“Quiero ser tu amigo, pero no tengo tiempo”: cómo la aceleración social y el trabajo impide hacer nuevas amistades

Cuando cada acto está calculado para servir a un fin, creemos que no hay horas para ese vínculo que, ‘a priori’, no sirve más que para reforzarse a sí mismo. Eso sí, la ausencia de amistades también tiene que ver con un proceso natural que se detiene con el final de la juventud

No solo no disponemos de tiempo, sino que también estamos distraídos por la vida contemporánea, por tanta información, con vidas especialmente densas; y la amistad se resiente.Maskot (Getty Images/Maskot)

No se habla de amistad a primera vista. Así como el amor a primera vista es un mito muy asentado y, quien más quien menos, todo el mundo ha experimentado uno de esos flechazos (o cree haberlo hecho, después de tantas películas y canciones), casi nadie intuye enseguida si la persona con la que se acaba de cruzar va a convertirse en un buen amigo. Lo más parecido quizá sea esa euforia que provocan algunas coincidencias: en un concierto, en una boda o hasta en una reunión de trabajo conoces a alguien que te parece muy interesante y, antes de que el evento acabe, lo agregas a alguna red social. Aunque la buena impresión haya sido recíproca, raramente volverás a saber de esa persona, más allá de algún like suelto. El grupo de rock Kokoshca lo describe muy bien en su tema La fuerza, centrado en relaciones nocturnas y efímeras: “Amigos como azucarillos / que endulzan la noche / se disuelven después / no los vuelvo a ver”.

¿Por qué a partir de cierta edad resulta tan difícil imaginar que una gran amistad, de las que duran años, podría aparecer en cualquier momento y, sin embargo, eso es lo habitual durante la infancia y la juventud, cuando esas relaciones surgen deprisa en parques, bares y otros espacios? Puede que la clave esté en eso de lo que disponen niños y jóvenes y les falta a los adultos: no es arrojo, ni descaro, ni simpatía, sino tiempo. La mayoría de ficciones sobre una gran amistad, como las novelas La amiga estupenda, de Elena Ferrante, o Panza de burro, de Andrea Abreu, tienen como protagonistas a adolescentes que merodean, se aburren y descubren el mundo en compañía. Montaigne escribió en el siglo XVI que “no hay nada que le ponga trabas a la amistad por no tener esta otro fin que la propia amistad”, y, quizá, dio con la razón que explica por qué hoy, cuando cada acto e impulso está calculado y optimizado para servir a un fin (no necesariamente económico; pero sí según la lógica económica de la conquista y el consumo), creemos que no tenemos tiempo para ese vínculo que, a priori, no sirve más que para reforzarse a sí mismo.

La sensación de que a los adultos les faltan horas no es solo una percepción subjetiva. Autores como Hartmut Rosa y Jenny Odell han escrito recientemente sobre la aceleración de todos los aspectos de nuestras vidas y señalan que, si hace algunas décadas eran solo ciertos profesionales los que estaban sometidos a una presión explícita por ir más deprisa (por ejemplo, los camioneros que deben completar su ruta a tiempo), hoy todos los trabajadores padecen dinámicas similares, sin importar su sector. Encuestas como la llevada a cabo por Deloitte entre empleados jóvenes muestran que la mitad de ellos considera que no que disponen del suficiente tiempo para llevar a cabo las tareas que les asignan, mientras que menos de un tercio está satisfecho con el equilibrio que mantienen entre vida personal y laboral.

Parece que, más que nunca, la incorporación al mercado de trabajo tras acabar los estudios supone también un cambio de régimen temporal. Cuando, en 2017, el filósofo Byung Chul Han habló de la “sociedad del cansancio”, no podía imaginar hasta qué punto el fenómeno avanzaría y terminaría por afectar a todos los aspectos de nuestras vidas: también a la posibilidad de hacer nuevos amigos.

Si hace algunas décadas eran solo ciertos profesionales los que estaban sometidos a una presión explícita por ir más deprisa, hoy todos los trabajadores padecen dinámicas similares, sin importar su sector.Willie B. Thomas (Getty Images)

La expropiación del tiempo

“Paul Valéry dijo que la amistad es estar disponible. A partir de esa cita vemos que vivimos en una época poco amistosa porque poca gente está disponible. Ahora bien, la disponibilidad no es solo cuestión de tiempo, también requiere atención. No solo no disponemos de tiempo, sino que también estamos distraídos por la vida contemporánea, por tanta información, con vidas especialmente densas; y la amistad se resiente. No tenemos tiempo para estar con los demás, ni capacidad para escucharlos”, explica a EL PAÍS el escritor Fidel Moreno, que acaba de publicar Mejor que muerto, una novela en la que Julio, su protagonista, establece todo tipo de relaciones sorprendentes con sus vecinos gracias a que está en paro.

La psicóloga Verónica Morente, especialista en cuadros de autoexigencia, no quiere ser agorera, pero cree que “el ritmo que impone la producción capitalista hace que el individualismo se vaya cronificando y nos sintamos presionados a elegir qué vínculos sí y qué vínculos no”. “En sesiones escucho a muchas personas que se sienten abrumadas por la cantidad de vínculos que están construyendo, pero que se quedan a medias”, explica en conversación con este periódico. Así que, sin tiempo para el aburrimiento, parece que tampoco quedan horas para la amistad. “Aburrirse es un buen disparador de la creatividad y de los vínculos, porque si te estás aburriendo con alguien es más fácil que vuestra imaginación se dispare a la vez y se generen puntos en común. Normalmente, ponemos un punto y final a esa época de hacernos en común, y creo que ahí está el error”, opina Martín Vallhonrat, miembro de la banda Carolina Durante, muchos de cuyos temas exploran los miedos de la juventud contemporánea. “La amistad, por definición, tiene más que ver con la pérdida de tiempo que con convertir tu tiempo en productivo. Y estamos todos metidos en el serpentín de autoexplotación”, continúa el bajista.

