La número 1 es Rosa Pérez, 58 años copiando cuadros en El Prado: “Estaría así siete vidas”

A sus 80 años, la decana de los copistas del museo madrileño ha vuelto tras varios meses ausente por ciática y espera seguir pintando hasta que su salud se lo permita

Rosa Pérez Valero, copista en el Museo del Prado desde 1965, junto a algunas de las copias que ha pintado en el museo.

Una mujer menuda de edad avanzada llegó este lunes por la mañana a la sala 49 del Museo del Prado y se convirtió inmediatamente en la estrella de la estancia, eclipsando a los artistas del Renacimiento. Turistas y escolares de quinto de primaria la observaban con el típico silencio reverente de este museo, mientras ella arrastraba un lienzo en un caballete con ruedas hasta situarlo a un par de metros de Sagrada Familia con San Juanito, del genio Rafael, ...

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Una mujer menuda de edad avanzada llegó este lunes por la mañana a la sala 49 del Museo del Prado y se convirtió inmediatamente en la estrella de la estancia, eclipsando a los artistas del Renacimiento. Turistas y escolares de quinto de primaria la observaban con el típico silencio reverente de este museo, mientras ella arrastraba un lienzo en un caballete con ruedas hasta situarlo a un par de metros de Sagrada Familia con San Juanito, del genio Rafael, uno de los cuadros de ese espacio dedicado a la pintura italiana del siglo XVI.

La mujer sacó su paleta y pinceles y buscó la concentración, a pesar de tener tantos ojos puestos en ella. Intentaba “hablar” con Rafael. Así llama ella al momento de inspiración en que deja de ver lo que todo el mundo y, casi sin querer, descubre el misterio de la obra, la técnica que usó el maestro. A veces, cuando llega ese chispa se le pone la carne de gallina. Tras un cuarto de hora manchando el fondo del lienzo con tonos oscuros, decía: “Todavía no lo consigo. Estoy despistada”.

Rosa Pérez Valero, copista en el Museo del Prado desde el año 1965, traslada el cuadro en el que está trabajando 'Sagrada Familia con San Juanito', del pintor italiano del siglo XV Rafael. DAVID EXPÓSITO

Era su segunda sesión frente a este cuadro que supone un doble reto. El primero es que nunca había pintado a Rafael, que no es precisamente un pintor de su estilo predilecto porque ella prefiere artistas con pinceladas más sueltas como el Greco, Velázquez o Goya. El segundo es su propia salud, que recientemente le ha dado un disgusto porque la ciática la ha tenido apartada del museo desde julio. A sus 80 años, Rosa Pérez Valero es la decana de los copistas del Prado, un pequeño grupo de apasionados del arte que son una presencia habitual en el museo madrileño. En esta pinacoteca casi todo son caras anónimas que están de paso, pero ellos permanecen y son fácilmente reconocibles entre la multitud. Rosa lleva pintando copias aquí de forma intermitente desde 1965. Porta en su solapa, cogido con un alfiler, su pase especial expedido por el Prado. Es una lámina blanca con una C de copista en el centro. En una esquina figura la cifra que le corresponde, el número 1.

Pérez, dulce y parlanchina, cuenta que su primera copia la hizo cuando estudiaba Bellas Artes. Un amigo de su padre, dueño de un restaurante en la calle Serrano, le pidió que pintara uno de los bufones de Velázquez, El bobo de Coria, hoy más conocido como El bufón calabacillas. Lo pasó muy mal porque entonces era mucho más tímida y se agobiaba al ser observada. Pero debió de hacer un buen trabajo porque el cliente le hizo más encargos. En realidad, ella no quería dedicarse a la copia. Su ambición, como la de tantos otros en la facultad, era convertirse en “Pintora, con pe mayúscula”. Pero hacer copias era entonces un buen negocio. Eran tiempos en que a los copistas se les valoraba y pagaba mejor. En 1965 se hicieron 1.051 copias en el Prado. Ahora se pintan solo entre 20 y 25 obras al año.

