Amor, tinta y cicatrices: historias detrás de un tatuaje

Luis le pidió a su novia que se casara con él tatuándose una corona en el anular; nietos de fallecidos por covid grabaron sus nombres en su cuerpo tras el confinamiento

Las manos entrelazadas de Luis y Jessica, con las coronas que se tatuaron a juego, en una imagen tomada el lunes en Madrid.Santi Burgos

Para recordar. Para demostrar. Para compartir. Para hacer algo más especial. Para serlo. Los tatuajes se proyectan sobre la piel y el tiempo, es decir, tienen que ver con el contacto y con el afán de permanencia y, por tanto, con el amor. “Sigue siendo la principal motivación para tatuarse”, asegura Aitor Latorre, de 45 años, propietario de Cornelius Tattoo, en Madrid. “Pero es amor en sus múltiples formas: el de pareja, el familiar… y el desamor. Antes, cuando rompías con alguien, ibas a la peluquería y cambiabas de look. A...

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Para recordar. Para demostrar. Para compartir. Para hacer algo más especial. Para serlo. Los tatuajes se proyectan sobre la piel y el tiempo, es decir, tienen que ver con el contacto y con el afán de permanencia y, por tanto, con el amor. “Sigue siendo la principal motivación para tatuarse”, asegura Aitor Latorre, de 45 años, propietario de Cornelius Tattoo, en Madrid. “Pero es amor en sus múltiples formas: el de pareja, el familiar… y el desamor. Antes, cuando rompías con alguien, ibas a la peluquería y cambiabas de look. Ahora mucha gente viene a hacerse un tatuaje para empezar otra vida”, añade. Lo sabe porque los clientes lo cuentan. “El tatuador tiene una parte de artista y otra de psicólogo, porque antes de ponerse a dibujar siempre escucha una historia”. Estas son algunas de ellas.

Luis Devora y Jessica Oliva, de 34 y 32 años, reparador de lunas de automóvil y charcutera, se conocieron cuando él tenía 12: “Yo soy de un pueblecito de Ávila y ella del de al lado. De niño mi padre me llevó un día a las fiestas y la vi por primera vez”. Ahí, se cogieron la matrícula, pero no empezaron a salir juntos hasta que él tenía 19 y se escapaba “todas las noches en moto para verla”. En 2013 se hicieron su primer tatuaje juntos: cada uno se grabó en el pecho la inicial del nombre del otro con una llave y un candado, respectivamente. “Ahí daba un poco de miedo porque todavía no vivíamos juntos”, recuerda Jessica. “Mi madre me preguntaba si no me parecía una locura tatuarme la inicial de un chico, y yo le expliqué que quería estar con él toda vida. Además, si rompiéramos, no me lo taparía porque es una parte de mi historia”, añade. Para Luis, “no existe mayor demostración de compromiso o mayor declaración de amor que un tatuaje. De cualquier otro regalo te terminas olvidando. Esto es tu piel, es para siempre”.

El 29 de mayo de 2021, Luis le puso un antifaz a Jessica, la subió al coche y la llevó hasta Cornelius Tattoo. Unos días antes lo había preparado todo con Aitor. “Al llegar allí, me quitó el antifaz y me pidió que me casara con él. No me lo esperaba para nada. Le brillaban los ojos y dije inmediatamente que sí, claro”, recuerda ella. No hubo anillo. Si Luis la llevó a un estudio de tatuajes en lugar de a una joyería fue para que ella escogiera qué alianza quería tatuarse en el dedo. Finalmente, fueron sendas coronas: una de rey y otra de reina. “Cuando sea vieja y lo mire, me acordaré de ese momento, será una manera de revivirlo”, cuenta Jessica. Se casaron tres meses después, hace justo un año, y tienen un hijo en común, Izan, cuyo nombre se han tatuado también.

Luis y Jessica, en el taller de lunas de automóviles donde trabaja Luis, el lunes en Madrid.Santi Burgos

El corazón de toda la vida se ha quedado anticuado, y cada vez menos gente se atreve a tatuarse el nombre de su novio o novia, explica Aitor, cuyo estudio hace unos 2.000 tatuajes al año. “Si alguien quiere que pongamos ‘María Jesús’ no le intentamos convencer, ellos mismos te dicen: ‘Ya sé que es un riesgo’, pero hace mucho que no nos lo piden. Ahora está de moda hacerse tatuajes en pareja, dibujos compartidos: un sol y una luna, un candado y una llave, un Mickey y una Minnie Mouse… o de cosas que les gustan a los dos —hemos tatuado unos tacos, por ejemplo, porque a esa pareja les encantaban—, o que les apetece recordar, como una playa en la que estuvieron”.

