Paco Muñoz
50 años / Responsable en zona de Técnicos de Alta en AVATEL
Las herramientas de Francisco José Paco Muñoz son un imán para los niños. Este malagueño de 50 años trabaja como instalador en domicilios de fibra óptica de AVATEL en la Costa del Sol (Málaga). “Nuestra maquinaria es muy llamativa. Las fusionadoras llevan cámaras para comprobar que los cables están bien cortados y unidos, y pitan. Cuando empiezan a hacerlo los críos se echan encima”, describe. “Señora, lléveselos a otra habitación, por favor”, cuenta que tiene que pedir a las madres. No por falta de simpatía sino porque hay que guardar las medidas de distanciamiento.
Muñoz es el responsable de un equipo de 12 instaladores que trabajan en Málaga capital y alrededores. Actividad esencial, han llevado internet de alta velocidad a clientes que teletrabajaban con los datos del móvil, a familias con niños que reciben clases virtuales o a una estudiante que preparaba los exámenes finales. “Tenía que enviar un vídeo para una asignatura y el ordenador le indicaba que tardaría dos semanas en subirse”, explica Muñoz, que realiza unas cinco o seis instalaciones al día. Con dos tiendas físicas abiertas en la zona, la contratación online de los servicios se ha duplicado desde marzo.
Ha llevado internet de alta velocidad a clientes que teletrabajaban con los datos del móvil, a familias con niños que reciben clases virtuales o a una estudiante que preparaba los exámenes finales
Los clientes a los que van a instalar la fibra óptica se acercan más a Muñoz y a su equipo en tiempos de distanciamiento. Se acercan de manera verbal, no física. “Ahora es una conversación tras otra. Que si los políticos lo están haciendo bien, que si lo están haciendo mal… Antes te dejaban a tu aire”, explica. Muñoz trabaja en AVATEL desde 2014, casi desde que empezó a operar esta compañía que provee internet, datos, teléfono y televisión, y que tiene especial incidencia en el sur y este del país –desde Gibraltar hasta el Levante–. La operadora cuenta con una gran inversión para crecer hacia el interior y el norte. El tráfico a través de sus redes ha aumentado un 40% en la crisis. “Los clientes están muy encima ahora, nos dicen dónde quieren los cables. Si ven que tardas te preguntan. Y nos ofrecen de todo: café, refrescos, agua…”, cuenta Muñoz, que estudió electrónica y ha trabajado como mozo de almacén y en la construcción.
–Toma una Coca-Cola.
–Muchas gracias, señora, pero no puedo aceptarla.
–Que te la lleves y ya te la tomas luego.
Dos latas tiene en el coche ya de estos días. “Se ponen muy insistentes”, recuerda con gracia. Algunos clientes antes “les echaban la bulla” si llegaban un poco tarde por encontrar tráfico o por cualquier otra complicación. Ahora no se lo toman mal. La mayoría de sus clientes son extranjeros. “Un 70-80%”, calcula Muñoz, que se somete a los controles rutinarios de la policía con frecuencia. “Algunos ya nos conocen y nos dejan pasar rápido”.
Los clientes se acercan más a Muñoz y a su equipo de 12 instaladores en tiempos de distanciamiento. Se acercan de manera verbal no física
Los instaladores de AVATEL trabajan en parejas. “Como mínimo uno de los dos sabe inglés perfecto”, afirma Muñoz, que tiene una jornada de 9 a 18 con una hora para comer. Un trabajador se encarga de la instalación en el exterior de la casa y el otro, en el interior, del router y la tele y las dos contraseñas del wifi. Antes iban en el mismo coche, ahora se desplazan por separado. Por supuesto van ataviados con guantes, mascarillas y gel hidroalcohólico. “Hay veces que llamas al timbre y el cliente está ya en la puerta con el desinfectante”, cuenta Muñoz que, como encargado, atiende problemas que le surjan al resto de trabajadores o se desplaza a las viviendas si hay alguna emergencia o reparación complicada.
Este manitas ha distribuido entre sus compañeros el material de seguridad para minimizar el riesgo de contagios. “No nos ha faltado nada desde el principio”, cuenta. Muñoz vive con su hermana y con sus padres, ya mayores, con los que cena en la misma mesa pero a distancia. No puede abrazarlos. Tampoco juntarse con sus amigos el sábado por la noche, un premio que no llega.