Visitantes del Museo del Prado observan a Rosa Pérez Valero, mientras pinta.DAVID EXPÓSITO
Al pie de esta imagen figura la inscripción en el Registro de Copistas del Prado de la primera copia que hizo Rosa Pérez Valero, 'El Bobo de Coria' de Velázquez.MUSEO DEL PRADO

Pérez nunca ha vivido íntegramente de la copia. Se dedicó a la restauración, en el Palacio Real y el Escorial, y a la enseñanza. Además, ha pintado durante todo este tiempo sus propias obras, con las que explora su creatividad con un estilo que va del impresionismo a lo abstracto. Hace copias para suplementar su pensión (las suele vender por entre 1.500 y 7.000 euros) y porque le permite mantenerse activa y socializar.

Vive sola en un pequeño ático del distrito madrileño de Moratalaz que compartía con su exmarido, también pintor, y sus dos hijos, a quienes ve a menudo porque siguen residiendo en Madrid. Una placa que pone “Rosa Pérez Valero. Pintora y restauradora” recibe a los visitantes en la puerta del domicilio. Su caballete preside su estudio, una sala luminosa donde conserva novelas y libros sobre arte. Al entrar en otra habitación donde cuelgan 20 de sus copias dice: “Este es mi pequeño Museo del Prado”. De las paredes cuelgan cuadros tan conocidos como Danae recibiendo la lluvia de oro, de Tiziano; El Caballero de la mano en el pecho, de El Greco; o El Quitasol, de Goya.

Rosa Pérez Valero recoge en el control de acceso una silla plegable que el Museo del Prado le facilita para que haga su trabajo. DAVID EXPÓSITO

Cuando sale de casa por la mañana rumbo al Prado se despide de Pedro, portero de su edificio, diciéndole: “Me voy al trabajo”. Toma un par de autobuses municipales hasta llegar a la plaza de Cibeles y desde allí hace el camino andando hasta la puerta de los Jerónimos del museo, donde empieza a encontrarse con caras conocidas. Saluda a un par de guías y a una recepcionista que la llama Rosita. Allí le entregan una pequeña silla flexible para que pueda pintar sentada, si así lo desea. “No están permitidas, pero es un privilegio que me dan por mi edad”, dice.

Continúan los saludos cuando se cruza con el personal uniformado que vigila las salas. “¡Buenos días preciosa!”, exclama una. En esta su segunda casa, Pérez también tiene amigos copistas que son como familia. Maribel Manzanares, de 38 años, la llama “mi mamá del Prado”.

Rosa Pérez Valero, concentrada en su obra. DAVID EXPÓSITO

En ese grupo de copistas, muchos recuerdan a Antonio Ramírez Ríos, que fue el más constante y de más edad hasta que dejó de pintar a los 83 años por problemas de salud, en 2018. En diciembre de 2022, falleció otro veterano, Enrique Fernández Ventura. Pintó su última obra a los 87 años, justo antes de la pandemia.

El museo tiene ahora autorizados a 12 copistas que pagan 30 euros por un pase anual y 100 euros adicionales por cada reproducción. Para garantizar la calidad de la visita, el Prado prefiere restringir el número de copistas, que en ningún caso es superior a 16 o 18 personas, explica el coordinador general de conservación de la pinacoteca, Víctor Cageao. De hecho, no pueden pintar los viernes ni fines de semana, cuando se producen las mayores aglomeraciones. Por ese motivo, también está prohibido copiar algunos de los cuadros más populares, como Las Meninas o Las Majas. Esta regla parece comprensible porque la multitud se suele concentrar en torno a ellos, igual que sucede con los artistas callejeros.

Al museo le interesa que sigan existiendo los copistas porque son un atractivo más, ausente en otras pinacotecas. Además, cumplen un servicio educativo que hace que el público valore más las obras originales. “Queremos que tengan un cierto nivel porque a la gente que se para les explican el cuadro que tienen delante”, dice Cageao. “Además, no todos pintan igual. Unos van por cuadrantes; otros pintan la figura principal y luego el fondo, o a la inversa...”

