¿Una infancia sin grupo de amigos significa tener una edad adulta sin raíces sociales?
En algunos casos, las consecuencias de crecer sin un círculo de amistades de toda la vida puede repercutir en las relaciones adultas. Pero, en realidad, lo más importante es que los vínculos sean sanos y cero tóxicos, sin importar cuándo se inicien
Aunque muchas personas viven desde pequeñas —o desde la adolescencia— con un círculo de amistades cerrado, hay otras cuyo sentimiento de pertenencia a un grupo es muy abstracto o casi inexistente. Son aquellos menores cuyas relaciones sociales se basan en individualidades y no en colectivos, aunque en el futuro sí formen un grupo o, al revés, se desliguen de aquellos con quienes han pasado sus primeros años de vida. Este déficit de amistades o de identidad en la infancia puede no arrastrar consecuencias de habilidades sociales en la adultez, pero en otras ocasiones sí representa un problema para hacer amigos en una edad adulta.
“Tener un grupo de amigos en la infancia tiene una importancia fundamental al ser nuestro segundo foco de desarrollo. El primero sería la familia, cuando nacemos; pero después es el grupo social. Es el aprendizaje más primario que tenemos”, desarrolla Belén de Pano, codirectora del despacho de Sensateca Psicología y focalizada en autoestima y habilidades sociales, entre otros. La experta calcula que, de sus pacientes, un 50% acude a consulta por temas relacionados con asuntos sociales. “Llevo atendiendo bastante tiempo a una persona que en su infancia no consiguió tener un grupo de amigos cerrado: vivía con una familia disruptiva y, de pequeño, tampoco consiguió tener apenas amigos porque nunca tuvo una experiencia tan duradera como para aprender a mantenerlos. Ahora tiene muchas inseguridades y problemas para relacionarse. Está aprendiendo a cómo presentarse y dirigirse a los demás, o a cosas tan básicas como pedir la palabra o dar las gracias…”.
Según el análisis internacional El aislamiento social infantil y adolescente predice el ajuste psicosocial en la edad adulta, publicado en 2024 en la revista Frontiers in Developmental Psychology, crecer aislado socialmente o con fuertes dificultades para integrarse en la infancia y adolescencia aumenta las probabilidades de llegar a la adultez con ansiedad, depresión y más obstáculos para establecer relaciones satisfactorias. ¿Por qué sucede esto? “Cuando somos niños, aprendemos quiénes somos a partir de la mirada de los demás. Si esa mirada no la sentimos, nos hace percibirnos cada vez menos valiosos o importantes, y a partir de ahí es cuando vienen la falta de autoestima, miedos o sensación de vacío. Aunque cada persona es un mundo: les puede generar una fobia social o simplemente un bloqueo determinado con gente que luego se puede ir abriendo poco a poco. No se puede generalizar porque el contexto es muy relevante”, enfatiza De Pano.
No tener un círculo de amigos en la infancia no siempre implica carecer de amistades, también se puede dar el caso de que las relaciones sean más individuales. “Siempre he tenido muchos amigos, aunque muy dispersos. Soy una persona con la habilidad social de hacer amistades y cuidarlas mucho, pero nunca he tenido un grupo que haya perdurado. Por ejemplo, de pequeña invitaba a toda la clase a mi cumpleaños, pero fuera de eso me llevaba con unos pocos. En la adolescencia sí que añoré no tener un grupo de amigos un poco grande; sin embargo, tuve un proyecto de uno en el instituto y ahí me di cuenta, en parte, de que no estaba hecha para eso”, comenta Tania, una mujer de 26 años que en su edad temprana nunca vio necesario mantener grupos cerrados de amigos para sentirse a gusto.
El no tener un grupo de amigos cerrado en la infancia, pero formarlo en la adolescencia, tampoco repercute necesariamente en la forma en la que nos relacionamos de adultos: “Si el vínculo que se forma cuando ya somos algo más mayores es bueno, entonces perfecto. Pero si los vínculos no son sanos, sino tóxicos o preocupantes, da igual cuándo hayas generado el vínculo, va a tener unas consecuencias que se van a tener que trabajar. Muchas veces la gente no sabe decir que no, y eso es un problema muy grande. Hay que trabajar los derechos asertivos, que nos hacen saber decir que no son las personas adecuadas, para que el vínculo tóxico que se genera no se nos lleve por delante”, alerta la psicóloga.
“Considero que en los grupos grandes puede haber personas que, aunque de cara todo parezca bien, detrás pueden ocultar rencillas. Yo misma me fui disolviendo de grupos muy grandes y los que he tenido no superaban las tres personas contando conmigo. Luego, en la carrera, sí que tuve un grupo más estructurado, así como en el Erasmus. Pero nunca he experimentado momentos de soledad porque, aunque no tenga un grupo de toda la vida, sí tengo amigos desde hace muchos años y más recientes que me hacen sentir como en casa”, desarrolla Tania.
Por otro lado, también hay veces en las que el paso del tiempo, o la ruta de vida de cada uno, provoca la pérdida de los amigos más tempranos. “Tenía un grupo de amigos en la infancia con los que pasaba el tiempo en el barrio, a los que recuerdo con cariño y nostalgia. Pero en la adolescencia mis padres se mudaron e ingresé en un internado que rompió casi definitivamente con mi pasado y me presentó un nuevo panorama donde el nuevo vivero de amigos surgió entre mis compañeros”, explica Carlos, ya jubilado. “Tengo un grupo de WhatsApp con algunas personas de mi colegio que satisface una curiosidad por saber, aunque ligeramente, cómo le ha ido en estos años a gente con la que has compartido tantas experiencias en la vida”.
Carlos ha rehecho su vida social en la adultez. La mayoría de personas con las que mantiene una relación de amistad las ha conocido en esta etapa, salvo un caso concreto que mantiene del internado. “Cada vez que hago una amistad es con la idea de que sea de larga duración o para siempre. Uno de mis mejores amigos actuales lo hice pasados los 55 años, y el sentimiento es como si fuera de toda la vida. Otro es de hace casi 50 años, y, aunque vive en otra ciudad, sigo manteniendo relación”, añade.
Otro de los escenarios puede ser que, por varias razones, se haya tenido un grupo de amigos en la infancia que luego se ha disuelto o del que nos hemos apartado abrupta o paulatinamente. De Pano se centra en uno de los múltiples pacientes con los que trabaja, que no consigue socializar con normalidad: “Lleva 15 años intentando hacer amigos y cree que es imposible. Pero esto no solo depende de la persona en sí, sino también del grupo que te encuentres. Es algo bidireccional. Puedo tener muchas habilidades sociales, pero si me encuentro un grupo hermético o cerrado, que no se abre a conocer a nadie más, por muchas habilidades que tenga, se me cortan las alas”.
La psicóloga incide en la importancia de trabajar la autoestima en aquellos que han vivido de manera negativa la carencia de un grupo de amigos cerrado durante la infancia y la adolescencia: “Es lo primero que trabajo con ellos, reforzarla. Que no se describan por con quiénes están, sino por quiénes son ellos. No eres más por tener 15 amigos, ni eres menos por tener tres. Trabajamos las habilidades sociales, porque sienten que tienen esa escasez; y luego nos centramos en trabajar el miedo o la fobia a abrirse a la gente de forma muy progresiva. Si, por ejemplo, lo que más me cuesta es ir a un concierto con gente, lo ponemos en último lugar. Si lo que menos es entrar a un bar y saludar al camarero, pues entrar y avanzar en la comunicación con él. Es una escala muy progresiva, poco a poco ir trabajando esos momentos del día a día donde se pueden ir sintiendo seguros o reforzados”.