el artista para generar ruido mediático con motivo del lanzamiento de una nueva canción. En ella cuenta la historia de un triunfador que huye de su pasado a bordo de una gran lancha motora, pero la elección de este tipo de embarcación para representar la idea de “éxito” en el mundo contemporáneo no es casual. En los mares, esos lugares infinitos donde todo y todos caben, los yates representan...
Era de un tamaño modesto y de alquiler, pero un yate ha protagonizado una de las imágenes más polémicas de este verano: la del cantante C. Tangana con un grupo de influencers y amigas escogidas por el artista para generar ruido mediático con motivo del lanzamiento de una nueva canción. En ella cuenta la historia de un triunfador que huye de su pasado a bordo de una gran lancha motora, pero la elección de este tipo de embarcación para representar la idea de “éxito” en el mundo contemporáneo no es casual. En los mares, esos lugares infinitos donde todo y todos caben, los yates representan un poderío que se mide en metros. Metros de eslora, en el lenguaje de los entendidos. Los que tienen de proa a popa los barcos que surcan los océanos fascinando a quienes los ven desde lejos, a quienes los retratan y, cómo no, a quienes los disfrutan. La periodista Miriam Cain ha creado Yachts: The Impossible Collection, un libro editado por Assouline con imágenes del fotógrafo Guillaume Plisson que repasa algunos de los yates más fabulosos del mundo. Eso sí, mejor disfrutarlo lejos del agua: el volumen cuesta 820 euros.
Cain repasa en el lujoso tomo casi un centenar de barcos en los que han navegado reyes, princesas, jeques, divas de Hollywood y directores de cine, de Grace Kelly a J. P. Morgan, los Getty o los Forbes. Sabe de lo que se habla, porque lleva 20 años teniendo la suerte de subir y bajar de estos navíos. Periodista y editora británica especializada en lujo, en barcos, más en concreto, también ha trabajado de relaciones públicas y escrito en varias revistas especializadas en el mar y los superyates. Ella misma se reconoce afortunada de haber podido recorrer leguas de océanos a bordo de ellos, ya sea como invitada o con el objeto de elaborar reportajes o entrevistas.
Cuenta Cain en entrevista por correo electrónico a EL PAÍS que en estas dos décadas los barcos han ido cambiando a la vez que iba haciéndolo el lujo. Lo más evidente es que han crecido: si hace un par de décadas 60 metros ya suponía una nave enorme, ahora los llamados megayates no bajan de 140. El lujo quiere más y los quiere más grandes. Y también menos contaminantes. “Más allá del interés por la tecnología y el tamaño, la principal prioridad de todos los implicados es hoy hacer que estas embarcaciones sean más sostenibles”, relata.
Los yates de la familia real noruega o danesa, Pi, Kaos, Nero, Octopussy, Savannah, Azzurra, Home, Mariquita... Hay tantos como millonarios, y cada vez más de personajes no tan conocidos y asociados a fortunas amasadas gracias a la tecnología o los fondos de inversión, asegura la experta. Aristóteles Onassis, fallecido hace 45 años, tuvo un lugar importante en la historia naviera, sobre todo de los ejemplares más famosos y lujosos. Él fue quien compró en 1954 el Christina O, una antigua fragata naval canadiense, para convertirlo en la villa flotante más famosa y lujosa de su época, con 99 metros de eslora. Le dio el nombre de su hija y su leyenda ha perdurado y se ha expandido. Es el yate más grande construido en Norteamérica que sigue a flote, con capacidad para 34 pasajeros y 38 tripulantes, y su pista de baile de azulejos puede descender para llenarse de agua y convertirse en una piscina. Por él pasaron desde los Kennedy a Winston Churchill, Marilyn Monroe y Frank Sinatra. Allí vivió Onassis sus romances con Maria Callas, con Lee Radziwill y con su hermana, Jacquie Kennedy, después señora de Onassis.
