La frambuesa es uno de los miembros más delicados de la gran familia de las rosáceas. En estado silvestre crece en bosques o prados, aunque lo más normal es que las que llegan al plato procedan de algún huerto dentro del entramado de la industria alimentaria. Tiene una forma redondeada o cónica, un tamaño de entre 15 y 20 mm y una piel aterciopelada cubierta de un fino vello. La variedad más conocida y autóctona de Europa es la Rubus idaeus, de un tono rosa intenso casi rojo (por algo se conoce como el color frambuesa). Aunque menos frecuente, también puede encontrarse la frambuesa amarilla, que se trata de una mutación de la roja o un híbrido entre la R. idaeus y R. strigosus. Su color es entre amarillo y naranja dorado y posee un sabor más dulce y suave. Como la rareza que es, al menos por estos pagos, su precio es más elevado. En el Norte de América existen otras variedades de color rojo y negro, como el frambueso silvestre (Rubus strigosus), el frambueso negro (Rubus occidentales) y frambueso púrpura (Rubus neglectus).
La temporada habitual de la frambuesa es el verano, aunque algunas variedades pueden recolectarse hasta otoño. La incorporación de invernaderos y la importación desde el hemisferio sur hace que sea posible encontrarlas en cualquier momento, aunque en este caso hay que tener en cuenta que su precio será más elevado que de costumbre. Pero no solo afectan al bolsillo: cuando una fruta llega a tu mesa desde el otro lado del charco porque estamos fuera de temporada, deja una importante huella de carbono de regalo al planeta.
De alta fragilidad
Si hay una fruta delicada, esa es la frambuesa. Y no solo porque es altamente perecedera (lo normal es que no sobreviva más allá de una semana desde que se separa de su rama). No tiene cáscara y su piel es extremadamente fina, así que sucumbe a la presión con facilidad. A la presión y a cualquier tipo de agitación que las haga chocar entre ellas. Una de las maneras más simple de destrozar las frambuesas es someterlas al traqueteo del carrito de la compra de camino a casa. Este vaivén basta para que lleguen a la cocina bastante espachurradas. Tenlo presente y guarda con mimo la tarrina de frambuesas, incluso si es necesario en una bolsa lejos del resto de la compra. Una vez en casa, deben conservarse en la nevera sin sacar del envase, que por algo se diseña con una atmósfera adecuada para que se conserven el máximo tiempo posible.
Al igual que las frutas que se consumen crudas y con piel, deben desinfectarse con una cucharada de lejía para uso alimentario. Dilúyela en tres o cuatro litros de agua, sumerge las frambuesas durante unos minutos y aclara con abundante agua corriente. Este proceso debe ser delicado para no estropearlas en el momento final. Las frambuesas también pueden congelarse, siempre bien lavadas y una vez retirado el exceso de humedad. Para hacerlo, colócalas extendidas en una bandeja hasta que estén completamente congeladas, así podrán dilatarse todo lo necesario sin dañarse entre ellas. El siguiente paso es transferirlas a una bolsa de plástico u otro tipo de recipiente para evitar que absorban aromas de otros alimentos o que puedan dañarse por el roce al meter o sacar productos del congelador.
Un bocado muy saludable
Tan delicado manjar solo aporta 38 calorías, 7 gramos de carbohidratos y un 84% de agua. También 6,7 gramos de fibra, que tiene acción prebiótica y favorece el asentamiento de flora intestinal saludable, así como la motilidad intestinal.
Como sucede con otras frutas del bosque, tiene un contenido alto en vitamina C, (25 mg) que protege a las células del daño oxidativo por los radicales libres. También contribuye a la formación de colágeno para músculos, piel, huesos y dientes, y mejora la absorción del hierro. También aporta sustancias fitoquímicas, propias del resto de bayas, como los compuestos fenólicos (monofenoles, polifenoles y flavonoides). En especial, las antocianinas, responsables de su tono rojizo. También destacan los folatos (40 mcg), una vitamina que interviene en la formación de los tejidos maternos durante el embarazo y es clave para el correcto cierre del tubo neural del feto.
En cuanto a los minerales, aunque en un aporte no significativo, destacan el potasio (220 mg) y el magnesio (20mg).
Para dar vidilla a las ensaladas
Suelen confinarse a los desayunos o tentempiés saludables, solas o acompañadas de otras frutas del bosque, avena y yogur. También es frecuente verlas formando parte de tartas o mermeladas. Pero su sabor, entre ácido y dulce, ofrece infinitas posibilidades culinarias. Una de ellas es la de aromatizar las ensaladas, llegando a sustituir al vinagre. Y, de regalo, ponen un toque de color, un chute de vitaminas y pocas calorías.
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