La espiritualidad más allá de Dios: los católicos confían en el karma y los ateos encuentran paz en la oración
Las nuevas generaciones son cada vez menos creyentes, pero también más espirituales. Una contradicción que se explica por el individualismo, la posmodernidad y la preocupación por la salud mental. No buscan a Dios en las pequeñas cosas, se buscan a sí mismos
Bailes, filtros, recetas, chistes, trucos de belleza… Entre el flujo de contenido constante, adrenalínico y chillón de TikTok se cuela un vídeo sencillo que habla de la rutina monástica. ASMR para el alma. “He venido a pasar unos días con una de mis mejores amigas, que es monja contemplativa, en un monasterio de un pequeño pueblito euscaldún”, dice una voz en off mientras las imágenes muestran escenas del convento renacentista...
Bailes, filtros, recetas, chistes, trucos de belleza… Entre el flujo de contenido constante, adrenalínico y chillón de TikTok se cuela un vídeo sencillo que habla de la rutina monástica. ASMR para el alma. “He venido a pasar unos días con una de mis mejores amigas, que es monja contemplativa, en un monasterio de un pequeño pueblito euscaldún”, dice una voz en off mientras las imágenes muestran escenas del convento renacentista de la Santísima Trinidad de Bergara, en Gipuzkoa. “He venido a coger un poco de calma y a vivir un poco slow, un concepto que ahora está muy de moda, pero que las monjas llevan haciendo toda su vida”. Isabel Sorribas Rivera suele colgar recetas en su canal de TikTok, pero hace unas semanas decidió compartir su experiencia en este convento. No era nada muy exótico: lecturas, paseos por el campo, dar de comer a las gallinas, cuidar el huerto y escuchar a las monjas cantar. Pero el vídeo, de alguna forma, conectó con la gente y se viralizó. “De repente, tenía un millón de visualizaciones en un día”, recuerda en un intercambio de audios. “Supongo que es porque todos nos podemos identificar con ese contenido, porque todos llevamos una vida muy rápida y necesitamos un parón”, reflexiona.
Sorribas es creadora de contenido, vive en el centro de Madrid y tiene 31 años. Es espiritual, pero no religiosa. Y su caso es cada vez más común. Según el informe de laicidad de la Fundación Ferrer i Guàrdia, presentado a finales del pasado marzo, las personas aconfesionales se acercan al 40% en España, y ese porcentaje se dispara hasta rondar el 60% al centrarse en los menores de 38 años. La tendencia es clara y se ha acelerado después de la pandemia. Dios no está de moda. Pero muchos de los ritos que envuelven su figura, sí. Se han reciclado, en un exitoso rebranding litúrgico que ha sobrepasado los muros de la Iglesia.
Más allá de los dogmas y las historias que sirven de base teórica a toda religión, hay una parte práctica, ritual, que se ha ido afinando a lo largo de los siglos. Sirve no solo para salvar las almas, sino para calmarlas y darles paz. Es efectiva más allá de las creencias y entronca con la psicología y la salud mental. De la meditación a la oración distan un par de epifanías. Entre la repetición de salmos católicos, de mantras budistas o respiraciones mindfulness hay más diferencias formales que finales. “Se trata de valorar las cosas más pequeñas del día a día”, explica Sorribas, que además de creadora de contenido es teóloga. “En ellas hay quien encuentra a Dios. Yo no lo hago, pero me encuentro a mí misma, encuentro paz”.
El caso de Sorribas es extremo, pero ilustra un fenómeno que se da de forma atenuada en muchos coetáneos. Ella creció en una familia con la fe justa para celebrar bodas, bautizos y comuniones. Al llegar a la adolescencia, tuvo ciertas dudas existenciales y se acercó a la religión. Mucho. Entró en una congregación religiosa. Estudió Teología. Y después se alejó, desilusionada con la jerarquía eclesiástica y con una crisis de fe. Abandonó la religión, pero sigue encontrando cierta paz en sus ritos, que le sirven para desconectar del estrés que imprime la vida moderna. “Yo vivo muy integrada dentro de esta sociedad, en este modelo capitalista, de trabajo, producción y bienestar”, explica. Encaja pero se queja: “Muchas veces desayunas por desayunar, trabajas en automático. Haces las cosas por inercia, porque nuestra atención está en otro lado. En medio de todo esto es necesario parar, escucharse y conectar con uno mismo”.
El supermercado de la religión
El Informe de Juventud de 2021 del Observatorio de la Juventud de Iberoamérica señalaba que el número total de jóvenes católicos ha descendido casi un 10% en solo cuatro años, en lo que han venido a llamar “la cuarta ola de secularización”. Pero lo más interesante es que, por primera vez, se cruzaron las preguntas sobre religión con aquellas sobre espiritualidad (con conceptos como el karma, la reencarnación, la predicción del futuro y las energías). “Y vimos que afecta incluso a los católicos”, explica el sociólogo Juan María González-Anleo, autor del estudio. “La religión sirvió en España, durante mucho tiempo, como muro de contención de nuevas espiritualidades. A día de hoy ese muro ha caído”.