Los nombres suelen tener que ver con relaciones imperecederas, las de sangre —“sí nos piden mucho que tatuemos los de los hijos”— y con lo que ya se ha perdido: “Mucha gente viene al día siguiente de la muerte de un ser querido para tatuarse en su recuerdo. Sienten que es una forma de seguir teniéndolos presentes”. El término “tatuaje” proviene de la palabra polinesia tatau, que significa herida abierta.

Tatuaje hecho en Cornelius Tattoo. Cedida por Cornelius Tattoo

Aitor cuenta que, tras lo peor de la pandemia, acudieron al estudio muchos nietos que querían tatuarse el nombre de sus abuelos que habían fallecido por covid y de los que no se habían podido despedir. “Alguno nos trajo su firma del DNI, otra chica una foto de la pipa en la que fumaba… Los tatuajes hablan de lo que te ha ocurrido en la vida y tendemos a recordar más lo traumático. Por aquí ha pasado mucha gente, pero las historias que más me impactaron son las más duras. Por ejemplo, una madre nos pidió un tatuaje en recuerdo de su hijo fallecido. Perdió también al segundo y se hizo otro. Cuando nos llamó la tercera vez porque volvía a estar embarazada nos pusimos a temblar, pero al final dio a luz y todo salió bien”.

Tras perder a su bebé, que nació prematuramente debido a una infección, Ares Alma, ilustradora de Barcelona, decidió tatuarse un pececito en la muñeca para tenerla siempre consigo. Así fue como nació el Proyecto Gea, que regala diseños a familias que han sufrido una pérdida parecida. El nombre de su estudio es Tatuajes hechos con amor.

Arrepentimientos

Después del confinamiento, esos días extraños donde el ocio se reducía a ir al supermercado y bajar la basura, muchas personas acudieron a tatuarse palabras como “resiliencia” o dibujos del ave fénix, recuerda Aitor. Esa convivencia extrema también destruyó parejas y los tatuajes previos, hechos cuando las cuarentenas eran cosa de las películas y el amor estaba en perfecto estado de revista, dejaron de tener sentido. Suele decirse que son para toda la vida, pero ya no es así. Los mismos estudios han incorporado en su hoja de servicios la opción de borrarlos total o parcialmente o taparlos con otros. En los tatuajes, como en el amor, existe la posibilidad de sacar un clavo con otro clavo.

“Conocemos a muchas parejas que primero han venido juntas a tatuarse algo en común… y luego por separado, a eliminarlo o cambiarlo por otra cosa”, explica Aitor. Para la gente que se arrepiente de haber estado con alguien y quiere borrar esa huella de su cuerpo —mentalmente lleva otro proceso—, existe el láser. “El número de sesiones necesarias dependerá del tipo de tinta y el nivel del tatuador, aunque generalmente se pueden eliminar del todo. Pero es más habitual que los clientes nos pidan que lo tapemos con otro dibujo”. Es lo que hicieron Johnny Depp tras romper con Winona Ryder —Winona forever se convirtió en Wino (borrachuzo) forever”—; Marc Anthony al separarse de Jennifer Lopez —cubrió su nombre, en la muñeca, con un enrevesado tribal—; o Pamela Anderson al divorciarse de Tommy Lee — cambió Tommy por mommy, es decir, mamá—.

De Winona forever a Wino forever.PINTEREST/ INSTAGRAM

Raquel, madrileña de 39 años, tapó, con el tiempo, un tatuaje que se había hecho con su novio. “Nos hicimos un símbolo en común, del infinito, pero luego a mí no me gustaba y lo cubrí con otra cosa. Nunca me tatuaría el nombre de una pareja, y menos hoy en día. Sí me he tatuado el nombre de mi hija, porque es la persona que más quiero, y el de un ser querido que falleció hace tres años en un accidente de tráfico, para llevarlo siempre conmigo, en el corazón y en la piel”.

En cuanto a los sitios, Aitor explica que tatúan “en cualquiera que se te ocurra”, porque antes los tatuajes estaban mal vistos, pero ahora ya no. “Y es muy común que cuando empiezan por una zona, por ejemplo, el brazo, quieran hacerse más en el mismo lugar, como ir añadiendo capítulos a una historia”. Respecto a las edades, aunque la mayoría es gente joven, empiezan a animarse los veteranos. “Por ejemplo, tatuamos a un señor de 84 años que vino con su nieto para que les dibujáramos un atardecer porque les gustaba mucho verlos juntos”. El cuerpo se ha convertido en una pantalla más y de la misma manera que los conciertos, paisajes y monumentos se contemplan a menudo a través de un teléfono móvil, para intentar retener ese momento, los tatuajes juegan a detener el tiempo, a intentar que algo o alguien dure para siempre.


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