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El teatro íntimo de las relaciones amorosas: roles, rutinas y silencios

Como sobre un escenario, en el amor también interpretamos. A veces por necesidad, a veces por costumbre. Casi siempre sin saberlo

¿Quiénes somos cuando amamos? ¿Esa versión de nosotros que se ríe de ciertos chistes, que acepta silencios sin pedir explicaciones, que repite una y otra vez el mismo ritual antes de dormir? ¿Eso es lo que somos o se trata de una versión escenificada de lo que creemos que se espera de nosotros? Ese “yo” que escucha, que aguanta, que cuida, ¿nos representa realmente? ¿O simplemente estamos ante la versión pulida y presentable, que se esfuerza por gustar o que repite gestos aprendidos?

En el amor, como en el teatro, hay ensayo, puesta en escena y, a veces, incluso aplausos enlatados. Muchos gestos que podrían parecer espontáneos son en realidad versiones aprendidas de lo que creemos que tenemos que hacer: escuchar, cuidar, desear, aguantar, guardar silencio. ¿Hasta qué punto somos auténticos cuando amamos? ¿Y qué significa serlo?

La autora californiana Katie Kitamura aborda algunas de estas incómodas preguntas en Audición, su nueva novela, que ha sido publicada en español por la editorial Sexto Piso. La historia sigue a una actriz de mediana edad que se ve envuelta en una situación perturbadora cuando un joven llamado Xavier le busca creyendo que podría ser la mujer que lo dio en adopción años atrás. En el teatro la protagonista tiene dificultades para interpretar el personaje que le han asignado, pero es que además también debe navegar entre otros roles en la vida real, como cualquiera de nosotros.

La novela de Kitamura, una coreografía de silencios, desplazamientos de poder y papeles que se solapan, constituye una exploración profunda sobre las máscaras que llevamos en nuestras relaciones, un “engaño” que se diría inherente en las conexiones humanas. Pero, ¿lo es de verdad? ¿Podemos decir que conocemos realmente a las personas que nos rodean? ¿O todos estamos constantemente interpretando roles?

“Interpretar es parte de cómo aprendemos a estar en el mundo”, afirma Kitamura en declaraciones para EL PAÍS. “Incluso las relaciones más íntimas, como podría ser la que existe entre una madre y un hijo, están formadas a partir de algún ejemplo. De todos modos, no creo que eso reduzca la autenticidad de las mismas. Como dirían muchos escritores, en la ficción suele haber siempre alguna forma de verdad”, considera.

Amores con guion

Esta dualidad entre lo que sentimos y lo que mostramos no es exclusiva de los actores. También se representa cada día en el salón de nuestra casa. Eso opina al menos Laura Morán, psicóloga, sexóloga, terapeuta de parejas y autora de Perfectamente imperfectas (Destino, 2023), que lo resume así: “En todas las relaciones hay algo de teatro, no porque finjamos, sino porque asumimos papeles que nos han enseñado: la hija responsable, el gracioso del grupo, la amiga que siempre escucha, la pareja que cuida... Otros los desarrollamos como estrategias adaptativas: si me ocupo de todo, me necesitan; si evito el conflicto, no me rechazan, etc.”

Hay algunos roles que parecen inocentes, pero que con el tiempo se hacen más duros de llevar. “El problema no es interpretarlos, sino no poder dejarlos nunca”, advierte la experta. “En pareja no solo representamos nuestro rol, sino que también respondemos al del otro. Si tú te quejas, yo resto importancia. Si tú cuidas, yo me dejo cuidar. Y no porque lo hayamos pactado, sino porque así se construye cierto equilibrio”.

Kitamura comparte las ideas de Morán respecto a la fórmula que se crea en ciertos vínculos. Ante la pregunta de cuál es, en su opinión, el papel más difícil de soltar en una relación, responde sin duda que: “El de ‘el ideal’. La versión de nosotros mismos (o de los demás) que creemos que estamos obligados a representar. Pero lo cierto es que esos ideales son construcciones culturales. Son ficciones. Y es útil verlos como tales y analizar cómo funcionan”. Algo que ella ha intentado, en parte, en su novela.

La trampa de la perfección

Según Morán, los problemas llegan cuando las personas no se sienten libres para mostrarse tal como son dentro de la pareja. “Creen que para que las quieran tienen que ser la mejor versión posible. Como si estuvieran en un escaparate. Eso hace que vivamos con temor a que, si mostramos ciertas partes de nosotros (el cansancio, la rabia, las dudas, la ira, la ansiedad, etc.), nos dejen de querer. Nos ponemos máscaras para no incomodar”, afirma.

