Para la generación de la EGB la calabaza será para siempre la entrañable Ruperta del 1,2,3. O un fracaso en perspectivas románticas (que te den calabazas). Los millennials, en cambio, la asocian a Halloween. Unos y otros pueden llevar a la mesa esta cucurbitácea emparentada con el calabacín y la berenjena, pero también con el melón y la sandía.
Una calabaza lustrosa tarda unos cinco meses en desarrollarse plenamente. Se lleva mal con el frío, así que su mejor temporada en España es el verano y principios del otoño. Por cierto, nuestro país es el primera productor europeo de calabaza, según Eurostat: 115.000 toneladas en 2017. Las que encuentre en invierno, posiblemente sean de invernadero o de importación, sobre todo, de China, India, Egipto o México.
Existen distintas variedades. La más famosa es la Cucurbita Maxima: redondeada, grande y de pulpa naranja. Perfecta para purés, para asar y hasta para repostería. Otra habitual es la de cacahuete o sapayo, alargada, de pulpa naranja y perfecta para puré. La de cabello de ángel, en cambio, es de piel verde y está llena de hebras blancas que al cocer se convertirán en ese dulce y dorado elemento de repostería. Otras especies son simplemente decorativas, ya que su pulpa es escasa. Es el caso de la de sombrero o de turbante.
No desprecies a la fea
La naturaleza suele crear formas caprichosas con la calabaza, sin que eso afecte a su sabor. No te guíes por la forma y sí por los detalles: busca piezas con la piel intacta y firmes al tacto. Mucho mejor, si conservan el pedúnculo: mantendrán por más tiempo la humedad interior.
Mientras esté sin abrir, durará incluso meses en la alacena. Una vez abierta, se echa a perder en menos de una semana y hay que meterla en la nevera. Dadas sus dimensiones —hay ejemplares de 30 kilos o más— es frecuente comprarla en porciones. Guárdalas en el refrigerador cubiertas por un film de plástico y consúmelas en una semana. También puedes congelarla: córtala en porciones pequeñas, escáldalas y mételas en un envase protector. Congeladas durarán un mes.
Garantía de buena vista
La calabaza hervida solo tiene 12 calorías por cada 100 gramos. Aporta 2,1 gramos de hidratos de carbono y 0,5 gramos de fibra soluble. Destaca además el contenido en mucílago, una sustancia viscosa presente de forma natural en algunos vegetales con una acción protectora de la mucosa gastroduodenal.
Su punto fuerte es la vitamina A (en forma de carotenoides): 159,17 microgramos. En otras palabras: la quinta parte de cantidad diaria recomendada de esta vitamina (entre 700 y 900 microgramos), que contribuye al mantenimiento de la piel, la visión y las mucosas, en condiciones normales, además de ser clave para el sistema inmune.
¿Con o sin piel?
La pulpa es la parte de la calabaza que mejor se consume, pero la piel es una caja fuerte de nutrientes. Eso sobre el papel. En la práctica, algunas variedades no lo permiten, porque la piel demasiado leñosa y dura para masticar. Corte la pulpa en trozos pequeños sin pelar y hornéala en una fuente con zanahorias, cebollas, especias, al gusto y aceite de oliva virgen durante 40 minutos a 180ºC. Pasado ese tiempo, úsala como guarnición o tritúrala para lograr una deliciosa crema.
Cocinarla con piel no es lo habitual. Y aquí llega el suplicio de la calabaza: pelarla sin rebanarse un dedo. Un truco es meterla entera, si el tamaño lo permite, o en trozos, en el microondas entre 3 y 4 minutos. Corte la parte superior y la inferior y haga pequeños orificios con un tenedor distribuidos por toda la piel. Una vez que se enfríe podrá retirarla con facilidad con un cuchillo o con un pelador.
No tire las semillas. Tuéstalas y déjelas como aperitivo o, una vez peladas, para acompañar a macedonias o ensaladas. Contienen un 30,3% de proteínas, 6 gramos de fibra y un pellizco interesante de ácidos grasos (ácido linoleico, omega-6 y omega-3).
De sopa a chips
Además de las tradicionales sopas o purés, cada vez se le saca más partido a su sabor suave y dulce en forma de relleno de raviolis; salteados de verduras; guisos de 'calabaza revolcona' con setas salteadas; o chips crujientes al horno. La combinación aromática perfecta es simple y muy mediterránea: un chorretón de aceite de oliva virgen monovarietal de Arbequina le revaloriza con matices amargos y especiados.
El chef Joseán Alija va más allá. Propone elaborar una salsa verde a partir de las semillas ligeramente tostadas, con perejil, albahaca y queso curado, para darle un toque ácido. Este puré realza el sabor de platos de merluza. Con las pipas también prepara helado o una intxaursaltsa (crema de nueces similar a las natillas típica en el País Vasco). Las hebras de la calabaza embebidas en un concentrado de merluza con un toque picante aportan el punto exacto de jugosidad al plato.
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