Y también fue Ari, como se le conocía popularmente, quien reconstruyó el Grace, el yate que regaló a Grace Kelly por su boda con el príncipe Raniero de Mónaco y que originalmente fue un navío militar en la II Guerra Mundial. Y fueron los barcos de Onassis, sobre todo el Christina O, los que influyeron a Richard Burton para que comprara a Elizabeth Taylor el Kalizma después de que ella ganara el Oscar por ¿Quién teme a Virginia Woolf? en 1967. Fue a bordo del mismo donde le regaló el famoso diamante Taylor-Burton.
Por las más de 200 páginas del libro pasan algunos de los más famosos navíos de todos los tiempos y otros que, si no lo son tanto, guardan una historia. El Honey Fitz, llamado así por el abuelo del presidente John Fitzgerald Kennedy, sirvió a cinco presidentes estadounidenses (ninguno lo ha igualado): Harry Truman, Dwight Eisenhower, Lyndon B. Johnson, Kennedy y Richard Nixon. A bordo del Nahlin, construido en 1930 para lady Annie Yule, la mujer más rica de Inglaterra, recorrieron el Mediterráneo en 1936 Eduardo VIII y Wallis Simpson, antes de que él abdicara; desde 2005 es propiedad del millonario terrateniente y rey de las aspiradoras sir James Dyson, que lo ha restaurado y rediseñado profusamente. En el Britannia, en servicio para la familia real británica entre 1954 y 1997, con casi 1.000 viajes oficiales, pasaron su luna de miel Carlos y Diana de Gales; ahora, varado en Edimburgo, se ha convertido en un museo. El Creole, de ocho grandes velas blancas, que fue propiedad del Gobierno de Dinamarca, batalló en la II Guerra Mundial y compitió en la Copa América, ha sido restaurado por sus nuevos propietarios, los Gucci. A bordo del Eros, construido para un lord inglés en 1939 y después propiedad del magnate griego Stavros Niarchos, navegaron tras casarse en 1962 los entonces príncipes Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia. El Santana, el otro amor de Humphrey Bogart, quien le puso ese nombre por los vientos de Santa Ana, provocó que Lauren Bacall llegase a declarar que se sentía “celosa” del navío.
Cuenta Caim, enamorada de los barcos con historia, que cenar o zarpar a bordo de uno de esos delfines de metal y madera sigue siendo todo un lujo y que este proyecto ha sido divertido, por la parte de investigación, tanto personal como a través de los libros. Entre sus favoritos están, por ejemplo, el Sherakhan, de 69,65 metros de eslora, “cuyo propietario ha dedicado muchos años de su vida a reconstruir lo que era un buque escuela marítimo en el enormemente exitoso yate de lujo que es hoy”. El Artefact, ecológico, y el Excellence, con una estructura de cristal tipo espejo, ambos de 80 metros, son dos de los más llamativos para ella, así como el clásico J Class Endeavour, de 39 metros. Y, por su historia, claro, el Christina O.
El misterio no se ha perdido, pero sí un poco la exclusividad. Zarpar en uno de estos yates y dar la vuelta al mundo a bordo era algo que hace unas décadas no hacían más que los millonarios, los pioneros o los locos; hoy, no es tan raro. De ahí que el nivel de caprichos no haga más que crecer: hay barcos con gimnasio y piscina, sí, pero también con una piscina a cuyos nadadores puede verse bracear sobre el bar del barco, o con una interior climatizada, o con todo un centro de deportes acuáticos, o con un spa. A bordo de algunos de estas embarcaciones, hay canchas de tenis, cines privados, pistas de esquí o helipuertos. “Es raro ver un yate de más de 40 metros construido hoy día sin una piscina con spa y un beach club”, es decir, un chiringuito en cubierta a modo del de una playa, cuenta Caim. Los yates nacieron para ser puro lujo y lo siguen siendo, más allá de su equipación: “Todo hotel donde el número de empleados supere al de los alojados ya es sumamente lujoso”, remarca Caim. “Los costes de tener un yate hoy en día son el lujo supremo. ¿Qué otro artículo costaría literalmente millones de euros al año en mantenimiento?”.