Esa exigencia constante de estar bien, de no fallar, de cumplir un rol sin grietas, puede acabar erosionando el vínculo. No porque falte amor, sino porque falta aire. A veces, lo que se agota no es la relación, sino el guion. Y lo que necesita una pareja no es romper, sino reescribirlo.

Audición es también un ejercicio alrededor de esa reescritura. La protagonista ensaya sobre el escenario una transformación que le cuesta más asumir fuera de él. El personaje que interpreta se convierte en una metáfora de los virajes interiores que no siempre sabemos cómo gestionar. “Demasiados papeles —en el escenario y en la vida— no duran”, dice la protagonista en un momento del libro, “ y una vez que han desaparecido es imposible recuperar su lógica”.

Automatismos que se heredan

Muchas de las escenas que se repiten en las parejas no tienen detrás una intención expresa, sino que surgen de la costumbre. “Desde cómo discutimos hasta cómo nos reconciliamos”, explica Morán. “Hay patrones heredados que se reproducen sin pensar. Uno grita y el otro se encierra. Uno se aleja y el otro persigue. Lo hacemos sin saber por qué, porque quizá lo vimos en casa, o porque funcionó una vez y quedó fijado”.

También en lo erótico hay automatismos. “Esperamos que el deseo surja solo, como si la rutina no lo afectara, como si siempre tuviera que empezar la misma persona. Y eso acaba generando distancia, frustración y sensación de rechazo”, apunta Morán. Romper esos automatismos implica observación y comunicación. “Solo podemos cambiar lo que somos capaces de ver”, dice. Por eso es importante plantearse de forma crítica las cosas que hacemos.

¿Autenticidad o sincericidio?

Quizá lo que nos deberíamos preguntar es si se puede aspirar a una relación verdaderamente auténtica o tenemos que aceptar que siempre ocultaremos algo, incluso a quienes más queremos. “Claro que podemos aspirar”, responde Morán, “pero la autenticidad no es soltarlo todo sin filtro. Se trata de poder ser tú, con tus dudas, tus quejas y tus incoherencias, sin miedo a que eso dinamite la relación. Esto requiere mucha confianza y mucha práctica”.

Esa libertad de mostrarse imperfecto no se da en cualquier vínculo, sino en aquellos donde hay espacio para lo incómodo, lo contradictorio y lo imperfecto. Donde se puede decir “esto ya no me representa” sin que eso implique una amenaza. O al menos, sin que el otro lo viva como tal.

Kitamura insiste en que no todo vínculo es una negociación de poder, aunque sí reconoce que llegar a ese nivel de confianza requiere esfuerzo. “Hay relaciones que logran ir más allá de esa dinámica”, afirma, “pero es difícil y requiere cuidado y atención constante”.

Mirarse de nuevo

Una de las frases que más repiten las personas en consulta, según Morán, es “no me siento visto”. A veces, explica, ese sentimiento tiene que ver con no reconocerse en el papel que uno interpreta. Cuando has cedido tanto, o te has adaptado tanto, que ya no sabes quién eres en la relación.

Otras veces, el problema es más sencillo (y más complejo a la vez): simplemente, no hay mirada. “Seguimos funcionando, pero sin actualizarnos. No nos paramos a ver cómo ha cambiado la otra persona. Y claro, así es difícil sentirse elegido. Porque no se trata solo de convivir, sino de seguir eligiéndose… Incluso cuando vamos evolucionando”.

En ese sentido, una relación sana no es la que mantiene todo en perfecto equilibrio, sino la que permite el cambio. “Tiene que haber flexibilidad”, insiste Morán. “Porque hasta el cuidador necesita a veces ser cuidado. Y hasta el fuerte necesita quebrarse”.

En la novela de Kitamura, cuando parece que la trama ha encontrado la estabilidad al final de la primera parte, Anne, la directora de la obra, interrumpe la trama del relato diciendo: “Empezamos ya”. Es una frase breve, pero que lo desestabiliza todo a nivel narrativo (tendrán que leerla para entender esto). Es una declaración de intenciones y una oportunidad. Y tal vez eso sea lo único que verdaderamente define el amor: el intento constante de volver a empezar.

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