No es fácil entrar en este selecto grupo. Para ser admitidos, los candidatos deben enviar seis fotografías de sus obras y una carta de recomendación de un profesor de Bellas Artes, diseño o enseñanzas similares. Con todo, el número de interesados ha caído mucho. En el pasado, copiar era clave en la formación del artista y desde su fundación en el XIX han hecho copias en el Prado artistas como Renoir, Monet, Picasso o Botero, pero el cambio tecnológico ha impactado este oficio, explica Cageao: “Antes, había poquísimas reproducciones de obras en fotografía, lo que limitaba el contacto con el arte”.

Rosa Pérez Valero junto a dos de las copias del Prado que conserva en su casa: 'Retrato de Goya', de Vicente López y 'La coronación de la Virgen', de El Greco. DAVID EXPÓSITO
En su dormitorio, Rosa conserva retratos de sus familiares y un Cristo.DAVID EXPÓSITO

También ha caído el negocio. Los copistas cuentan que hoy nadie puede vivir solo de esto debido al cambio en el tipo de público que visita el Prado. Fernando González, un veterano con 78 años que lleva 50 en el Prado, lamenta que el museo, como el centro de Madrid, se ha convertido en un parque temático: “Antes venía gente más interesada por el arte, con más conocimiento y sensibilidad”. El perfil del visitante es crucial porque los encargos suelen surgir in situ. Algún apasionado por el arte ve el buen hacer del copista y le pide un ejemplar.

A Pérez le han comprado recientemente clientes de Australia, Estados Unidos, México o China. Como no habla inglés (aunque sí francés) a veces llama a su hija por el móvil y ella se ocupa de la negociación. En cuestión de unas 15 sesiones, Pérez finaliza su copia. Enrolla el lienzo con protección de papel de seda y plástico de burbujas para luego enviarlo en un paquete a su destino internacional. A lo largo de su carrera calcula que ha hecho unas 60 copias del Prado.

Una de las estancias del domicilio de Rosa Pérez Valero, donde guarda copias de 'El caballero de la mano en el pecho', de El Greco y 'Los niños de la concha', de Murillo y 'Vista del jardín de la Villa Médici en Roma', de Velázquez.DAVID EXPÓSITO

Una de las ventajas de pintar el Rafael de la sala 49 es que es un buen escaparate porque pasan muchos visitantes, entre ellos potenciales clientes. Durante buena parte de la mañana, su cuadro es el que tiene más espectadores. Un niño tira de un adulto para acercarse a ella, otro grupo de asiáticos la contempla. Una profesora le dice a sus alumnos de 10 y 11 años, con uniformes de Antamira, un colegio de Paracuellos del Jarama que se encuentra en la calle de los Cuadros: “Mirad, es una artista. Así aprenden a pintar, copiando a los grandes”.

Una turista californiana de mediana edad la felicita en inglés, pero la artista no entiende.

French?, pregunta Pérez.

Oui, c’est trés bien!, responde la turista con entusiasmo.

Cuando sus obras están avanzadas, la reacción del público es aún más efusiva: “Los niños a veces cuando está el cuadro casi terminado me aplauden, cosa que no se debe hacer porque hace mucho ruido”, dice alegre.

Pero Pérez acaba su jornada algo frustrada. No ha conectado aún con Rafael. A las 13.30 recoge sus bártulos porque más tarde tiene cita con el osteópata que la está tratando de la ciática. Guarda el caballete con el lienzo en un rincón de la sala y se marcha con su maletín de pinturas.

Al día siguiente, tras la consulta, vuelve a sentirse como un roble. Ha visto a otros de su generación rendirse fácilmente, pero ella afirma que aguantará lo que pueda porque pintar le da la felicidad. “Esta vida es muy corta y yo quisiera siete vidas más como la de ahora”, cuenta. “Yo con esta edad me encuentro que estoy empezando”.

La placa en la entrada de la vivienda de Rosa Pérez Valero.DAVID EXPÓSITO

Contacta al autor en fpeinado@elpais.es o fernandopeinado@protonmail.com

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