El amor de Mariano Fortuny por las plantas que asoma en sus lienzos
En el 150 aniversario de la muerte del artista catalán, distintos actos y exposiciones en España le rinden homenaje. Su evidente cariño por pintar jardines queda patente en su soltura a la hora de retratar las diferentes especies de plantas, con especial pasión por las malvarrosas
Para los amantes del arte siempre hay algún suspiro que se escapa por aquellas personas creadoras de belleza que murieron jóvenes, artistas que desaparecieron demasiado pronto y que dejaron una sensación de vacío por todo lo hermoso que todavía podrían haber regalado a la humanidad. El pintor alemán Adam Elsheimer (1578-1610) falleció con tan solo 32 años, legando una obra muy bella y original, como no se había visto en otros pintores de la época. Sus pinceles ilustraron pasajes que no eran habituales, y en sus obras se aprecia el gusto por el detalle; de hecho, sentía predilección por elaborar cuadros de pequeño formato, con una maestría fascinante, en los que aplicaba unos efectos lumínicos hermosísimos llenos de realidad, daba igual que fueran efecto de una puesta de sol, de una noche estrellada o de la llama de una candela. Tan elevado era su arte, que incluso un colega coetáneo de la talla del enorme Rubens (1577-1640) —poseedor de varias obras de Elsheimer— lamentó su muerte con una frase que habla de su admiración por el artista desaparecido: “Uno podía esperar cosas de él nunca vistas antes y que ya nunca veremos”.
En el Museo del Prado se puede disfrutar de una de sus pinturas, Ceres en casa de Hécuba, obra maestra que recrea una escena nocturna iluminada tan solo por una vela, dos antorchas y la luz de la luna en el cielo. A la espalda de la diosa de la agricultura, Ceres, se descuelga un tallo de una parra (Vitis vinifera), acompañado de las grandes inflorescencias blancas de un saúco (Sambucus nigra), porque Adam Elsheimer también era sensible a la belleza de las plantas.
En España, otro de estos lamentos mana al recordar a Mariano Fortuny (1838-1874), fallecido con 36 años. Precisamente, este año se conmemora el 150 aniversario de su muerte, con actos y exposiciones como la que se lleva a cabo estos días en el Museo de Reus —ciudad natal del artista—, con el título Fortuny. La observación de la naturaleza, abierta hasta el 14 de diciembre. Esta capacidad de Fortuny para fijarse en el detalle es una cualidad que le podría hermanar con Adam Elsheimer, aparte también de su elevado ingenio para crear obras originales, composiciones “nunca vistas antes”, parafraseando a Rubens.
El pintor catalán plasmó en sus cuadros, con aparente facilidad, tanto escenarios bélicos como aquellos de marcado carácter orientalista, costumbrista o incluso paisajista. Otra de sus especialidades era la pintura de jardines, no como temática autónoma, sino para situar en ellos a diferentes personajes, a veces con un tono dramático, como si de una función teatral se tratara. En esos jardines, Fortuny se desenvolvía con soltura a la hora de retratar las diferentes especies de plantas que los poblaban, y a lo largo de su breve, pero prolífica carrera, se pueden rastrear sus preferencias botánicas.
Si tan solo se tuviera que mencionar una de sus apetencias florales, sin duda habría que resaltar su pasión por las malvarrosas (Alcea rosea), a las que incluye de fondo en varias escenas de jardín —como en la obra Jardín de la casa de Fortuny (1872-1877). Allí, en la parte izquierda de la tabla, reposa una maceta de terracota decorada con guirnaldas con varias malvarrosas, características por sus varas florales altas y espigadas. Era tal su devoción por esta planta, que hasta le dedicó un cuadro a ella sola, Malvas reales, pintado entre 1872 y 1873.
Otra especie retratada por Fortuny fue la calabaza, cuyas enormes hojas aparecen en muchas de sus obras trepando por aquí y por allá o cubriendo el suelo, incluso inmortalizada como motivo principal en algunos cuadritos, a modo de bocetos o de modelos, como dos que atesora la colección Vida Muñoz. En estos se aprecia la anatomía vigorosa de la planta, también con su enorme fruto, que comienza a madurar a medida que avanzan el verano y el otoño.
El British Museum, en Londres, custodia una delicada acuarela de la mujer del pintor, Cecilia de Madrazo. Su figura está sentada, cosiendo, con su pelo adornado de flores, con su rostro finamente acariciado por el pincel. A ambos lados de Cecilia, Fortuny también ha retratado dos plantas que, de nuevo, aparecerán en el icónico óleo de Los hijos del pintor en el salón japonés [ambas obras, pintadas en el año 1874]. Las dos especies en cuestión son un geranio rojo (Pelargonium x hortorum cv.) patilargo, añoso, y una begonia rex (Begonia rex cv.). En el cuadro de los hijos del pintor, el geranio se reduce a unas manchas de color rojo salpicadas al cobijo de las monstruosas hojas de la oreja de elefante (Alocasia macrorrhizos), mientras que la begonia muestra sus elegantes hojas verdosas y plateadas, razón por la cual fue una planta muy popular en siglos pasados, con cientos y cientos de cultivares diferentes, cada cual con un patrón tonal distinto.
Otra de las plantas jardineras que debía rondar el entorno familiar de Fortuny es un cactus que retrata en, al menos, dos ocasiones, en unos dibujos a pluma —en el Museo del Prado— que casi parecen realizados con la técnica del grabado. En el que parece el dibujo final, titulado Cactus, un Echinopsis oxygona ha generado varios retoños en su propio cuerpo. Crece en una maceta de terracota alargada y estrecha, moldeada a mano en un torno; por efecto de la presión de esos retoños y del tallo engrosado de la planta madre, el tiesto está roto.
Fortuny también añadió en sus paisajes otros cactus muy habituales de las costas del Mediterráneo, como las chumberas (Opuntia ficus-indica). Las formas de sus tallos aplastados son una constante de sus dibujos y óleos, especialmente en aquellos que realizó en Marruecos y en Italia.
Para terminar, habría que recrearse con un bellísimo óleo en el Museo de Bellas Artes de Asturias: María Luisa en el jardín (1871). Con manchas irregulares aplicadas con muy poca materia sobre la imprimación ocre del lienzo, emergen de la tela hojas y flores rojizas y moradas, entre las que destaca la propia flor delicada en la que se convierte su propia hija entre tanta frondosidad, concentrada en admirar algún misterio. A la izquierda, como un centinela, se yergue con marcada verticalidad un gladiolo (Gladiolus cv.) con tres flores rojas como tres llamaradas. El Fortuny más jardinero vuelve a mostrar aquí su amor por las cosas bellas del mundo.