Opinión

Lo que le hubiese contado a Miguel Bosé

El científico al que Jordi Évole quiso llamar para que debatiera con el cantante, algo a lo que este se negó, desmonta sus argumentos negacionistas

Miguel Bosé, en un fragmento de la entrevista con Jordi Évole.
Quique Bassat
Barcelona -

La emisión el domingo de la segunda parte de la entrevista que el programa Lo de Évole le dedicó a Miguel Bosé en prime time me dejó atónito y me provocó un profundo desasosiego, como imagino debió ocurrirle a la gran mayoría de espectadores. En mi caso, además, se añadía la desazón (por muy pocos conocida) de haber sido yo el científico propuesto por el equipo de Évole para con...

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La emisión el domingo de la segunda parte de la entrevista que el programa Lo de Évole le dedicó a Miguel Bosé en prime time me dejó atónito y me provocó un profundo desasosiego, como imagino debió ocurrirle a la gran mayoría de espectadores. En mi caso, además, se añadía la desazón (por muy pocos conocida) de haber sido yo el científico propuesto por el equipo de Évole para conectarme a la entrevista y contrarrestar los argumentos negacionistas del actor y cantante. Sin embargo, este encuentro nunca fue posible, dada la negativa del divo a escuchar una voz discordante que discrepase abiertamente de sus exaltados puntos de vista y pusiera en cuestión la endeblez de sus argumentos. Como me quedé ciertamente frustrado de no poder debatir con él, utilizo estas líneas para contarle algunas cosas sobre las vacunas, el invento de mayor impacto en la historia de la humanidad, y la principal causa de que nuestra esperanza de vida como seres humanos haya crecido tanto en el último siglo.

Una de las grandes paradojas del momento actual es que las vacunas son víctimas de su propio éxito. Desde nuestra óptica occidental, hemos olvidado demasiado rápido el peligro que suponen algunos microorganismos extremadamente letales, por el simple hecho de que ya no los vemos a diario. Cuando una sociedad no sufre de forma rutinaria enfermedades tan graves como la viruela, la poliomielitis, el sarampión o el tétanos, se puede permitir el lujo de perderles el respeto, pero hacerlo es un error y una irresponsabilidad mayor, y la demostración de una memoria muy cortoplacista y de un alarde de prepotencia de nuevo rico.

Desde hace años trabajo como pediatra e investigador en países muy pobres, intentando mejorar la salud de las poblaciones —sobre todo niños— más desfavorecidas. Más allá de las mejoras en el diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades, es fundamental invertir esfuerzos en la prevención y, en ese sentido, las vacunas llevan décadas siendo el pilar principal de la estrategia. El poder transformador de las vacunas no tiene parangón, y tan solo en los últimos 20 años se calcula que el programa ampliado de vacunación infantil ha evitado en el mundo hasta 37 millones de muertes (por favor, reflexionen sobre este número). Sin embargo, que en pleno 2021 todavía muera un niño cada 20 segundos por una enfermedad prevenible por una vacuna ya existente es buena muestra de que aún hay mucho trabajo por hacer, y que el debate actual debería centrarse sobre cómo mejorar la cobertura para llegar así hasta el último niño del planeta, y no sobre la naturaleza de su impacto.

¿Y qué lecciones podemos extraer sobre las vacunas en la actual pandemia? El impacto que hemos podido observar en los pocos meses que llevan utilizándose en el contexto de la covid-19 debería bastar para convencer a los más escépticos. Y si no, que se lo pregunten a los ancianos de las residencias de la tercera edad de nuestro país, que han sobrevivido en soledad a la mayor crisis sanitaria de las últimas décadas sin apenas armas para defenderse, y que empiezan —gracias a las vacunas— a ver la luz después de tantísima oscuridad.

Me hubiese gustado mucho poder compartir estos datos con Miguel Bosé. Los científicos utilizamos el método experimental, el debate y el intercambio de datos —e interpretaciones de los mismos— como herramienta de crecimiento y progreso. Pero para debatir hay que estar siempre primero dispuesto a escuchar. Las lecciones magistrales en temas científicos son siempre bienvenidas cuando provienen de fuentes debidamente acreditadas. Nadie debería utilizar los altavoces públicos que la fama otorga gratuitamente para lanzar proclamas incendiarias y gravísimas acusaciones sin ni siquiera molestarse por presentar datos verificables. Con la misma rotundidad con la que el domingo el bueno de Bosé vociferaba arengas antivacunas, delirando acerca de conspiraciones mundiales y poderes fácticos manipuladores, hay que ser capaces de comunicar con transparencia, rigor y sin atisbo de dudas, y como si fuese un mantra, que las vacunas salvan vidas y que las seguimos necesitando mucho.

Quique Bassat es pediatra y epidemiólogo, Investigador ICREA en ISGlobal, centro impulsado por Fundación la Caixa


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