Siempre es tiempo de margaritas
A estas plantas con flor basta con darles una buena iluminación con algo de sol directo y un buen abonado orgánico para conformar sus inflorescencias. Y, además, crecen en cualquier parte: en el campo, en un jardín o en una maceta en el balcón
“Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere”. Esta cantilena acompaña los paseos por el campo de los niños y adolescentes que comienzan a sentir emociones y sentimientos inesperados. La imagen que la ilustra sería la de una mano que sujeta una margarita de centro amarillo y de pétalos blancos, mientras que la otra mano la deshoja rítmicamente al son de los “me quiere, no me quiere”. Uno a uno, cada pétalo cae en un breve vuelo que aterriza sobre el suelo, que se salpica así de motas nív...
“Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere”. Esta cantilena acompaña los paseos por el campo de los niños y adolescentes que comienzan a sentir emociones y sentimientos inesperados. La imagen que la ilustra sería la de una mano que sujeta una margarita de centro amarillo y de pétalos blancos, mientras que la otra mano la deshoja rítmicamente al son de los “me quiere, no me quiere”. Uno a uno, cada pétalo cae en un breve vuelo que aterriza sobre el suelo, que se salpica así de motas níveas. El resultado final será una flor despojada de su tierna corona blanca y la sonrisa en una cara, o puede que la congoja por un resultado que el corazón no desea.
Ahora es el tiempo de las margaritas, aunque casi que se debiera decir que el tiempo de las margaritas es cualquiera, porque en todo momento hay una margarita de uno u otro color alegrando los días con sus variados colores. Pero ¿a qué se le llama margaritas? Pues ni más ni menos que a las inflorescencias de muchas de las especies que participan de la extensísima familia de las compuestas (Compositae), prácticamente una prole innumerable, que crece y crece al calor del descubrimiento de más y más especies. El adjetivo de “innumerable” no es una hipérbole, ya que esta familia es la más numerosa del ya de por sí prolífico reino vegetal: entre 25.000 a 35.000 especies, según el estudio que se consulte. Por lo tanto, esto representa alrededor del 10% de las plantas con flor, si se hace caso a varias investigaciones publicadas.
Lo que no dejará lugar a duda alguna es la importancia de la familia de las margaritas en el jardín, si nos atenemos a su presencia en muchos de ellos. Ya sea en una pradera, con las ubicuas chirivitas (Bellis perennis) o en los márgenes del vergel, con alguna de las hierbas espontáneas que enriquecen su biodiversidad y que sirven de reservorio para insectos beneficiosos para cuidar de los espacios verdes humanos. Una de ellas podría ser la manzanilla loca (Anacyclus clavatus), una fiel compañera de las correrías de los chavales por el campo.
La estructura floral de las margaritas es de lo más compleja, ya que se trata de una auténtica reunión de minúsculas flores que conforman ese disco, amarillento en muchas especies (aunque puede teñirse de otros muchos colores). Lo curioso es que a cada una de las minúsculas flores que ocupan el extrarradio de ese disco les crece una peineta, un adorno: es lo que vulgarmente se le denomina como “pétalo”. En realidad, a todo el conjunto de esa miniflor y su “pétalo” se llama “flor ligulada”, ya que el pétalo es una lígula. Con tamaño minúsculo trabalenguas, el resultado es una de las familiares margaritas o el mismísimo girasol (Helianthus annuus), rey sol de las flores en la tierra.
Por lo tanto, la margarita no se trata de una sola flor, sino de una inflorescencia, porque es una reunión de muchísimas pequeñas flores que se agrupan con un mismo fin, que es el de conseguir ser polinizadas. El nombre de esta inflorescencia típica de la familia de las asteráceas es el de capítulo. Para enredar todo un poquito más, habría que decir también que generalmente cada florecilla del capítulo suele tener ambos sexos, es decir, es una flor hermafrodita. Si se quisiera fijar y recordar todo esto, no hay más que pensar que cada flor del capítulo de un girasol que se convierte en una pipa es el resultado de la fecundación de cada una de estas estructuras sexuales. Algunas de las funciones de los llamados pétalos o lígulas es la de atraer a los polinizadores y la de proteger a todas las florecillas, ya que es habitual que se cierren sobre ellas en el caso de lluvia, humedad ambiental excesiva u otras inclemencias, dependiendo de la especie.
Anteriormente, esta familia de las compuestas recibía el nombre de asteráceas (Asteraceae), cuya etimología tenía una connotación de lo más poética, por la similitud de las margaritas con las estrellas, los astros del cielo, ya que eso es lo que significa su raíz griega aster. Dentro de este enorme e infinito grupo de estrellas de colores, hay una gama muy extensa para cultivar en una maceta, incluso para un alféizar en una ventana, porque hay plantas con margaritas de casi cualquier tamaño. Muchas de ellas comparten, aparte de la abundancia de sus flores, un periodo de floración muy extenso, incluso de muchos meses seguidos. Bastará con darles, en general, una buena iluminación con algo de sol directo y un buen abonado orgánico que les permita estar bien nutridas para conformar sus inflorescencias.
Un listado inicial podría comenzar con las margaritas del Cabo (Osteospermum ecklonis). La región floral del Cabo, en Sudáfrica, es una extensa zona con una especial abundancia de especies con margaritas. Este género Osteospermum es una reina en los jardines de todo el mundo, por su amplísima floración en colores blancos, violáceos, anaranjados, amarillentos o rojizos y rosados, por lo que siempre habrá un tono que case a la perfección con los gustos de cada cual. Incluso sus lígulas pueden ser bicolores, al mostrar un tono por el haz y otro tono distinto por el envés. Si en la base de estas plantas sudafricanas se planta alguna margarita mexicana (Erigeron karvinskianus), se conseguirá un exitoso efecto de lo más margaritoso. Esta última especie es bien conocida en lugares como el norte de España, ya que es una poderosa colonizadora americana que ha copado muros y taludes de toda Galicia, Asturias o Cantabria.
Pero no se puede abandonar Sudáfrica sin mencionar la margarita amarilla sudafricana (Euryops chrysanthemoides), un arbusto que puede alcanzar muy fácilmente el metro de altura, sino más, y que se cubrirá de un sinnúmero de estrellas amarillo oro, incluso en los meses fríos de invierno. En su lugar de origen ocupa un puesto de honor dentro del fynbos, una comunidad vegetal riquísima en plantas singulares y endemismos de la otra punta del continente africano. De allí provienen también unas cuantas especies de gazanias (Gazania spp.), herbáceas tapizantes, incluso en terrenos arenosos y pobres.
De América, aparte de la margarita mexicana, uno se podría extasiar con las inflorescencias de la gallardía (Gaillardia spp.), una planta que florece y florece en colores cálidos, amarillos y rojizos principalmente. La lista de margaritas americanas es tan larga que se podrían mencionar también a la rudbekia (Rudbeckia fulgida), a los tagetes o claveles turcos (Tagetes erecta) —aunque confundan con ese nombre popular—, o los coreopsis (Coreopsis grandiflora). Del Viejo Mundo se podría elegir la matricaria (Tanacetum parthenium) o la caléndula (Calendula officinalis), por citar un par de ejemplos.
Para terminar este repaso tan petaloso, hay otra retahíla de los juegos amorosos humanos que implica a las margaritas, y que tiene este soniquete melódico: “Te quiero mucho, remucho, poquito y nada, aquí, a tu lado y en la cama”. En una versión más jardinera, quizás se podría entonar así: “Margarita, te quiero mucho, remucho, poquito y nada, aquí, en el jardín, en el balcón y en la terraza”. Que así sea.