Este tipo de promiscuidad espiritual es de doble sentido. Los católicos confían en el karma, mientras que los ateos encuentran paz en la oración. “Ya desde los ochenta empezamos a ver este fenómeno fuera de España”, explica el sociólogo. “Se le llamó el supermercado de la religión”. El concepto se explica solo: concibe los asuntos del alma como algo personalizable. En un mundo individualista, de consumismo avanzado, los fieles se comportan como clientes y meten en su carrito solo los elementos que les interesan. “Ahí está el inicio de la espiritualización social”, señala González-Anleo. “Cada vez menos productos del pack religioso entran en el carrito del consumidor espiritual y cada vez van entrando más que no estaban en el credo institucionalizado”.
Los espirituales han pasado de ser vistos como frikis a ser considerados personas libres, palabra tótem de nuestra sociedadJuan María González-Anleo, sociólogo y autor del estudio 'Jóvenes en Iberoamérica 2021'
En esta tendencia, la Iglesia ha tenido parte de responsabilidad. Su pérdida de predicamento está muy vinculada al anticlericalismo desde los años setenta. Con la Iglesia oponiéndose al aborto, al feminismo, los derechos LGTBI y otros avances sociales, declararse religioso practicante ha ido adquiriendo connotaciones políticas con las que no todas las personas espirituales se sienten cómodas. Incluso la percepción social de la persona religiosa ha perdido prestigio. “El fenómeno se ha invertido”, apunta González-Anleo. “Los espirituales han pasado de ser vistos como frikis a ser considerados personas libres, palabra tótem de nuestra sociedad. No son esclavos de la cultura materialista. Dicho de otra forma: decir que eres espiritual, actualmente, mola muchísimo”. El estigma ha cruzado de bando y se instala ahora en el de los religiosos, “que son percibidos como personas que no piensan por sí mismas”. Tantos años comparando al cura con un pastor, la sociedad ha acabado asimilando a sus feligreses con borregos.
“Ser espiritual significa sentirse atraído por lo que te cambia. Ser religioso parece ser sentirse atraído por lo que te apoya”, explica por email el psicoterapeuta Mark Vernon, autor de los libros How To Be an Agnostic (Como ser agnóstico) y Spiritual Intelligence in Seven Steps (Inteligencia espiritual en siete pasos). Vernon fue pastor anglicano. Abandonó su cargo después de tres años y hoy considera que “las iglesias se han vuelto sorprendentemente terrenales”. Por eso, explica, “las personas que siguen preguntando por cuestiones espirituales buscan fuentes de conocimiento y vida en otros lados menos mundanos”. Ser espiritual es una parte crucial de ser humano, defiende este escritor, que parte de Sócrates, el humanismo y la Historia para defender un ateísmo espiritual.
Aunque hay figuras como Vernon que predican una espiritualidad atea casi desde el activismo, hay otras que tienden lazos con las religiones clásicas. Greg Epstein es el presidente de capellanes de Harvard. El encargado de guiar espiritualmente al alumnado de esta prestigiosa universidad estadounidense y de coordinar a sus 40 capellanes cristianos, judíos, hindús y budistas. También es ateo y autor de un libro llamado Good without God (Bien sin Dios). Es el mejor ejemplo de cómo este ateísmo espiritual puede hacer de enlace entre congregaciones con distintas creencias. O sin creencias en absoluto.
“Hay un grupo cada vez mayor de personas que ya no se identifica con ninguna tradición religiosa, pero que necesita conversar sobre lo que significa ser un buen ser humano y vivir una vida ética”, sermoneó Epstein en su discurso de presentación. Es, quizá, un buen resumen del pensamiento espiritual. Puede que las viejas parábolas que sirvieran para explicar el mundo hace 2.000 años se hayan quedado anticuadas. Puede que la sociedad posmoderna erosione los grandes discursos omnicomprensivos; que las nuevas generaciones no se vean reflejadas en una jerarquía rígida y arcaica. Pero hay algo en la naturaleza humana que nos sigue empujando a mirar las estrellas y soñar. A inventarles un nombre y una historia más grande que la nuestra. Puede que los telescopios y las sondas descubrieran hace tiempo que el cielo es un lugar inhóspito lleno de basura espacial, que Apolo no es más que una bola incandescente de hidrógeno y helio. Pero el ser humano no se ha cansado de buscarle un sentido a todo esto, una forma de conectar. Las nuevas espiritualidades son solo un intento más. “En el fondo son muy parecidas a las religiones clásicas”, resume Sorribas. “Persiguen unir al hombre con lo trascendental, responder a la eterna pregunta de quién soy, de dónde vengo... Y a dónde voy”.