Sin tiempo para el aburrimiento, parece que tampoco quedan horas para la amistad.Cavan Images (Getty Images/Cavan Images RF)

Eso sí, no toda ausencia de amistades se debe a la presión sistémica, también tiene que ver con un proceso natural que se detiene con el final de la juventud. “Cuando somos pequeños estamos explorando el mundo de los iguales y el mundo fuera del ámbito privado: el cole, los amigos, las actividades extraescolares… y cuando somos adolescentes buscamos diferenciarnos del mundo adulto y de la familia, y es aquí cuando el grupo de amigos se convierte en un punto clave para alcanzar esa diferencia. Lo que ocurre con los adultos es que la amistad ya no es tan importante para su desarrollo”, explica Morente.

Moreno se siente reflejado: “En la infancia y en la adolescencia tenemos más amigos porque, como seres en pleno desarrollo, le otorgamos más valor al descubrimiento y la novedad. Y también buscamos forjar nuestra personalidad en compañía de otros que, de alguna manera, apoyan o tuercen nuestra biografía en un sentido o en otro. Cuando uno es mayor, no sé si a partir de los 30, pero seguro que a partir de los 40, el descubrimiento pierde valor y eso hace que la necesidad de conocer a gente nueva pase a segundo plano”, recuerda el escritor. Así que, por un lado, falta tiempo y, por otro, a partir de cierta edad, la creación de nuevas amistades pierde importancia.

La construcción de una amistad: estrategias y resistencias

La “regla de las 10.000 horas” es una teoría muy difundida que sostiene que, para alcanzar la excelencia en cualquier disciplina (como tocar un instrumento o practicar un deporte a nivel profesional) es necesario ese tiempo de práctica (o 40 horas semanales durante cinco años). Esta regla ha sido desmentida por distintos estudios, pero ofrece una aproximación que puede resultar tranquilizadora. En el ámbito de la amistad, Jeffrey A. Hall, un investigador de la Universidad de Kansas (EE UU), también quiso ofrecer una cifra. Según su estudio, Cuántas horas lleva hacer un amigo, es posible que surja una amistad casual tras una convivencia de unas 35 horas en tres semanas; mientras que una buena amistad requiere más de 200 horas de convivencia a lo largo de seis meses. No parece mucho, pero pocos trabajadores a tiempo completo disponen de tanto tiempo libre. “Una vida no da para tanto: no tenemos tanto tiempo como para poder atender a los hijos, al trabajo, a las amistades circunstanciales que se derivan de ahí y atender también a las amistades personales. Sacrificamos primero las amistades personales porque lo demás forma parte de la obligación del día a día y la amistad acaba orillada en los márgenes”, confiesa Moreno.

Una buena amistad requiere más de 200 horas de convivencia a lo largo de seis meses, pero pocos trabajadores a tiempo completo disponen de tanto tiempo libre.Westend61 (Getty Images/Westend61)

Frente a todas estas circunstancias, existen formas de resistencia y se pueden fortalecer o generar amistades de manera deliberada. Por ejemplo, aunque Vallhonrat no cree que la amistad sea el valor fundamental del rock, reconoce que, en el caso de Carolina Durante, sí que se esfuerzan por darle importancia: “Nuestro fuerte está en ser una banda de amigos”. “Somos cuatro… y sobre todo cuidamos la idea de colectivo, porque también estamos en una época que todo el rato individualiza los éxitos”, comenta el músico. ¿Y cuando se trata de crear nuevos vínculos? “Si creo que alguien merece la pena y me gustaría ser su amigo, le pido el número de teléfono e intento mantener el contacto o hacer planes. No me vale si solo caen likes en redes sociales, intento generar ese vínculo de una manera más natural, que de verdad sea una amistad y no una gilipollez cibernética”, responde Vallhonrat que, de esa manera y, gracias a las giras, ha podido fraguar grandes amistades en distintas ciudades.

Morente valora positivamente ese tipo de esfuerzos porque lo que más se encuentra en terapia son personas “insatisfechas respecto a la falta de conexión real y genuina que solo puede alcanzarse dedicando tiempo”. ¿Existe, entonces, una fórmula para hacer nuevos amigos? Todos los consultados coinciden en que pasaría por alejarse de las redes sociales y de concepciones cuantitativas de la amistad; también por reservar algo de tiempo para ello. Un primer paso, además, consiste en valorar la amistad por sí misma, sin pretender obtener ningún reconocimiento, ventaja o intercambio a través de ella. Como concluye Fidel Moreno: “En este clima de autoexplotación e hiperdistracción, en esta sociedad llena de ruido, la amistad es fundamental. Los amigos son quienes nos ayudan a pensar en común, a orientarnos dentro de la selva en que vivimos. No somos capaces de elaborar lo que nos pasa porque hemos desterrado la amistad de nuestras vidas: el amigo era aquel con el que hablábamos. Y la mezcla de ruido ambiente, narcisismo y un clima de discordia genera situaciones en las que estamos perdidos”.

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