¡Viva la novia!
Paz Muro fue una pionera en el arte conceptual y en la ‘performance’, una exposición en la Neomudéjar recuerda una figura aún poco conocida
Era un día de fiesta. Era un día de boda y, como tal, quedó inmortalizado en un álbum, uno de esos ochenteros, con tapas nacaradas y papel de seda entre sus páginas. En él, las fotos de todo el día. Estamos en los ochenta: nada es instagrameable, nada está preparado ni medido. En el batiburrillo que se monta en la casa de la novia mientras se prepara, se mezclan un niño con churretes mirando fijamente la cámara de fotos; una niña con lazos blancos en el pelo y vestido con nido de abeja posando junto a la novia, las dos creen que nunca antes habían estado más guapas; y un señor fumando a...
Era un día de fiesta. Era un día de boda y, como tal, quedó inmortalizado en un álbum, uno de esos ochenteros, con tapas nacaradas y papel de seda entre sus páginas. En él, las fotos de todo el día. Estamos en los ochenta: nada es instagrameable, nada está preparado ni medido. En el batiburrillo que se monta en la casa de la novia mientras se prepara, se mezclan un niño con churretes mirando fijamente la cámara de fotos; una niña con lazos blancos en el pelo y vestido con nido de abeja posando junto a la novia, las dos creen que nunca antes habían estado más guapas; y un señor fumando apoyado en la jamba de una puerta, el humo nubla parte de la foto. Por ese piso pasa medio edificio y no es una manera de hablar: era un día de fiesta, un día de boda en el bloque. Cuando la novia sale del portal, las vecinas se asoman a ventanas y balcones; las más avispadas han cogido buenas posiciones en la acera para verla de cerca. Estas quedarán inmortalizadas en los márgenes de algunas de las instantáneas que permanecerán.
Paz Muro se casó con el arte contemporáneo hace 42 años. ¡Viva la novia! No es una manera de hablar, ocurrió, está documentado y ese álbum ―similar al que cualquier familia tiene en la estantería del salón― que abre la exposición Archivo Paz Muro. La rebeldía intelectual que desborda los márgenes en la Neomudéjar lo demuestra.
La ceremonia se celebró en la primera edición de Arco, en 1982. Difícil encontrar un lugar y un momento más apropiado. Todo estaba comenzando en aquella España que empezaba a coquetear con la libertad de creación, con la modernidad, era el principio de una nueva relación. Una más fresca y ventilada, se abrían más armarios y ventanas. Era un tiempo en el que arte, por fin, se pudo mostrar como cuestionamiento, búsqueda de nuevos lenguajes. En ese caldo de cultivo nadaba Muro, el idilio entre esta artista y su obra se había iniciado mucho antes pero ese día de boda se formalizó. Desposorios de Paz Muro con el arte contemporáneo, así se llamó la performance, quedó registrada: ahí estaba blanca y radiante vestida de novia, caminando por la feria mientras artistas y visitantes intervenían en su traje. Quizá las novias dejarían de ser vírgenes, las mujeres podrían pasear solas. Aquel vestido se perdió, el que se puede observar hasta el 10 de noviembre en la Neomudéjar es otro que la artista, a sus 95 años, intervino durante la inauguración de la exposición que muestra parte de su archivo.
Archivo Paz Muro. La rebeldía intelectual que desborda los márgenes es un justo ejercicio de memoria, de reparación y de reconocimiento a Muro, pionera del arte conceptual y la performance, artista multidisciplinar con obra en el Reina Sofía y en el archivo del MoMA. Lo que permaneció de sus trabajos con marcado carácter feminista: fotografías, recortes de periódicos, críticas en prensa, invitaciones a exposiciones, diapositivas... es la muestra palpable de su deseo de permanencia, de su conciencia de artista y de ser reconocida como tal, como ya hizo Clara Peeters, allá por el siglo XVII, autorretratándose en los lugares más insospechados de sus bodegones. Muro documenta su obra, la archiva, quiere ocupar un lugar.
Cada generación de mujeres artistas abre la puerta de la siguiente y cada vez las puertas han de ser más anchas. A Muro le tocó empezar a trabajar en un momento en el que todavía tenía que huir de la marginalidad a la que la dictadura relegaba a las mujeres. Y fue muy crítica con la designación de 1975 como el Año Internacional de la Mujer. Para ella, la mujer no era objeto de celebración. Tiene varios trabajos al respecto. Es de una generación en la que mientras ellos creaban, escribían, pintaban... sus esposas se encargaban del hogar, los hijos, incluso, de la intendencia para que el genio solo se dedicara a ser genio. Sin embargo, si ellas eran las creativas, tenían que compaginarlo todo. “Me veían como una amateur porque era una madre rodeada de niños”, explicaba Soledad Sevilla en 2021 en una entrevista con El País Semanal, y eso que esta artista, cuya retrospectiva se puede ver en el Reina Sofía hasta el 10 de marzo, es 15 años más joven que Muro. Les pasaba a muchas: Elena Asins, Esther Ferrer, Concha Jerez, Anna Bella Geiger... Ya en 1974, Muro señalaba esto en una de sus obras más conocidas en la que relaciona a William Shakespeare con Corín Tellado, una de las escritoras españolas más leídas, y la diferente consideración de los dos autores.
Muro, activa desde los setenta, participó en Los encuentros de Pamplona (1972), referentes del arte experimental, y ha permanecido creando hasta ahora. En 2018, cuando se celebró el 40º aniversario de la Constitución, una de sus instalaciones formó parte de la exposición El poder del arte. Desde la Neomudéjar se ha pedido el Premio Velázquez para ella, y se ha presentado documentación. Este año no ha podido ser. Resuenan las palabras que el 18 de diciembre de 1982 escribió Francisco Calvo Serraller en este periódico sobre unas exposiciones de jóvenes artistas en Madrid: “Hay que reseñar la feliz idea de haber programado para el día de la inauguración una acción de Paz Muro, interesante artista que por aquí se olvida con injusta frecuencia”.
Dejemos de ser injustos.