Pedro Salinas y Katherine Whitmore, el amor para siempre es el amor imposible
Fue un amor en víspera del amor, platónico y desenfrenado, que al no consumarse sirvió al poeta de la generación del 27 para escribir de él de una forma que no podría haber escrito
El 8 de marzo de 1933, el poeta Pedro Salinas escribió una carta manuscrita dirigida a su amante, Katherine Whitmore, que constituye uno de los monumentos literarios al amor más desconocidos, y mejor expresados, del siglo XX. No en vano Salinas fue conocido, en la generación del 27, como...
El 8 de marzo de 1933, el poeta Pedro Salinas escribió una carta manuscrita dirigida a su amante, Katherine Whitmore, que constituye uno de los monumentos literarios al amor más desconocidos, y mejor expresados, del siglo XX. No en vano Salinas fue conocido, en la generación del 27, como el “poeta del amor”; no en vano también sus mejores obras, que se creían dirigidas a Margarita Bonmatí, su esposa, lo eran en realidad a Whitmore, con quien vivió un amor apasionado y febril durante 15 años en los que apenas se vieron. “Sigo hablando, tengo que seguir hablando de tus cartas. Me poseen, me son presentes, me estorba lo que me impide pensar en ellas. Veo, entre sueños, mis líneas verdes, sobre el rayado azul en dos tonos. (Ese rayado azul que parece una luz de verano filtrada a través de una persiana)” es el comienzo de la carta.
Salinas y ella se habían conocido un año antes en unos cursos de verano. Whitmore era profesora de Literatura Española en el Smith College tras haberse especializado en Kansas y doctorarse en Berkeley. Con 35 años viajó en verano a Madrid, donde se enamoró casi a primera vista de Pedro Salinas. En El Confidencial, Julieta Soria, experta en la obra y la vida de Salinas, relató los detalles hace unos años: la jefa de departamento de Whitmore le recomendó que asistiese a un curso sobre la generación del 98 que impartía Salinas, ella llegó tarde el primer día y él la reconvino. “Todos los que la conocieron aseguran que Katherine tenía un carisma personal, intelectual y físico muy imponentes. Él se volvió loco desde el primer momento que la vio. Al día siguiente invitó a Katherine y a su jefa de departamento a cenar a su casa y ahí empieza todo”, dice Soria. Whitmore pasaría el siguiente curso académico en España.
“Katherine, en esa carta me das dos sentimientos que me son igualmente necesarios. Uno cuando me dices: ‘Of course, I would marry you. Tonight! Tomorrow!’. Ya veo, sé que me quieres, lo sé, pero esas palabras tan espontáneas, tan del alma, que ni la misma escritura les puede quitar su color de aliento, me son indeciblemente necesarias. ¿Para qué, dirás tú? Sólo para saberlo, para sentirlo. Me convenzo cada día más de que la vida realizada, la vida en hechos y la vida querida, la vida en esperanza, en ansias, son dos zonas distintas, trágicamente separadas. (…) Pero el alma necesita saber que lo que no es podría ser”.
En 2002 se publicó un libro impactante, la correspondencia de Salinas con Whitmore: Cartas a Katherine Whitmore. El epistolario secreto del gran poeta del amor (Planeta). Impactante por varias razones, la primera de ellas es que Withmore siempre fue escrupulosamente discreta con la relación (tan secreta que apenas nadie tenía constancia de ella, y cuando la tuvo Margarita Bonmatí, esposa del poeta, intentó suicidarse); y solo permitió su publicación para cuando hubiese fallecido (había sido cedida a la Universidad de Harvard en 1999 siguiendo instrucciones de Whitmore, que murió 15 años antes). Impactante, también, porque en esas cartas de Salinas hay un despliegue absoluto de su intimidad que sobrecoge. Estamos refiriéndonos al autor de La voz a ti debida (1933) y Razón de amor (1936), dos poemarios universales escritos bajo la fiebre de sus sentimientos por Whitmore; por tanto, cartas privadas también escritas en aquella época en la que dejó esas obras.
Cartas como la del 8 de marzo de 1933 en la que, gracias a la carta anterior de Whitmore y su petición, “Of course, I would marry you. Tonight! Tomorrow!”, Salinas ejecuta un pequeño ensayo sobre la naturaleza del amor. “Son dos mundos: el uno, en el cual vivimos entregados el uno al otro, inseparablemente, en unión perfecta, y el otro, en que nuestra voluntad, nuestra reflexión, nos hacen vivir sujetos a otras cosas. Bendita tú, alma mía, no solo por saber distinguir esos dos mundos, sino por refrenarme a mí cuando me lanzo impetuosamente a confundirlos. Tú, tú eres la guardadora de nuestro amor, tú su ángel tutelar. Yo llevo los ojos vendados, me rompería el alma en cien obstáculos pero tú me das la mano, me salvas de todo. ¡Cómo me siento infinitamente desamparado y amparado por ti, pequeño, débil, niño, y cómo me entrego a tu custodia y guía! Katherine, nadie conoce detrás del supuesto hombre de acción que parezco a esa alma, angustiada, vacilante, que va a refugiarse en ti, que descansa en ti. (…) Eso, eso que tú haces con mi amor y conmigo es el más glorioso, el más bello y profundo sí que he recibido nunca. El primer sí, en amor, se da con relativa facilidad, es fácil, no sabe lo que promete a veces. Es luego, cuando vienen los síes de cada día, cuando llegan los obstáculos, los inconvenientes, cuando se siente verdaderamente si el sí primero era o no total. Tú, Katherine, me vas diciendo sí, cada día, desde que me diste el primero. Pero en esta carta tu sí, no expresado, no escrito, tu aceptación alegre, valerosa, cordial y esperanzada del amor mío, me da un gozo tan altísimo, como si por primera vez yo estuviese, anhelante, cogidas tus manos, fundido en tus ojos, aguardando la respuesta y tú me dijeses sí”.
“El amor no es otra cosa que localizar en un ser, en un nombre, en una vida, dentro de los límites de un rostro y un cuerpo, todo un mundo de abstracciones y anhelos, de espacios infinitos e irrealidades sin medida. Todo toma cuerpo y carne”, dice en otra carta. En 2002, Ángel Sánchez Harguindey saludó así en EL PAÍS la publicación del libro. Las cartas, escribió, “son uno de los más apasionados y sinceros alegatos en favor del amor, a la vez que una espléndida demostración del talento de quien desde el sentimiento es capaz de alcanzar la belleza”.
Tras el intento de suicidio de la esposa de Salinas, Katherine Whitmore intentó romper la relación. El matrimonio Salinas-Bonmatí vivió en Estados Unidos durante el exilio. En realidad, se vieron sobre todo los primeros meses que ella pasó en Madrid. Hubo muy pocos encuentros más los siguientes 13 años, si bien dejaron una ingente correspondencia. Fue un amor en víspera del amor, un amor antes del amor, platónico y desenfrenado, que al no consumarse sirvió a Salinas para escribir de él de una forma que no podría haber escrito. La musa en su máxima expresión. “La vida realizada, la vida en hechos y la vida querida, la vida en esperanza, son dos zonas distintas, trágicamente separadas”.